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jueves, 22 de febrero de 2018

HUNDIR A PETRO, CUESTE LO QUE CUESTE


Fotografía del autor de este artículo

Por: Gonzalo Galindo Delgado[1]
@gonzagalindodel


Por primera vez en nuestra historia, desde Gaitán, la clase política colombiana tiene miedo. De allí su designio: hundir a Petro, cueste lo que cueste.


Puede gustarnos o no, pero el fenómeno más sorprendente de la coyuntura política reciente en Colombia tiene nombre propio: Gustavo Francisco Petro Urrego.

En un país derechizado por efectos de su historia, su dirigencia y la incapacidad de la izquierda, Petro, un exguerrillero perseguido ferozmente por la Procuraduría de Ordóñez, la Contraloría de Cambio Radical y los medios de comunicación del Grupo Ardila Lule, la familia Santodomingo y el señor Luis Carlos Sarmiento Angulo; un ciudadano embargado, sin partido político, sin maquinaria económico-electoral, sin socios relevantes en el mundo político, sin medios de comunicación que le sean favorables y sin portavoces de renombre dentro de los generadores de opinión; él, Gustavo, defendiendo en su discurso la paz, la justicia social, ambiental y de género, en franca confrontación con la oligarquía del país, lidera la intención de voto para ser presidente de Colombia y llena las plazas de todo municipio al que va: Pasto, Sincelejo, Santander de Quilichao, Popayán, Ibagué, Tunja, Bogotá, Quibdó…

¿En Colombia? ¡De no creer!

Mutatis mutandis, el fenómeno recuerda el estallido de los indignados y la emergencia de Podemos en España. Cuentan los arquitectos de esta organización electoral, doctores en Ciencia Política y profesores de la Universidad Complutense de Madrid, que España, como Colombia, era una sociedad derechizada y políticamente adormecida en la que a nadie, ni siquiera a ellos mismos que lo llevaban estudiando y soñando toda su vida, se le pasaba por la cabeza la posibilidad de una conmoción democrática como la desencadenada por el Movimiento 15-M. Su explicación, a la postre, fue esta: Las élites económicas y políticas tradicionales de España sufrieron una crisis orgánica. En palabras llanas, querían decir con esto que el consenso y el liderazgo que tales élites habían logrado sostener sobre la sociedad civil, se estaba derrumbando estruendosamente ante su inoperancia, su corrupción, su mentira, su ineficacia, su inmoralidad, su latrocinio. Los españoles se “mamaron”. ¿Nos estaremos “mamando” nosotros también? ¿Crisis orgánica?

A Pablo Iglesias, candidato por Podemos en España, como a sus homólogos Jean-Luc Mélenchon de Francia, Jeremy Corbyn de Inglaterra y Bernie Sanders de Estados Unidos, en sus respectivas justas electorales, las viejas élites políticas y mediáticas salieron a escupirles: ¡Venezuela! ¡Venezuela! ¡Venezuela! Sí, no se usó el término de “castrochavismo” en Estados Unidos y Europa pero, aunque parezca increíble, los españoles sabían muy bien quienes eran Nicolás Maduro y Leopoldo López al tiempo que ignoraban el nombre del Primer Ministro de Portugal, que gobierna a escasos kilómetros de Madrid. Las viejas dirigencias desataron la política del miedo amparada en la tan cacareada posverdad.

Para nosotros en Colombia no es nueva, ni la política del miedo ni la posverdad. La violencia y el analfabetismo político de nuestra sociedad han sido un caldo de cultivo para el despliegue de esas estrategias. Sin embargo, después de conocer los resultados de las encuestas que señalan a Petro como el virtual presidente de Colombia, nos enfrentamos a una circunstancia histórica inédita, al menos, desde Gaitán: ahora los que tienen miedo son ellos. Pero a un conjunto de parásitos, como lo es la clase política tradicional de este país, el miedo no los paraliza, los invita a una acción frenética que ya comenzó y que va a alcanzar dimensiones nauseabundas para lo cual habremos de preparar el estómago.

