lunes, 13 de mayo de 2013

CUENTO



EL RELOJ DE LA VIDA

Cuando era pequeño, más exactamente, cuando tenía seis años de edad, tuve una conversación con mi abuela acerca de mi futuro. Mis padres me habían dado el peor de los ejemplos, sus ansias egoístas y consumistas habían destruido a nuestra familia y habían acabado con sus propias vidas. Además de mi abuela, sólo tenía a unos tíos que se hacían a cargo de mí, en aquella ocasión, esta me preguntó qué era lo que anhelaba hacer de grande y cuáles eran mis mayores sueños, yo le respondí que lo que más quería era ser alguien completamente diferente a mis padres, que no quería repetir su historia; soñaba con muchas cosas: quería ser un superhéroe para combatir las injusticias y no volver a ver tanto sufrimiento, también quería salvar vidas y descubrir curas para las enfermedades de la gente, y a veces, me sentía atraído por mis ídolos de la música, quería ser como ellos, para llevar a través de las canciones mensajes restauradores. Mi abuela concluyó que entonces podía ser alguien valioso para la sociedad si seguía esos sueños, “ya eres alguien importante, -me dijo- pero si creces sin perder la ruta, entonces podrás ser una luz de transformación desde donde estés, sin importar a lo que elijas dedicarte”. Así que le pregunté: “¿cuál es esa ruta? ¿Cómo sé qué camino seguir para no perderme como mis padres? ¿Vas tú a guiarme?”.A lo cual ella respondió: “La ruta está dada por los sinceros deseos que tienes de ayudar a los demás; en el camino que sigas, cualquiera que sea, debes estar atento a las necesidades sociales, al respeto de otras culturas, cosmovisiones y a la naturaleza misma, y no olvides algo: edúcate a ti mismo, no dejes que los demás piensen por ti, forma tu propio criterio y lucha siempre por ser libre”. Después de esto me entregó una caja roja cuidadosamente decorada, en su tapa decía “El Reloj de la Vida”. Pasado un tiempo mi abuela murió.


La caja que se me había regalado tenía varios sobres, todos marcados con un número diferente, y yo debía destapar el indicado al alcanzar la edad correspondiente a cada dígito. Así fue como El Reloj de la Vida marcó mis diez años, efectivamente al interior de la caja había un sobre con el número diez, entonces pasé a leer la carta de mi abuela:


El día de hoy, en tu cumpleaños número 10, empiezas a cursar una etapa de tu vida en que la curiosidad será fundamental para ir definiendo tus principales preocupaciones y conocer tus aspiraciones. No te prives de descubrir, busca respuestas y evalúalas.”


El mensaje motivó mis deseos de indagar, en la escuela trataba de aprender y divertirme lo más que podía. No tardé en darme cuenta de que esas preocupaciones tenían una tendencia por el área de las humanidades, y me cuestionaba, ¿qué era eso de las humanidades? Pensaba en lo que ese término evocaba, me llevaba a imaginar un planeta en el que todos los seres humanos eran reconocidos, considerados parte vital de lo que somos en conjunto: una misma especie. Pero entonces si era así, ¿por qué tantos sufrían un trato discriminatorio? ¿Por qué las jerarquías nos dividían, obligándonos a competir bajo un ritmo despiadado que imponía el mercado? ¿Qué desarrollo era ese? ¿Por qué nuestras riquezas no eran de todos, por qué no compartirlas?


Las palabras de mi abuela me dieron el impulso que necesitaba para continuar mis búsquedas, pero me daba cuenta de que las respuestas me llevaban a nuevas inquietudes que parecían conducirme a través de una cadena infinita.


Pasó el tiempo y El Reloj de la Vida marcó mis 15 años. Por esa época era un joven muy soñador, no había olvidado que mi mayor meta era entender mi mundo para poder intervenir en él mediante la generación de ideas que llevaran de alguna forma al progreso colectivo. Sin embargo, sabía que debía ser cuidadoso, mi abuela me lo había advertido: respetar otras culturas y sus perspectivas de vida, y por supuesto, la naturaleza. Pensaba que si ingresaba a una universidad a estudiar economía entonces tendría la oportunidad de saber cómo identificar las necesidades sociales y formular propuestas de solución. Por otra parte, pensaba que si estudiaba derecho haría una labor de justicia ayudando a los más desfavorecidos. Llegó pues el momento en que debía leer la segunda carta de mi abuela, la del número 15:


Ahora es cuando debes estar firme, pensar muy bien qué harás con tu vida y saber elegir entre los buenos y los malos caminos. Seguramente te equivocarás, pero eso ayudará a que madures poco a poco. No lo olvides: edúcate a ti mismo y permanece atento porque tu rumbo debe estar dirigido por tus propios sueños.”


Mi abuela no dejaba de sorprenderme con sus cartas. El mensaje era bastante claro para mí, no iba a defraudarla.


