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viernes, 7 de junio de 2019

MEMORIAS DEL "III SEMINARIO LATINOAMERICANO DE ALTERNATIVAS AL DESARROLLO: ECOLOGÍA POLÍTICA Y BIENES COMUNES"


Durante el 1 y 2 de noviembre del año 2018, se realizó el III Seminario Latinoamericano de Alternativas al Desarrollo: Ecología Política y Bienes Comunes (SLAD), en la ciudad de Medellín, Colombia. El encuentro, impulsado por la Universidad Pontificia Bolivariana, la Universidad Nacional y la Universidad de Antioquia, aportó a la construcción de ideas en torno al territorio y alternativas para nuestra sociedad latinoamericana.

Te invitamos a ver la siguiente memoria audiovisual del evento:  



domingo, 20 de diciembre de 2015

AGUA - CERO


Mi planeta es el planeta azul.

Mi país está bañado por dos mares y tiene en total cinco vertientes hidrográficas: la del Caribe, la del Pacífico, la del Orinoco, la del Amazonas y la del Catatumbo. En ellas desembocan más de 40 grandes ríos cuyas cuencas albergan más de 730.000 cuerpos de Agua entre ríos, quebradas, caños, lagos y lagunas.

Mi departamento cuenta con 50 ríos y tiene 28.000 hectáreas de páramo, ecosistemas para que el Agua nazca. Además tiene tres grandes núcleos lluviosos que llegan a tener precipitaciones cercanas a los 6.000 mm al año.

Mi ciudad es dueña de una de las empresas prestadoras de servicios básicos como los de saneamiento, acueducto y alcantarillado más exitosas de América Latina, tanto así que abastece de Agua y energía a ciudades de otros países como México y Chile.

Pero esta misma ciudad, ubicada en la húmeda región antioqueña de uno de los Países con la mayor riqueza hídrica, frecuentemente escucha a sus habitantes denunciar: “Mi casa, al igual que otras 32.000 familias de la ciudad, no tiene Agua… Y yo…. Tengo sed”.

¿De quién es el agua? ¿Cómo se define quién puede beberla? ¿Cómo se calcula su valor? ¿Es verdad que los ríos corren en dirección al poder? Esta historia es común en varias regiones de Antioquia, de Colombia, de América Latina, del Sur, y son éstos los problemas que inspiran la realización del Curso-Taller Internacional de Justicia Hídrica que realiza anualmente la Alianza de Justicia Hídrica y que este año, por primera vez, se realizó fuera de Cuzco, Perú, y tuvo lugar en la ciudad de Calí, Colombia.

Algunas reflexiones del curso partieron de considerar que la prioridad en los planes de gobierno para la destinación del Agua no es la vida. Ha habido otros intereses que han primado y que desligan el agua de la vida para entrar a relacionarla con la economía, la inversión, el capital, la acumulación y el despojo.

En Antioquia, por ejemplo, el agua es para la minería, para la agroindustria, para las represas generadoras de energía, o para quien tenga capacidad de pago. El agua es para el desarrollo, no para la vida. Pero acaso ¿No pueden ir juntos desarrollo y Vida? Para responder habría que saber a qué nos referimos cuando usamos estas expresiones... en todo caso la respuesta será negativa cuando la transformación que impulsa el primero está al servicio de la acumulación, pues no puede haber acumulación sin despojo, ni despojo sin destrucción de las condiciones ambientales, sociales y culturales que posibilitan la vida. Bajo esta lógica no pueden ir juntos desarrollo y Vida.

Conocer el lugar que ocupa el Agua en nuestros territorios evidencia que la sed de nuestras comunidades, como ellas bien lo saben y lo enseñan, no responde a un problema de sequía, sino de escasez, pues la primera se refiere a un riesgo natural, causado por la variabilidad del clima y que en gran medida escapa al manejo local del agua, mientras que la segunda se debe al uso no sustentable a largo plazo de los recursos hídricos y es consecuencia directa de la administración y los intereses que ésta privilegia.

De este modo, constatar las inequidades en el acceso al Agua evidencia que la relación que existe entre desarrollo y Agua no es más que otra de las artificiosas expresiones del capitalismo huyendo –ya cogido de los talones- de la crisis que lleva inscrita desde su origen y que sabe evadir con la estrategia de “abrir nuevos mercados”. Esto explica que lo que antes conocíamos como Agua, aire, naturaleza… hoy se nos presente como “servicios ambientales”; y que ya no baste el agua corriendo por los ríos, sino que sea necesario represarla, hallarla en las fuentes subterráneas, captarla de la lluvia, embotellarla, entubarla, cambiar su cauce, acumularla y ofrecerla al mejor postor.