Es en este contexto en el que se entiende el esfuerzo denodado de medios de comunicación (Caracol, RCN, Blue Radio, Caracol Radio, Revista Semana, El Tiempo, etc.) de Germán Vargas Lleras, Iván Duque, Marta Lucía Ramírez, Alejandro Ordóñez y algunos líderes de opinión (en palabras del senador Robledo, “de los mismos con las mismas”), por construir mitos, acusaciones y falacias sobre el candidato progresista. Las seguiremos escuchando: Petro representa al Castrochavismo, Petro es de las FARC, Petro nos va a convertir en Venezuela, Petro nos va a expropiar: viene el coco y nos comerá. Ninguna resiste análisis.

Se han llegado a extremos francamente grotescos: No faltó la fake new de que Petro caminaba sobre unos zapatos de marca “Ferragamo” que costarían más de un millón de pesos. Ni siquiera esto resiste una búsqueda en mercadolibre o una simple pregunta en una tienda de zapatos. Pero el capítulo más lamentable, desde el punto de vista moral, de esta andanada de ataques impúdicos, está siendo protagonizado por Héctor Abad Faciolince y la Revista Semana, que supo hacer eco del primero para utilizar la figura insigne e impoluta de Carlos Gaviria Díaz con el fin de respaldar sus malquerencias políticas.

Carlos Gaviria fue y es un faro ético, que insistió de modo infatigable en el valor del argumento y de la verdad. Abad Faciolince eligió el insulto, “tramposo” le dijo a Petro en nombre de aquél (ni siquiera fue capaz de hacerlo a título propio), por supuestamente manipular actas del Polo Democrático  a sabiendas, astutamente, de que “su prueba” está muerta y no puede ya decir ni desdecir. Es de un razonamiento ético elemental suponer que algo que Gaviria nunca dijo públicamente, no puede ser afirmado tras su muerte en nombre de él, y menos prevaliéndose de una relación de amistad.

Petro, así como las personas cercanas a la dirigencia ejecutiva del Polo, testigos directos del teje-maneje del Partido, desmintieron a Abad Faciolince. Carlos Bula, por ejemplo, cofundador y secretario del Polo durante la presidencia de Carlos Gaviria, encargado del manejo de las actas, declaró que estas nunca fueron manipuladas por nadie, que era imposible por el mecanismo mediante el cual se las protegía y que Carlos Gaviria, hombre franco, no hubiera dejado en secreto un delito de esa gravedad (http://www.wradio.com.co/noticias/actualidad/es-falso-que-gustavo-petro-haya-modificado-las-actas-del-polo-carlos-bula/20180214/nota/3710721.aspx). Tras esa primera salida en falso el escritor antioqueño siguió prescindiendo del argumento, le dijo al candidato “populista” y “mal gobernante”. Este, de modo respetuoso, lo invitó a sustentar sus afirmaciones y debatir. Abad calló (todo esto puede verificarse en las cuentas de Twitter de Abad y Petro).

La Revista Semana, en cambio, eligió directamente el camino de la mentira, haciendo eco de la polémica entre Petro y Abad, para afirmar que Carlos Gaviria y Gustavo Petro “fueron protagonistas de la relación más tormentosa” de la izquierda: de nuevo usando la figura ausente y por todos respetada de Carlos Gaviria para hacer política cuando él, lamentablemente, ya no está. La Revista Semana, enconada defensora de Enrique Peñalosa y Néstor Humberto Martínez (quienes a su vez son enconados contradictores de Petro), afirma para sustentar sus afirmaciones grandilocuentes que después de que Petro le ganara a Gaviria las consultas internas del partido, este, ante las diferencias con aquél “Decidió volver a ser un militante raso, pero nunca acompañó a Petro en su campaña presidencial” (http://www.semana.com/nacion/articulo/carlos-gaviria-y-gustavo-petro-la-relacion-tormentosa-del-polo-democratico/557068). No me queda más que agregar este video, que está tan al alcance de todo el mundo como el precio de los zapatos “Ferragamo” de Petro en mercadolibre: a un solo click. En palabras del mismísimo Carlos Gaviria: “[Ante los]  rumores malignos, propalados por ya sabemos quiénes y de donde”: “una imagen vale más que mil palabras” https://www.youtube.com/watch?v=5aHpdOuzRgEn (prestar especial atención a partir del minuto 1:26 y tomar nota de los “dos propósitos” de Carlos Gaviria).