Transcurrieron años, terminé de crecer, cursé mis estudios superiores y conseguí trabajo con un equipo de colegas conformado por economistas y abogados, con el cual ya llevaba mucho tiempo. Tenía una vida tranquila y muy exitosa, no tenía de qué preocuparme. Un día encontré entre mis cosas algo que me llamó la atención, se trataba de una caja polvorienta que lucía bastante desgastada, entonces lo recordé en ese momento: era la caja que me había dado mi abuela un poco antes de morir. La había olvidado por completo, así que la tomé entre mis manos y reviví el sentimiento de cariño que me tenía; en su tapa decía “El Reloj de la Vida”, me pregunté ¿qué la habría motivado realmente a ponerle ese nombre? El Reloj de la Vida ya había marcado muchos años para mí, no había sido constante en la lectura de las cartas, pero quería desatrasarme, así que tomé la tercera, la del número 20, que decía:


Ya no eres un chiquillo, enfréntate decidido a todo lo que se ponga ante tu camino. No cometas el mismo error de tus padres: creer que el conocimiento ya está acabado, que lo que dicen tus profesores son verdades absolutas y que no se puede hacer nada para lograr cambios en la sociedad. La educación despertará cada vez más tu mente, pero tú eres el encargado de descubrir qué se esconde tras ella, qué deja de decir; duda todo el tiempo, piensa en qué otras cosas se pueden crear a partir de lo que aprendes. No seas conformista, actúa.”


Luego de leer la carta quedé paralizado, ¡¿qué había hecho con mi vida?!, ¡¿qué había hecho con mis sueños?! Me di cuenta de que mi perspectiva se había difuminado con el paso del tiempo. Me había educado, sí, pero ¿qué clase de educación había sido esa? Cada vez que en la universidad un profesor nos enseñaba parecían disolverse todas las críticas posibles, nos acoplábamos a una verdad, a una realidad que empezamos a considerar inmodificable, en la cual debíamos buscar una ubicación adecuada para cada uno de nosotros, los estudiantes, que en algún momento tendrían que ser profesionales de alta calidad para tener algún valor social. Eso era lo que hacía en aquél momento, reproducía todo el conocimiento adquirido, nunca lo había cuestionado lo suficiente. Tal vez si hubiera leído la carta a tiempo no me hubiera convertido en lo que mis padres también habían sido: agentes al servicio de un sistema porque ni siquiera tenían la disposición de ver cuáles eran sus fallas, ¡por creerlo perfecto y normal!


Sin esperar más abrí la carta que seguía, era la del número 30:


Eres un hombre maduro. ¿Recuerdas lo que alguna vez te dije sobre ser una luz de transformación? Pues es el momento de que lo pongas en práctica a plenitud, estarás en la edad de conformar una familia y deberás dar buen ejemplo. Recuerda que debes escuchar a otros, respetar sus opiniones, sus costumbres, su manera de asumir la vida y la existencia misma; atiende a las necesidades sociales y contribuye a solucionar sus problemáticas, sé esa persona que con sus actos ilumina a los demás para creer que otra realidad, una más justa para todos, es posible construirla desde ahora.”


No resistí más, el llanto no se hizo esperar. Me sentía culpable, ¿cómo era posible que hubiera olvidado los consejos de mi abuela? Me había convertido en una máquina para el trabajo, un trabajo que no hacía más que arrebatar a las comunidades sus pertenencias, sus tierras, su hogar, dándoles a cambio un pago ínfimo, sin escuchar sus voces, sus necesidades, e invisibilizándolas con el destello de la riqueza que un ambicioso negocio nos prometía sin lugar a dudas a mí y a mi equipo. Sentía que no podía ser ejemplo ni de la más mínima virtud, no era luz para nadie.


Quedaba una última carta en la caja, su número todavía no había sido marcado por el Reloj de la Vida, me faltaban algunos años. Pero decidí no cometer otro error, así que pasé a leerla, el dígito era el 40:


Estas son mis últimas palabras. Cuando eras muy pequeño me preguntaste si te guiaría, así que te entregué la caja del Reloj de la Vida; no porque con unas simples cartas fuera a mostrarte cuál debía ser tu camino a recorrer, sino porque sentía que necesitabas de esos mensajes para que no permitieran que te olvidaras de quién habías sido cuando eras un niño y lo que te había dicho respecto a tu futuro. ¿Sabes por qué la nombré El Reloj de la Vida? Precisamente por la misma razón: el tiempo transcurre y los años, como un reloj, van marcando horas, momentos, etapas de tu vida que no tienen por qué pasar desapercibidas, todas son muy importantes, te permiten evolucionar y crecer como persona, y es allí cuando deberás estar atento a que las ilusiones no se pierdan, a que esos sueños infantiles jamás dejen de alumbrar tu corazón. Si tu ruta estuvo orientada por esos anhelos, sigue adelante, si no fue así, no te angusties, ese sería tu destino. Lo mejor es que siempre te respondas a ti mismo: ¿qué estoy haciendo a esta hora de mi vida para que mis sueños nobles dejen de ser una fantasía?”


