lunes, 30 de marzo de 2020

CORONAVIRUS: ENTRE LA CRISIS Y LA OPORTUNIDAD


Un virus, ¿coronado?

No me alcanzo a imaginar cuántas veces, desde su aparición, habremos pronunciado la palabra de nuestro nuevo contrincante a nivel mundial, un ser vivo que avanza a ritmo acelerado de cuerpo a cuerpo y que seguramente ha ganado una fama arrasadora en cada uno de los países. Cuando me enteré de que el COVID-19 había llegado a Europa, logrando romper su núcleo espacial original, supe que solo era cuestión de tiempo que alcanzara tierras colombianas, era claro que esta amenaza se encontraba ya a un solo paso. A pesar de que eran muchas las preguntas que me embargaban, entendía, por lo menos, que una faceta socio-económica estaba en grave riesgo y que los efectos para nuestro país podrían ser realmente graves, pues la parálisis que se replicaba de una ciudad extranjera a otra, a miles de kilómetros, lo demostraba. 

Y así fue, finalmente se registró el primer caso en Colombia y entonces pensé que en el próximo mes, o quizás dos meses después, este sería un tema obligado de reflexión colectiva por todas las implicaciones que desataría, sin embargo bastó una semana para que ello empezara a suceder. La situación fue tomando una fuerza tan impresionante y con tal agilidad, como lo sigue haciendo hasta ahora, que la idea de aislamiento social nos llegó de golpe sin dar tiempo a preparativos, últimos planes o despedidas. La cancelación de eventos y la interrupción a los ritmos de vida no se hicieron esperar, y desde ese momento, son cada vez más las voces de expertos, noticieros y cadenas de mensajes de todo tipo en torno al tema, los que acaparan nuestra atención. 

La educación virtual y el teletrabajo se tomaron las infraestructuras de las agendas en colegios, universidades, y aquellos espacios laborales donde es posible ejercer con las herramientas que nos ofrecen las tecnologías de la información y la comunicación; y a la par, las recomendaciones sobre el lavado de manos, formas sanas de saludar y demás cuidados iniciaron su difusión masiva. Así, nos esmeramos para que nuestras actividades no se diluyan, y quienes pueden, se llevan el estudio y el trabajo para la casa, bajo una sombra de incertidumbre, experimentando sensaciones que a lo mejor pensábamos propias de una película sobre el fin del mundo.

De inmediato, comprendí que estábamos en la fase temprana de una crisis sobre la que todavía no tengo certeza de cuánto más crecerá, en qué, ni mucho menos cuándo, irá a parar. Para ese momento, me preocupaba no únicamente por la fragilidad de nuestro andamiaje económico, sino también por el de nuestro sistema de salud ante esta pandemia, que observaba en mayor riesgo que lo que representaría la enfermedad misma.

Sin embargo, la investigación sobre esta amenaza global me ha permitido dimensionar con mayor precisión los peligros para la salud que implica contraer el COVID-19, ya que desde cierto ángulo me resultaba sospechoso que de repente se le prestara tanta atención a un fenómeno que contaba con una tasa de mortalidad más baja que otras enfermedades, y a lo que muchos podrían recuperarse desde la propia casa, por lo que no me resultaba disparatado conjeturar sobre una estrategia para desmovilizarnos políticamente, en esta época de agitación, movilización y lucha por los derechos.

Pero las cosas sí iban por otro lado y fui entendiendo: estamos en un desafío donde nuestro esfuerzo colectivo debe salvar vidas, principalmente, de la población más vulnerable, y que de paso, ha de evitar poner en aprietos al sistema de salud, teniendo en cuenta además que no contamos con una vacuna para combatir el virus. Y es que lo que menos me habría imaginado ya lo venían relatando otros testimonios: la carrera por la vida que libran médicos en Italia y España porque el número de pacientes supera su capacidad de respuesta, países que están colapsando ante toda la severidad del coronavirus. 

