sábado, 19 de octubre de 2013

CAPÍTULO 3: ESTO HUELE A CHINA… *

(De la Serie: Experiencia de Vida en China)


Una hoja que obstaculiza la vista, impide ver la montaña Taishan.**
Modismo chino

Había llegado la hora, era momento de partir y no había marcha atrás, la suerte estaba echada y las apuestas por lanzarse a una nueva etapa habían alcanzado su punto; la alegría, el susto, la ansiedad y la emoción por fin se encontraban frente a su determinante causa. Iba camino al aeropuerto, no se me olvida que la luna estaba llena, así que gozaba de su belleza en la que sería mi última noche en Colombia, anhelando que esto quizás pudiera significar un buen presagio.

Luego, el cruzar la puerta, la última, mientras me alejaba poco a poco de algunos de mis familiares; tomar las maletas de mano, una chaqueta y dar el paso definitivo, esperando dejar, esperando llevar, esperando ir por más… cargando ilusiones e impulsada por sueños.

El tener la oportunidad de vivir un recorrido entre largas esperas en los aeropuertos y eternas horas de vuelo tiene su mayor impacto en los sentidos. No se puede escapar entonces a cosas tan sencillas y profundas como lo es la sensación de despegar, o ver cómo se confunden el azul del cielo y el azul del mar a través de la ventana, y a medida que se va avanzando, observar que cada vez son más los rostros con rasgos orientales los que ocupan los asientos de los aviones.      

Esta experiencia de viajar y después llegar a un país extranjero, además de la adrenalina que por supuesto implica y de las características obvias que lo rodean me traen a la mente algunas reflexiones; y es que antes de cualquier análisis concienzudo sobre los aspectos culturales o sociales que uno se pudiera formular, se derivan elaboraciones precisamente a partir de esos detalles mínimos. 

Lo que más me cuestiona tiene que ver con las formas. A lo que me refiero es a que cuando nos acostumbramos a vivir en un entorno específico, este definitivamente tiende a determinarnos, él mismo nos indica cómo relacionarnos y qué hacer para encajar en él. El salir a otros espacios y ver otras figuras, degustar otros sabores, entender otras lógicas, escuchar otra articulación de palabras en el habla, en fin, sentir y percibir diferente, trae consigo un ambiente fresco para el cuerpo que estaba ya habituado a otra realidad, o mejor, a su realidad.

Y es que luego de dos días y medio de viaje, al momento de llegar, e incluso hasta unas semanas después, todavía se me venían a la memoria recuerdos tan vivos de los sitios, de la gente, de mi tierra, respecto al cual habría desarrollado un sentido de pertenencia, haciendo que este encuentro inevitablemente me rodeara de una serie de preguntas, simples y razonables al mismo tiempo, basadas en los por qué: ¿Por qué la gente actúa de cierta manera? ¿Por qué ese olor característico que parece inundar todos los lugares? ¿Por qué se acostumbra a hacer lo uno o lo otro? ¿Por qué en las calles los semáforos parecen estar al revés? ¿Por qué a veces la luna se ve de color amarillo? ¿Por qué, por qué, por qué…?

Me surge la inquietud de si podríamos hablar entonces de esquemas sensoriales. Es decir, ¿Hasta qué punto desarrollamos cierta dependencia o qué tan ligados estamos a los componentes de nuestra realidad inmediata? ¿Hasta qué punto nuestros sentidos logran acostumbrarse a las formas, a las figuras, a ciertas vías para interactuar y construir el entorno? Y si efectivamente nuestros sentidos están influenciados en tal medida, ¿terminaría esto por generar también en nosotros esquemas mentales de otro tipo?

El crecer y el estar inmersos en determinada cultura, bajo ciertos parámetros sociales y siguiendo prácticas repetitivas que nos ubican en algún sitio y nos dan identidad, pareciera tener un efecto que nos va acondicionando como sujetos, que nos impide sorprendernos, que nos adecúa, fácilmente ocasionando que nuestra perspectiva de todo lo que sucede alrededor goce de perfecta normalidad.

El vivir esto me pone a pensar en que quizás deberíamos rescatar ese momento, esa hora de la vida, en que todo era un por qué, cuando todavía cualquier objeto o acontecer era algo nuevo, cuando a todo se le buscaba una razón, cuando a todo se le encontraba una “gracia”.

¿Por qué no cuestionar y hacer visibles para nosotros mismos esos esquemas sensoriales, o quizás las sospechas de esquemas mentales? ¿Por qué no mantener despierto el espíritu inquieto?

Defiendo la idea de que ante todo somos humanos, seres sensibles, y de allí lo importante de tener un sentido de admiración hacia la naturaleza, las tradiciones, los diversos saberes. Lo interesante entonces está también en ser conscientes de que esta construcción está mediada no solo por sensaciones, también el tejido social en el que nos educamos o desenvolvemos maneja sus propias “directrices”, que menos o más intuitivas, se apropian de una dinámica de vida, y no por eso han de dejar de ser susceptibles a cuestionamientos.     



Escrito por 玛利亚 (María Adelaida Galeano P.)




* Este escrito hace parte de la serie de relatos Experiencia de Vida en China, que a manera de diario de viaje comparte una de las integrantes del Semillero de Investigación en Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas a partir de su vivencia académica en ese país. Los demás capítulos se pueden encontrar en la sección Descubriendo China de este blog.
**一叶章目,不见泰山。(yīyèzhàngmù, bùjiàn tàishān).

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