miércoles, 6 de septiembre de 2017

RECORDANDO A HÉCTOR ABAD


Camila Pérez F.


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Imagen tomada de: http://www.elmalpensante.com/articulo/3326/el_dilema_de_hamlet



“A sus 66 años, Héctor Abad Gómez, no solo era el más representativo defensor de derechos humanos en la región, sino que figuraba como precandidato a la alcaldía de la ciudad. Era médico de profesión, pero lo suyo siempre fue la promoción de la salud pública. Por eso fue secretario de Salud de Antioquia en varias ocasiones, diputado de la Asamblea del departamento, y representante a la Cámara. Escribió cuatro libros, incontables ensayos y, al momento de su muerte, oficiaba como columnista habitual de los periódicos El Mundo de Medellín y El Tiempo de Bogotá.

En uno de los bolsillos de su camisa fueron encontrados dos documentos: una lista de amenazados de muerte entre quienes figuraba él junto a otros abogados, periodistas, defensores de derechos humanos, artistas o funcionarios públicos; y también un poema de Jorge Luis Borges titulado “Epitafio”. Dos décadas después, su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, publicó el testimonio literario “El olvido que seremos”, en el que rindió culto a la memoria de su padre y de paso retrató lo que significó éste duro momento para el presente y la historia de Antioquia.”
La segunda arremetida. Tomado de: Edición Especial 1987 Antioquia bajo el yugo paramilitar. El Espectador



Epitafios. Jorge Luis Borges
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quién fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.

En el bolsillo de Héctor Abad abatido por la eminencia de la violencia, este poema cobra todo el sentido para una memoria que tiene el deber de no olvidar a quienes resistieron lo más doloso de una historia que comenzó a partir de negar la humanidad del “otro”.

Sin duda, la recopilación de relatos en torno a ese momento por el que pasó Medellín, en función de un sentido homenaje a ese mes de agosto del 87, y en general a esa época de profunda violencia paramilitar en el seno de las ciudades más confluidas, me lleva irremediablemente a pensar sobre la posición política de los jóvenes de mi generación, después de todo mucho hemos oído ya sobre las causas, explicaciones, disertaciones, reclamos y de más, sobre lo que pasó en una época de la cual no podemos ingenuamente dejarle toda la culpa al odio a la diferencia, sin contemplar la complejidad de unos tiempos productos de ejercicios de poder económico, social y culturales hegemónicos que han transversalizado toda nuestra historia como pueblo.

Mi preocupación por nuestra postura política parte de una nostalgia de tiempos que aunque fueron realmente agonizantes, donde el hombre perdió su humanidad y se convirtió en objeto de la violencia, paradójicamente también fueron tiempos movidos por la fe en la esperanza y la pasión por la ideas; naturalmente una nostalgia que no cabe a las alturas de estos años donde somos protagonistas nosotros, los hijos que vimos no solo como se caía un muro en Berlín, sino como se derrumbó el último “gran relato” de la historia, de esos que en algún momento en el Siglo XX, unieron a pueblos enteros para resistir tiranías, enfrentar guerras y a derrocar dictadores; nosotros los que ahora estamos tumbados ante la náusea de la historia y a la completa desesperanza por el mundo.

Considero que esta nostalgia partió cualquier día de mañana en el patio de mi casa un domingo, bajo el calor abrazador del valle del Sinú y leyendo los periódicos con sus desilusiones implícitas por este país; o en algún sitio cerca de ese río que lleva en sus aguas también muchas violencias, pero que mirando la tarde tal vez escuche historias de amenazas a mechudos de la universidades públicas en el contexto de los años 70, de la imagen fatídica de los presos políticos, de los atentados a los sindicatos, de las “cartillitas” de Mao Tse Tung contra las de Lennin, de las camisetas con el estampado del Che Guevara que se perdieron huyendo de los bolillos de la policía, de las llamadas atemorizantes a las esposas de los líderes de los sindicatos, de los momentos de temor por perder a los “camaradas”, pero también de las borracheras en las residencias estudiantiles de la Universidad Nacional cuando a alguno de todos esos flacos, les llegaba de su tierra algo de dinero para solventarse tan lejos de la casa, en fin, las memorias de esas luchas contra ese gran Leviatán que no solo representa de un lado a un Estado homicida, sino en sí a una cultura de poder de dominación, una cultura de la “otredad”, una cultura de la negación de la humanidad del más próximo. Creo que en algún momento cualquiera, escuchado esos pasados, creí que a mí también me iba a tocar luchar desde esa misma barricada contra ese enemigo.