He supuesto, escuchado y leído sobre versiones que indican que la causa de esto es una conspiración de Estados Unidos contra China, y aunque por momentos he creído y dudado, y me han llegados pistas vagas y otras finalmente muy sólidas que lo señalan así, no estoy en condiciones para hacer una afirmación en ese sentido. De otra parte, me he encontrado con análisis científicos razonables que explican el por qué la humanidad habría sido la causante de este virus: los saltos zoonóticos no son realmente una novedad, ocurren todo el tiempo, son virus que se transportan de los animales a los humanos, lo que ocurre es que la combinación de la numerosa población humana, gran población de ganado, la alteración de los ecosistemas y la destrucción de hábitats naturales conllevan fácilmente a este tipo de fórmulas mortales que cada vez van ganando frecuencia, como lo indican Zambrana y Quammen (citados por Aizen, 2020; Aizen, 2020). 

En otras palabras, la destrucción de sistemas boscosos a gran escala, provocada por el capitalismo, la globalización y la industria alimentaria, está ocasionando no únicamente la desaparición de especies, sino también el contagio de virus. Los animales no son culpables, es nuestra actuación humana encaminada a manipular la vida de otros seres la que nos está poniendo al borde del abismo de la recesión global (Aizen, 2020). No soy fatalista ni he entrado en pánico, pero sí soy realista y estoy en actitud de alerta porque considero que solo comprendiendo lo que está pasando, previendo al máximo y vislumbrando opciones, podremos ser lo suficientemente imaginativos y unidos para continuar construyendo salidas.


Capitalismo 2020: sin corona, obsoleto y en jaque

Hallar una razón del virus sustentada en este desmoronamiento del medio ambiente que provoca el capitalismo no debería asustarnos, desde que tengo memoria, esta humanidad se viene repitiendo a sí misma la urgencia de cuidar a nuestro planeta, los demás seres vivos y los recursos con los que contamos, se nos viene insistiendo del impacto y carga que representamos para este sistema de vida. Por esto, la alerta que advertía en términos económicos no viene por cuenta de que el capitalismo como tal se vea golpeado, sino que, por muchas perversiones que este genere, como injusticia social, egoísmo, deterioro a nuestros ecosistemas y un largo etcétera, son las relaciones de dependencia que de este se derivan, las que albergan sujetos en estados de subsistencia frágiles, habituados a una formas y estilos de vida que se circunscriben a su arquitectura.

Esta dinámica capitalista guarda otros aspectos de fondo, que de hecho, hacen parte de la historia temprana del COVID-19. Me refiero a la inversión insuficiente y corrupción en el sistema de salud, que si no hubieran tenido lugar en años anteriores, hoy nos tendría mejor preparados para la pandemia; me refiero también a la privación que sufrieron los investigadores Bruno Canard y Peter Hotez, quienes desde distintos lugares del mundo trabajaron en la cepa del coronavirus y una vacuna para el mismo, respectivamente, pero que debieron terminar sus procesos por falta de apoyo y financiamiento (Castilla, 2020). Un abandono a la investigación que ahora cuesta miles de muertos alrededor de todo el mundo.

Y a esto se le agrega, para rematar, el trato dado al doctor chino Li Wenliang por parte de las autoridades de su país, cuando en su momento advirtió sobre el brote, siendo reprendido por una actuación tan responsable que si se hubiera acatado con toda la seriedad del caso, tal vez nos estaría ahorrando la cuenta diaria de estadísticas tan catastróficas (Yahoo noticias, 2020). Gobiernos que van perdiendo el control, científicos asustados, UCIs llenas, médicos que no dan más, periodismo intenso y el contraste entre mensajes de calma y la exigencia de tomar medidas contundentes, son varios de los retratos que por estos días hablan de que el mundo, como lo hemos conocido al día de hoy, está cambiando. 

Lo que no hubiera tenido que ser, pero que fue, se compone de factores que han contribuido a la consolidación de esta pandemia, en medio de un sistema indolente al que pareciera caérsele la corona por cuenta de un ser minúsculo que se multiplica exponencialmente, que va siendo obsoleto porque ya no es capaz de cargar con la máscara de ser la mejor solución a nuestros líos sociales, y que es puesto en jaque porque sencillamente no le queda de otra que ceder, si acaso quiere salvar vidas. 