Por respeto a la memoria y al legado del maestro Carlos Gaviria Díaz exijo tres cosas. A Héctor Abad Faciolince: argumente, no insulte. A la Revista Semana: rectifique, no mienta. Y a ambos, elijan el camino que elijan: no utilicen la figura de Carlos Gaviria para insultar, para mentir o para fustigar a sus adversarios políticos. En una palabra: ¡respeto!

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Para terminar, deseo volver al principio. Estamos ante un escenario extraordinario y es claro que una cantidad inmensa de colombianas y colombianos, sobre todo jóvenes, ansiamos un cambio definitivo del rumbo de nuestra sociedad. Nuestra reivindicación está lejos de ser extremista, es más bien una cosa de sentido común en los días que corren: democracia en sentido sustantivo. Es decir: paz, educación, salud, moralidad administrativa, equidad de género, diversidad y respeto por las condiciones ambientales de nuestra existencia. Además de Petro, ¿hay alguien que pueda representar un proyecto tal? ¿un proyecto de cambio?

A las claras, la derecha colombiana representa el epítome de todo aquello que envejece, se agota, y que por tanto deseamos cambiar. Restarían Sergio Fajardo y Humberto de la Calle Lombana, hombres de buenas intenciones, pero no mucho más que eso. El primero por su líquido e insulso discurso político vinculado a su alergia histórica por las grandes reformas sociales que precisa el país. El segundo, por haberse paseado sin empacho, ocupando puestos de Registrador, Ministro, Embajador, Asesor o Vicepresidente en los gobiernos de Belisario Betancur (conservador), César Gaviria (liberal), Ernesto Samper (liberal), Andrés Pastrana Arango (conservador), Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos. Tampoco inspira confianza su sociedad comercial en un paraíso fiscal, como fue destapado por los Panamá Papers. Pero más allá de estos elementos de orden representativo y simbólico, las propuestas de ambos candidatos tampoco parecen acompasadas con las demandas de nuestro tiempo: la democracia radical, la economía de la globalización o el cambio climático, por solo mencionar algunas. En síntesis, nada va a cambiar si gobiernan los mismos (los uribes, los santos, los lleras), los que gobernaron desde siempre con los mismos (los de la calles) o los que no proponen un cambio fundamental sobre lo mismo (los fajardos).

A Petro le cambiaría muchas cosas, pero no puedo hacerlo, y él es la única posibilidad real, no de cumplir, pero sí de aproximarnos, paso a paso, a los sueños de grades demócratas de nuestra historia (pienso, a pluma alzada y de forma meramente enunciativa, en colombianos como Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliecer Gaitán, Bernardo Jaramillo Ossa, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro Leongómez, y, desde luego, Carlos Gaviria Díaz). Y sobre todo, Petro representa la posibilidad de hacer realidad los sueños de las mujeres y hombres, que desde el anonimato, en medio de la precariedad y la violencia, han luchado incansablemente por la dignidad.

Podríamos ver, este mismo año, dentro de sólo seis meses, al primer presidente anti-oligárquico y abierto a una democracia multicolor en toda la historia de la República de Colombia.

¿Se vale soñar?




[1] Investigador y abogado, egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, adscrito al Semillero de Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas de dicha institución. Interesado en el campo de estudios en derecho y sociedad desde una perspectiva crítica de las instituciones jurídico-políticas. Correo electrónico: ggdim_55@hotmail.com. Twitter: @gonzagalindodel

jueves, 11 de agosto de 2016

SOBRE LA POLÉMICA DESATADA POR LAS MARCHAS “EN DEFENSA DE LA FAMILIA”



Imagen tomada de: http://educatingourselves.blogs.deseretnews.com
/2012/09/24/education-reform-and-conservative-confusion/


¿Que el Estado es laico? Eso que lo digan los liberales, que en sus versiones epistemológicas, al analizar el Derecho y el Estado, defienden como fetiche la separación entre “ser” y “deber ser”, pero que, cuando abandonan la biblioteca y cogen el micrófono, empantanan, como los que más, las reflexiones sobre el Derecho, la Sociedad y la Política. Entonces lo normativo se vuelve descriptivo y viceversa, construyendo por esa vía mitos que sostienen la legitimidad de un orden social desigual y jerárquico.