Y fueron sueños, íntimos anhelos de vivir la vida apasionadamente, de creer que algún día iba a estar convencida de que la expresión “Revolución o muerte” sería un paradigma ético de actuar para mí, sin embargo, esos nunca fueron mis tiempos; aun así, esa nostalgia no fue palpable sino hasta que pase por la puerta de un gran gigante gris que me dio la bienvenida en una ciudad llena de flores no solo rojas, sino de muchos colores.

Un momento real, donde se siente la inmanencia de la belleza de la vida, la vida aparecida arrojándote a luchar contra ella cada día, no podría describir con palabras precisas lo que es estar delante de una gestora de la historia misma, de tiempos que no me tocaron, de sueños que no soñé, de sangre que no llore, de esperanzas que no me mantuvieron viva; pero esos sueños, esa sangre y esas esperanzas del pasado nunca pesan más que en las manos de quienes deben inmortalizarlas en el presente. Es una irresponsabilidad apenas de cínicos no asumir cargar con esa cruz, que por mucho tiempo nos pesará en un escenario público tan incoherente como el nuestro, pero también nos hará contemplar que la humanidad es algo que nos toca defender a todos.

Hoy, no hace mucho tiempo que llevo conociendo a “El almita” -como de cariño le digo a la Universidad de Antioquia por ser el conflujo de muchas almas que vio crecer y que hoy llevamos en nuestro actuar todos los que cada día nos levantamos para ir a verla, pero sobre todo para sentirla mas cerca de mi espíritu, no solo como un centro académico-; pero cada día aprendo más de su naturaleza intransigente y contestataria aunque cada vez más frágil, agradeciéndole con religiosa devoción la oportunidad de llenar espacios profundamente dogmáticos y positivos con la vida misma, con su alma misma.

Mi papel con El almita, mi papel con la dignidad humana y mi papel frente a la vida y la historia, son preguntas que frecuentemente me atormentan y me deja sin sueño de vez en cuando, por que tal vez considero que la verdadera lucha para que se rompan los paradigmas epistemológicos que están soportando esta locura inhumana, no se puede seguir haciendo desde la barricada de los molotov, las papa bomba, las piedras mal ubicadas y los discursos ideologizantes (por lo menos no toda la lucha), sino que se debe proceder desde la barricada de la profunda, consciente y comprometida reflexión acerca del conocimiento y el lenguaje que nos domina y nos condiciona; sin embargo, nunca me dejaré de preguntar si será que realmente algún día la historia también me absolverá por creer así.

1 comentario:

  1. Somos el olvido que seremos pero somos también el recuerdo de lo que fuimos, así: todo en plural: estamos llamados a ser y sentirnos unidad con quienes dan la vida por la defensa de la vida.

    "no podría describir con palabras precisas lo que es estar delante de una gestora de la historia misma, de tiempos que no me tocaron, de sueños que no soñé, de sangre que no llore, de esperanzas que no me mantuvieron viva; pero esos sueños, esa sangre y esas esperanzas del pasado nunca pesan más que en las manos de quienes deben inmortalizarlas en el presente"

    Muy bello... esos sueños, esa sangre y esas esperanzas no sólo pesan en nuestras manos, también crecen en nuestras espaldas como las alas con las que la historia podrá ser liberada.

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