La solución más acertada que encontramos para contener la propagación del virus es el aislamiento social a lo largo y ancho del planeta, y es ahí donde se presenta de manera categórica el reto a nuestras relaciones sociales y económicas basadas en el capitalismo: si nos negamos a morir enfermos, debemos encerrarnos en nuestras residencias, pero si lo hacemos, corremos el riesgo evidente de morir de hambre en el calor del hogar, o hasta sin él para quienes no lo tienen, claro, así lo sienten todos aquellos que no tienen posibilidad de desenvolverse en el teletrabajo y dejan de recibir ingresos. Como buen callejón sin salida, esto expone al capitalismo a una situación que lo reta enormemente, obligándolo a frenar la producción en gigantes proporciones para preservar la vida, y por supuesto, dar cabida a otras formas de relación que permitan el sustento de quienes dejan de producir.

Así las cosas, hacer lo contrario podría constituirse en un acto suicida, pues si no permanecemos en casa, sencillamente será la enfermedad la que nos consuma. En consecuencia, llegamos a los límites del capitalismo, los cuales han de romperse para que el suicidio no se dé por aquel otro lado de la inanición de los desventajados del sistema. Perder la corona, se traduce en que ahora le toca aprender a frenar, cuando nunca ha sabido de parálisis; en que le de primacía a otro valores como la solidaridad, a pesar de que lo único que le importaba era la competencia; en reconocer que la salud de cualquier persona es valiosa, sin importar que la indiferencia le era plenamente viable; en entender que somos seres humanos que sentimos, amamos y tememos, por encima de la frialdad acostumbrada de valorarnos en cifras que no desentrañan la inequidad social y nos pone a girar en torno a transacciones mercantiles. 


Una ventana de oportunidad: por un nuevo proyecto de vida global

Estos cambios necesarios y prácticamente obligados de los que hablo, se vienen viendo parcialmente en nuestro país, por un lado, gracias a la declaración del estado de emergencia, que ha permitido que se tomen ciertas medidas gubernamentales que no solo buscan la concreción del aislamiento social sino que también altera los flujos económicos, con el fin de apoyar a las poblaciones más vulnerables y el sector de la salud. No obstante, es importante señalar que no estamos exentos de decisiones bastante polémicas que no abordaré en esta ocasión, pero que sin duda nos deja la imperiosa tarea de estar alertas y hacer un estudio crítico de las decisiones de los mandatarios.

Por el otro lado, se viene contando también con las iniciativas de las administraciones locales, ciudadanas, empresariales y universitarias, basadas en la protección colectiva, el acogimiento y la colaboración, brindando propuestas y hasta acciones concretas dirigidas a manejar el reto del coronavirus. Es conmovedor y esperanzador, por ejemplo, ver que voluntarios y redes de amigos actúen a favor de los adultos mayores, vendedores ambulantes y trabajadoras sexuales que ven cesar su sustento diario, o que se encuentran afectados por no tener forma de estar afuera. Es claro que el gobierno tiene obligaciones en atender esta emergencia sanitaria, pero rescato y le doy mucha importancia también a que nos reconozcamos como sujetos políticos capaces de generar cambios y aportar creativamente para contrarrestar los efectos de esta pandemia.

En todo caso, es deseable que las acciones adelantadas y los discursos difundidos por la rama ejecutiva en todos sus niveles, no se ciñan al temor natural que puede generar la enfermedad, o al afán de evitar la antesala de un estado de naturaleza, esto es, que en el fondo realmente respondan a un interés colectivo y bienestar general. Mientras tanto, otra de las caras del COVID-19 se despliega en todas las casas donde hay lugar a experiencias que acercan a través del confinamiento e invitan a recordar el valor de la familia, que ojalá, propiciara momentos de reflexión y diálogo para que combatan la violencia intrafamliar donde se necesite; adicionalmente, el medio ambiente da cuenta de otra de las maravillosas consecuencias de nuestra ausencia, porque por fin se está limpiando y da muestras de alivio.

El paisaje de visos apocalípticos que se nos pinta, se está convirtiendo en OPORTUNIDAD para restablecer o reforzar relaciones cercanas, para dejar que otros seres de nuestra querida Tierra se repongan, y por supuesto, para replantearnos lo que hemos sido y hecho hasta ahora como sociedad. Estoy segura de que esta oportunidad se puede potenciar mucho más en estos sentidos. Pensándolo en clave económica, me atrevo a compartir una idea cruda en términos intelectuales, pero que lleva buen tiempo acompañándome, y que para mí adquiere mucho sentido para lo que hoy estamos viviendo: hay dos variables indispensables para nuestro sostenimiento y crecimiento como humanidad, la primera son los recursos, la segunda nuestra entrega de talentos e intercambio de conocimientos. La tercera variable, no indispensable, es el dinero, que desde mi punto de vista ha contribuido a la injusticia social al moverse por la varita embrujada del capitalismo.