El mensaje era contundente. Había aprendido una gran lección. Comprendí el valor de no dejar de soñar, de no abandonar esas utopías que de pequeño me había formulado y que de adulto olvidé por dejarme envolver en el torbellino de un mundo desenfrenado, banal, áspero y competitivo. No hay que dejar que esos sueños se empolven en un rincón hasta el punto que no los podamos ver, como la caja de mi abuela. El educarse a sí mismo, pensar por sí mismo y escuchar a otros, constituirán parte de la brújula que me indicará el camino. Leer la carta a tiempo, la carta de nuestras propias ilusiones y nuestras propias pautas para ser persona harán la diferencia en el Reloj de Mi Vida.



Escrito por María Adelaida Galeano Pérez

Relato inspirado a partir de los temas estudiados en el curso-semillero de Sociología Jurídica y Teorías Críticas de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia (Noviembre de 2012).



3 comentarios:

  1. María, apenas comienzo a leer el blog; iré desatrasándome de a poco.
    Este relato me ha parecido muy bello y edificante. Siento que me sucede algo similar a lo que cuentas y sugieres en el texto, el cual tiene ya más de un año; y es que yo creo tener un pensamiento crítico respecto de la realidad social y política tan indignante que se vive en nuestro país y el mundo en general, porque también me siento abrumado por el modo de vida capitalista que ha esclavizado a los pueblos del mundo y ha convertido todos los aspectos de la vida humana en un vil negocio, pero al mismo tiempo me cuesta mucho comprometerme con la acción efectiva, crítica y revolucionaria en busca de un cambio social.
    Una parte de mi personalidad está indignada e ingenuamente sueña con un mundo mejor, pero la otra bastante escéptica me indica que no es mucho lo que se puede hacer por cambiar el estado de cosas en el que vivimos, que la desigualdad, miseria y explotación social continuarán hasta el final de los días porque la gran masa del pueblo oprimido está a su vez adormecido por la esclavitud moderna y consumista en la que vive.
    Quizá, solamente queda salvarse a uno mismo y a los más cercanos, antes de que ocurra el cataclismo; pero puede que algún día mire el reloj de mi vida y también logre reaccionar a tiempo para comprometerme con la lucha por la emancipación, la dignidad y el bienestar de todos. Leer este blog puede ayudar; ahí vamos viendo.
    Gracias

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    1. Juan Esteban, en primer lugar le doy la bienvenida a este espacio, le agradezco que haya leído el cuento y que nos comparta su perspectiva al respecto. Creo que comprendo su posición, nuestros sueños se ven enfrentados a una realidad que puede resultar muchas veces fatalmente desalentadora para aquellos. Precisamente le otorgué a los personajes del relato una carga simbólica muy definida para representar estas dos realidades: por un lado, los padres del protagonista de la historia encarnan en un primer plano el factor poder y la autoridad, por medio del cual alcanzaron a marcar hasta cierto punto el destino propio y el de su familia de una manera destructiva, en el otro plano, sugieren los errores de las generaciones pasadas al insertarse y sucumbir en el sistema; contrario a esto, la abuela quiere que su nieto no pierda el camino de sus sueños y sea firme, y este, se muestra seguro del error de sus progenitores cuando era un niño, antes de dejarse envolver por su medio.

      Yo pienso que no se puede abandonar el escepticismo, hay que mantenerlo para tener claro el panorama, pero también creo que es fundamental que las utopías y las ilusiones sean siempre el blanco al cual la flecha le busque apuntar, sin importar el terreno en el que toque batallar, y quizás hasta se deba empezar por ahí, pues esta sociedad nos ha acostumbrado a vernos a nosotros mismos como seres perversos sin remedio en una guerra eterna, y yo por lo menos, lamento que nos lo hayamos creído hasta convertirlo en una realidad y repetirlo no sólo en palabras sino también en actos. Pienso que hay que develar y motivar esa capacidad de bondad del ser humano, por eso un primer paso a darse pueda ser la confianza hacia la calidad como personas que somos todos, la perseverancia en las metas sinceras y personificar, desde quien se es, esa luz para compartirla e intercambiarla con los demás. Sé que puede sonar inocente o infantil, pero también esperanzador y alentador, dependiendo desde donde se le mire y de lo que se quiera construir. Ojalá a todas las personas El Reloj de la Vida nos marcara momentos transformadores, sin perder el timón de nuestro camino. Y estoy de acuerdo con lo que dices, la existencia de espacios como este puede ayudar en cierta medida, ahí vamos viendo.

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    2. María, muchas gracias por la bienvenida y las reflexiones de tu respuesta. Todo lo que dices estimula mi pensamiento y lo tendré en cuenta para reorientar el timón mi camino y mis acciones. Hasta pronto.

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