Esa ambición insaciable que ante la ineludible necesidad de abrir nuevos mercados hará que prefiramos nunca haber sabido que el cuerpo humano es, en un 60%, Agua, es la que justifica y hace imperiosos espacios como el ofrecido por la Alianza de Justicia Hídrica. Enfrentar la paradoja del Agua-cero implica tejer redes entre las comunidades y los profesionales del agua, abrir espacios de capacitación para el liderazgo, la investigación y la práctica crítica, crear conciencia y evidenciar que existen otros cauces posibles. Si el Agua corre en dirección al poder que sólo sea porque el Agua empodera a las comunidades.




María.

lunes, 13 de mayo de 2013

CUENTO



EL RELOJ DE LA VIDA

Cuando era pequeño, más exactamente, cuando tenía seis años de edad, tuve una conversación con mi abuela acerca de mi futuro. Mis padres me habían dado el peor de los ejemplos, sus ansias egoístas y consumistas habían destruido a nuestra familia y habían acabado con sus propias vidas. Además de mi abuela, sólo tenía a unos tíos que se hacían a cargo de mí, en aquella ocasión, esta me preguntó qué era lo que anhelaba hacer de grande y cuáles eran mis mayores sueños, yo le respondí que lo que más quería era ser alguien completamente diferente a mis padres, que no quería repetir su historia; soñaba con muchas cosas: quería ser un superhéroe para combatir las injusticias y no volver a ver tanto sufrimiento, también quería salvar vidas y descubrir curas para las enfermedades de la gente, y a veces, me sentía atraído por mis ídolos de la música, quería ser como ellos, para llevar a través de las canciones mensajes restauradores. Mi abuela concluyó que entonces podía ser alguien valioso para la sociedad si seguía esos sueños, “ya eres alguien importante, -me dijo- pero si creces sin perder la ruta, entonces podrás ser una luz de transformación desde donde estés, sin importar a lo que elijas dedicarte”. Así que le pregunté: “¿cuál es esa ruta? ¿Cómo sé qué camino seguir para no perderme como mis padres? ¿Vas tú a guiarme?”.A lo cual ella respondió: “La ruta está dada por los sinceros deseos que tienes de ayudar a los demás; en el camino que sigas, cualquiera que sea, debes estar atento a las necesidades sociales, al respeto de otras culturas, cosmovisiones y a la naturaleza misma, y no olvides algo: edúcate a ti mismo, no dejes que los demás piensen por ti, forma tu propio criterio y lucha siempre por ser libre”. Después de esto me entregó una caja roja cuidadosamente decorada, en su tapa decía “El Reloj de la Vida”. Pasado un tiempo mi abuela murió.


La caja que se me había regalado tenía varios sobres, todos marcados con un número diferente, y yo debía destapar el indicado al alcanzar la edad correspondiente a cada dígito. Así fue como El Reloj de la Vida marcó mis diez años, efectivamente al interior de la caja había un sobre con el número diez, entonces pasé a leer la carta de mi abuela:


El día de hoy, en tu cumpleaños número 10, empiezas a cursar una etapa de tu vida en que la curiosidad será fundamental para ir definiendo tus principales preocupaciones y conocer tus aspiraciones. No te prives de descubrir, busca respuestas y evalúalas.”


El mensaje motivó mis deseos de indagar, en la escuela trataba de aprender y divertirme lo más que podía. No tardé en darme cuenta de que esas preocupaciones tenían una tendencia por el área de las humanidades, y me cuestionaba, ¿qué era eso de las humanidades? Pensaba en lo que ese término evocaba, me llevaba a imaginar un planeta en el que todos los seres humanos eran reconocidos, considerados parte vital de lo que somos en conjunto: una misma especie. Pero entonces si era así, ¿por qué tantos sufrían un trato discriminatorio? ¿Por qué las jerarquías nos dividían, obligándonos a competir bajo un ritmo despiadado que imponía el mercado? ¿Qué desarrollo era ese? ¿Por qué nuestras riquezas no eran de todos, por qué no compartirlas?


Las palabras de mi abuela me dieron el impulso que necesitaba para continuar mis búsquedas, pero me daba cuenta de que las respuestas me llevaban a nuevas inquietudes que parecían conducirme a través de una cadena infinita.