En concordancia con esto, considero que la creatividad de la que necesitamos tanto debe sostenerse primordialmente sobre las dos primeras variables, porque la lógica típica del dinero queda desvalida, resulta desarmada e incoherente con el plan ideal de supervivencia para superar al coronavirus. Así, el trueque, la donación de mercados, el apadrinamiento de familias y demás, son figuras que adquieren relevancia y que muestran otras salidas posibles, por supuesto, sin que sean opuestas o sin dejar de ser vigilantes a las soluciones estatales. La solidaridad desinteresada y todo lo que se pueda construir de allí en adelante ha de ser impulsada sobre la base de valores que necesitamos sigan emergiendo. Como decía, soy realista, pero en la misma medida también soy utópica y considero que esta época de oportunidad no hay que desaprovecharla, pues nos ayuda a volver a elementos valiosos de nuestras vidas, a recapacitar sobre quiénes somos, quién es el otro, lo que lo nos une, qué es lo verdaderamente importante y lo que hemos hecho mal… 

Es hora de estimular un pensamiento transgresor a formas poderosas que han regido y se han impuesto ante otras cosmovisiones del mundo. Necesitamos descubrir que somos más que esos parámetros capitalistas, más que esas medidas que marginan y hunden a los sujetos en procesos cíclicos de violencia histórica. Es hora de romper la cadena que nos hace desconocernos a nosotros mismos en los demás, porque urge activar la empatía, ¡urge, urge! Es el momento de abrir la mente, de liberarnos de miedos para atrevernos a cambiar de métodos, de modos de vida enfrascados que duermen en las delicias del privilegio y que engarzan su ancla en quienes las padecen. Hay alternativas al desarrollo que debemos explorar más a fondo y multiplicarlas. Si no es ahora, ¿cuándo?, si no es en esta crisis, ¿en cuál otra?, puede que para cuando venga la próxima ya sea demasiado tarde para cambiar, y antes de querer retroceder, ya estemos muertos.

Espero que después de esta parada no sigamos siendo los mismos, que cuando sea la hora de “volver a la vida” no sea para imitar el pasado, ¿seguiremos acaso contaminando igual?, ¿continuaríamos ciegos a las injusticias sociales?, ¿nos atreveríamos a dar lugar a la estigmatización?, ¿seremos tan indolentes como para no reconocer que estamos unidos en nuestra estadía en la Tierra?, ¿llegaríamos a ser tan cínicos como para no reconocer nuestra fragilidad y condición humana y querer pasar por encima de todo límite?

Es cierto que no quiero ver a mi Colombia morir a las afueras de un hospital, y por eso respaldo la idea de cuidarnos, pero no es menos cierto que también quiero que esta sea la OPORTUNIDAD para que sintonicemos nuestros corazones en la misma frecuencia y demos el primer paso hacia un nuevo proyecto de vida global, sostenido en el amor por nuestro planeta y por todos los seres que lo habitamos. No tenemos que esperar una próxima crisis para el cambio, puede ser este el último chance. Que no pasen dos, cinco años o una década como si nada hubiera ocurrido, que se nos quede bien grabado que Todos Somos VIDA. El momento para aprender desde el corazón es ahora, de nosotros dependerá escribir una nueva historia.



Por: María Adelaida Galeano P.



Referencias

Aizen, M. (12 de marzo de 2020). Las nuevas pandemias del planeta devastado. ¡Pacifista!. Recuperado de https://pacifista.tv/notas/coronavirus-nueva-pandemia/

Castilla, E. (12 de marzo de 2020). Coronavirus: entre la pandemia y la irracionalidad del sistema capitalista. La izquierda diario. Recuperado de http://laizquierdadiario.com/Coronavirus-entre-la-pandemia-y-la-irracionalidad-del-sistema-capitalista

Yahoo noticias (19 de marzo de 2020). China exonera a médico reprendido por advertir sobre virus. Yahoo noticias. Recuperado de https://es-us.noticias.yahoo.com/china-exonera-m%c3%a9dico-reprendido-advertir-032955591.html

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