Así, por ejemplo, respecto de la polémica que se comentará a continuación, la profesora Lemaitre[1] llegó a sostener: “¿Cómo resolver esta tensión? ¿A qué tienen derecho los niños y niñas? Esta creo es una pregunta difícil, incluso si uno parte del hecho ineludible que el Ministerio de Educación es un ministerio técnico, cercano a la ciencia más que a la fe religiosa, y sujeto a la ley y a la Constitución.”

Pero lo cierto es que el Estado no es laico, nunca lo ha sido y jamás lo será. Y la disputa a la que asistimos con ocasión de las marchas “en defensa de la familia” y de las “falsas cartillas del Ministerio de Educación Nacional”, es la disputa por la hegemonía moral defendida por las instituciones políticas…  sí, defendida, entre otros medios, por la ley y por las armas. Sin ingenuidades.

Ese es, en mi criterio, el centro del debate que ha sido empantanado por tirios, troyanos y liberales. Y es que, por otro lado, es muy difícil esperar otro resultado de una controversia que hunde sus raíces en la moral dominante de la sociedad colombiana y que además se da en un contexto de alta tensión y fuerte polarización por lo que se juega, económica y políticamente hablando, en las próximas justas electorales.

Seguiremos, entonces, leyendo y escuchando los improperios fascistoides de algunos de los militantes de la “familia” y los oportunismos de la extrema derecha nacional. Pero también veremos a profesores y analistas respetables como Julieta Lemaitre decir que una de las dimensiones del problema consiste en que se trata de un conflicto de derechos y valores constitucionales[2]; o a Juanita León tergiversar y simplificar grotescamente el problema con la afirmación según la cual todo fue “por una cartilla que buscaba evitar que los niños terminen suicidándose para escapar del bullying de los otros.”[3]; o a Héctor Abad Faciolince[4] defendiendo la tesis de que la orientación sexual es una condición ontológica (contradiciendo de esta manera lo que decía la cartilla realmente existente).

Y así el mainstream de la opinología nacional, nos llevará, si nos dejamos, a espirales de sofismas sin fin.

Pero habrá que responderles como Duncan Kennedy respondió Donald Dworking a propósito de su trabajo “Los derechos en serio”: lo que nos tenemos que tomar en serio es la ideología.


Adenda. Ojo, la estigmatización de los marchantes por parte del mainstream de la opinología nacional es peligrosa e inútil. El problema no puede ser reducido caracterizándolos como unos locos de extrema derecha, uribistas, ordoñistas, fundamentalistas, cristianos, evangélicos y ultramontanos. Allí es posible identificar aspiraciones morales respetables, que habrá que confrontar con altura democrática. La disputa es por la hegemonía.

Gonzalo



[1] Lemaitre, Julieta. ¿Qué es una ideología de género? Disponible en: http://lasillavacia.com/blogs/que-es-una-ideologia-de-genero-57494
[2] “Existe una tensión ineludible entre la enseñanza constitucional sobre la identidad sexual (donde la identidad sexual es socialmente construida y la libertad humana incluye el escoger una identidad sexual) y la enseñanza religiosa (donde la identidad sexual se ubica en los genitales que se tiene al nacer por voluntad de Dios.) Existe una tensión ineludible entre el rechazo religioso al deseo homosexual, y su protección por parte del Estado constitucional.” Ibídem.
[3] Juanita León. El ‘papayaso’ de Gina. Disponible en http://lasillavacia.com/historia/el-papayazo-de-gina-57495
[4] Consultar video del autor subido a la red social Twitter.