sábado, 5 de abril de 2014

CAPÍTULO 12: VIVIENDO CHINA – ENCUENTROS INOLVIDABLES (CUARTA PARTE)*

(De la Serie: Experiencia de Vida en China)

Cuando estés en Roma haz lo que los romanos hacen. **
 Proverbio chino


Dirán que las coincidencias son manipulaciones calculadas del destino, que son los riesgos más finos del azar, o que simplemente no son más que eso, casualidades vagas sin más. Sea como sea, me siento halagada por la vida al haberme regalado una de esas, de la forma menos esperada y en el lugar más remotamente imaginado. El último cofre del baúl tenía rubíes, perlas, esmeraldas, diamantes, plata y oro que se habían ensamblado en perfecta exactitud y bajo un toque de pureza inigualable para esculpir el mayor de los tesoros: una familia china que vivía por unos días su mejor tradición, la anhelada por todos, la hermosa Fiesta de la Primavera con la que se le daba la bienvenida al año nuevo, esta vez el del caballo, justamente mi signo zodiacal que me brindaba como por hechizo el privilegio de celebrar en sus llanuras la hora en que arribaría, al hacerme parte de aquél encuentro familiar al que yo también estaba invitada.

Chizhou
池洲
Luego de tomar el tren de regreso a Nanjing, nos dirigimos entonces a Chizhou, en la provincia de Anhui, para un encuentro en el que abuelos, padres, primos, tíos, tías, amigos y amigas me acogerían como su pariente y compañera de momentos bellos que serían pintados con la alegría de un nuevo comienzo.   

El entorno por donde quisiera que se lo mirara no podía hablar de otra cosa, el rojo, color por excelencia de esta cultura oriental, engalanado con el dorado y figuras alusivas a la felicidad y la prosperidad, y acompañado de frases, empapelaban las puertas y las entradas de las casas y llenaban a veces alguna mirada despistada al posarse en los faroles suspendidos hasta en las ramas de altos árboles. El bullicio y la animación fue creciendo día tras día, se estaba terminando una anualidad y anticipadamente se unían las personas regocijadamente en los hogares, los anfitriones de hoy eran los asistentes de mañana, se intercalaban los roles para compartir deliciosos platos, risas y deseos.

En la primer cena a la que asistí los dueños de la casa habían preparado todo con un notable esmero, adecuaron la mesa que estaba en la sala, dispusieron las sillas y ubicaron en el centro y a su alrededor los alimentos para que cada uno se sirviera paulatinamente y a su antojo, como es de costumbre cuando se comparte el menú con un numeroso grupo de gente. Observando su particular estilo para comer con los palitos y una agitación amable de conversaciones inacabables de pronto se inició una cadena espontánea de brindis que me llamó la atención.

Cualquiera se levantaba de su asiento, y con la bebida en la mano, se dirigía a alguien más para manifestarle positivas aspiraciones sobre su porvenir. Fue cuando mi amiga me indicó en secreto que lo más adecuado era acoplarme a esta práctica e intentarlo también; ya me esperaba algo así, sumergirse en la cultura implicaría ceder o abrirse un poco para actuar respetuosamente y acorde a ella. Aprendí entonces la fórmula verbal con la que debía comenzar y el orden jerárquico que debía seguir para llevarlo a cabo, e igualmente los demás miembros del banquete me incluyeron al ofrecerme un brindis. Los agradecimientos y las palabras bondadosas parecían no tener final, era algo natural y estupendo.

Este tipo de descubrimientos desprevenidos se habían convertido en una constante, y así, siguiendo tal parámetro, en una tarde se armó un plan familiar imprevisto que no entendía de qué se trataba, pero sin querer averiguar y esperando a que el destino lanzara su próxima carta sorpresa, abordamos el auto para dirigirnos hacia la dirección incógnita.

El recorrido por la carretera despejada y solitaria sembró un aire de tranquilidad, después alcanzamos el objetivo, y entonces nos dispusimos a caminar por un espacio amplio en el que solo se veía un cielo gris, esqueletos de árboles a lo lejos con sus ramas entrecruzadas y secas mangas y sembrados que abarcaban metros de distancia, parecíamos haber llegado a uno de los confines del mundo.

A orillas del Río Yangtsé
长江
Un paso tras otro, la mirada expectante y la mente casi en blanco alistándose para dejarse envolver por la maravilla que en instantes se le aparecería: el río Yangtsé. Sencillamente desbordante, impensado y conmovedor, su inmensidad lo hacía semejante al mar, desvanecido en el horizonte por una neblina espesa que cubría a los barcos alejados de un blanco ceniza; el suelo resquebrajado y el montón de piedras dispersas en su orilla se prestaban para hacerse la idea de que se paseaba a lo largo de una tierra perdida, sitio predilecto del poeta enamorado que habría de dejar que su inspiración volara tanto como el viento que se recreaba en aquel momento.        

Así fueron transcurriendo los días que antecedían a la grandiosa fecha. Yo seguiría con el alma abierta para respirar más cultura, más naturaleza, más serenidad… seguiría marchando por ese túnel de otra dimensión, en la que me guiaba la vida con los brazos abiertos y en el que no era capaz de imaginar cuál sería la fortuna que me depararía el mañana.


Escrito por 玛利亚 (María Adelaida Galeano P.)



* Este escrito hace parte de la serie de relatos Experiencia de Vida en China, que a manera de diario de viaje comparte una de las integrantes del Semillero de Investigación en Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas a partir de su vivencia académica en ese país. Los demás capítulos se pueden encontrar en la sección Descubriendo China de este blog.
**入乡随俗。(rù xiāng  suí sú).

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