lunes, 18 de enero de 2016

CAPÍTULO 22: RECUERDOS…*

(De la Serie: Experiencia de Vida en China)


La palabra equivale a la voz del corazón.**
Proverbio chino


Cuando era niña y me asomaba desde el balcón veía inmensas montañas que rodeaban en círculo mi casa y el barrio, eran gigantes verdes, de metros y kilómetros de longitud, me resultaban tan enormes e imponentes que no dimensionaba su verdadera lejanía, recorrían tanta distancia que por un tiempo me creí con firmeza la ocurrente conclusión a la que había llegado: vivía en el centro del mundo. Parecía que estaba en el fondo de este gran valle, en el hoyito, y que desde allí observaba al resto del planeta hacia arriba, pensaba que tenía a la vista a los demás países, ciudades y continentes. Me convencí de que con una mirada desde el balcón estaba viendo todo eso y me sentía feliz, el mundo en su plenitud era sencillamente accesible…

Pasaron los años que se encargaron de borrar esa creencia, pasaron más años, y las experiencias inesperadas me demostraron con contundencia otra cosa… Han pasado semanas y meses desde que reanudé esta serie, estaba en deuda de escribir este otro capítulo, de digitar palabras para cerrar nuevamente otra etapa, pero jamás para terminar el vínculo con los lugares habitados, con todo lo vivido y con la esperanza de volver. Más que una deuda con quienes posiblemente lo lean venía siendo una deuda conmigo misma, como si se tratara de un tránsito oficial a la fase que le sigue. No creo que sea el momento para revivir cada suceso y cada actividad realizada en aquel campamento, el cual me llevó a retomar los escritos, sino más bien para darle sentido a los recuerdos, de saber qué son ahora, en qué se han convertido y qué evocan.

Lo que he descubierto, es que recuerdos los hay de distintos tipos. Están los que fugazmente generan simpatía, cuando en el momento cotidiano menos pensado, caracteres chinos brotan de algún lugar y la mente inquieta no tiene más opción que querer leerlos; están también los recuerdos que se añoran y dan tristeza de no volverlos a tener, y lo único que queda es escuchar la pieza musical exacta que los trae de vuelta a la mente, o por lo menos, lo más cerca posible; están los que se piensan, sí, los que por algún diálogo con alguien uno devuelve la película en su memoria para detectar los momentos que contienen las respuestas al tema de conversación.

Por otro lado, están los que hacen sonreír y anhelar con inevitable cariño las figuras que reposan en las fotografías, encargadas de recalcar que estaba despierta en medio del sueño; están los que fantasmalmente se pueden revivir, mediante el intento de pasearse imaginariamente por los sitios habituales, escuchando voces y sonidos particulares, desentrañando ambientes desde los que me intrigaba por el futuro y el presente; hay recuerdos que se llevan puestos, que se tocan, se acomodan y se quitan, que acompañan por un día, compartiendo la energía de su fuente originaria. Y hay otros que a lo mejor valen mucho más que todos los que he mencionado, porque habiéndose cultivado allí, nacieron del interior, hicieron crecer, sentir, son un regalo del vivir para seguir viviendo, aprendizajes que se quieren tener siempre frescos, que dan madurez y abren senderos para disfrutar y afrontar la vida.

Son recuerdos que no mueren por pertenecer al pasado, pues estos tienen la cualidad de existir en alguna parte de uno… así como aquel pensamiento ingenuo de poder ver el mundo entero, desde un balcón y sin tener que viajar en un avión y cruzar mares, conservaba su magia. En ese momento, mi imaginación no sospechaba que detrás de esas montañas había muchas más, que el territorio se extendía y lo que creía que era el centro del mundo no era más que ficción. Sin embargo, la posibilidad de estar allí, lo que había creído cercano a mi mirada, estando en realidad tan lejano en el espacio físico, resultó ser un privilegio inigualable, una doble aventura que no escapó a pesar de que las apariencias de accesibilidad se hubiesen disuelto en el tiempo y en razonamientos ya más escasos de inocencia.   

Una vez más agradezco a China, tierra donde ser extranjera fue agradable a medida que descubría y se abría paso al encantamiento; lugar este que la mayoría de ocasiones me generó la sensación de que todas las personas con las que trataba eran nobles; tierra para lanzarse a vivir libre, independiente y con autenticidad. Tierra de mis recuerdos, amistades incondicionales y a quien retornaría la misma calidez de su bienvenida.





Escrito por 玛利亚 (María Adelaida Galeano P.)




* Este escrito hace parte de la serie de relatos Experiencia de Vida en China, que a manera de diario de viaje comparte una de las integrantes del Semillero de Investigación en Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas a partir de su vivencia académica en ese país. Los demás capítulos se pueden encontrar en la sección Descubriendo China de este blog.
** 言为心声。(yán wèi xīn shēng).