Pasó el tiempo y El Reloj de la Vida marcó mis 15 años. Por esa época era un joven muy soñador, no había olvidado que mi mayor meta era entender mi mundo para poder intervenir en él mediante la generación de ideas que llevaran de alguna forma al progreso colectivo. Sin embargo, sabía que debía ser cuidadoso, mi abuela me lo había advertido: respetar otras culturas y sus perspectivas de vida, y por supuesto, la naturaleza. Pensaba que si ingresaba a una universidad a estudiar economía entonces tendría la oportunidad de saber cómo identificar las necesidades sociales y formular propuestas de solución. Por otra parte, pensaba que si estudiaba derecho haría una labor de justicia ayudando a los más desfavorecidos. Llegó pues el momento en que debía leer la segunda carta de mi abuela, la del número 15:


Ahora es cuando debes estar firme, pensar muy bien qué harás con tu vida y saber elegir entre los buenos y los malos caminos. Seguramente te equivocarás, pero eso ayudará a que madures poco a poco. No lo olvides: edúcate a ti mismo y permanece atento porque tu rumbo debe estar dirigido por tus propios sueños.”


Mi abuela no dejaba de sorprenderme con sus cartas. El mensaje era bastante claro para mí, no iba a defraudarla.


Transcurrieron años, terminé de crecer, cursé mis estudios superiores y conseguí trabajo con un equipo de colegas conformado por economistas y abogados, con el cual ya llevaba mucho tiempo. Tenía una vida tranquila y muy exitosa, no tenía de qué preocuparme. Un día encontré entre mis cosas algo que me llamó la atención, se trataba de una caja polvorienta que lucía bastante desgastada, entonces lo recordé en ese momento: era la caja que me había dado mi abuela un poco antes de morir. La había olvidado por completo, así que la tomé entre mis manos y reviví el sentimiento de cariño que me tenía; en su tapa decía “El Reloj de la Vida”, me pregunté ¿qué la habría motivado realmente a ponerle ese nombre? El Reloj de la Vida ya había marcado muchos años para mí, no había sido constante en la lectura de las cartas, pero quería desatrasarme, así que tomé la tercera, la del número 20, que decía:


Ya no eres un chiquillo, enfréntate decidido a todo lo que se ponga ante tu camino. No cometas el mismo error de tus padres: creer que el conocimiento ya está acabado, que lo que dicen tus profesores son verdades absolutas y que no se puede hacer nada para lograr cambios en la sociedad. La educación despertará cada vez más tu mente, pero tú eres el encargado de descubrir qué se esconde tras ella, qué deja de decir; duda todo el tiempo, piensa en qué otras cosas se pueden crear a partir de lo que aprendes. No seas conformista, actúa.”


Luego de leer la carta quedé paralizado, ¡¿qué había hecho con mi vida?!, ¡¿qué había hecho con mis sueños?! Me di cuenta de que mi perspectiva se había difuminado con el paso del tiempo. Me había educado, sí, pero ¿qué clase de educación había sido esa? Cada vez que en la universidad un profesor nos enseñaba parecían disolverse todas las críticas posibles, nos acoplábamos a una verdad, a una realidad que empezamos a considerar inmodificable, en la cual debíamos buscar una ubicación adecuada para cada uno de nosotros, los estudiantes, que en algún momento tendrían que ser profesionales de alta calidad para tener algún valor social. Eso era lo que hacía en aquél momento, reproducía todo el conocimiento adquirido, nunca lo había cuestionado lo suficiente. Tal vez si hubiera leído la carta a tiempo no me hubiera convertido en lo que mis padres también habían sido: agentes al servicio de un sistema porque ni siquiera tenían la disposición de ver cuáles eran sus fallas, ¡por creerlo perfecto y normal!


Sin esperar más abrí la carta que seguía, era la del número 30:


Eres un hombre maduro. ¿Recuerdas lo que alguna vez te dije sobre ser una luz de transformación? Pues es el momento de que lo pongas en práctica a plenitud, estarás en la edad de conformar una familia y deberás dar buen ejemplo. Recuerda que debes escuchar a otros, respetar sus opiniones, sus costumbres, su manera de asumir la vida y la existencia misma; atiende a las necesidades sociales y contribuye a solucionar sus problemáticas, sé esa persona que con sus actos ilumina a los demás para creer que otra realidad, una más justa para todos, es posible construirla desde ahora.”


No resistí más, el llanto no se hizo esperar. Me sentía culpable, ¿cómo era posible que hubiera olvidado los consejos de mi abuela? Me había convertido en una máquina para el trabajo, un trabajo que no hacía más que arrebatar a las comunidades sus pertenencias, sus tierras, su hogar, dándoles a cambio un pago ínfimo, sin escuchar sus voces, sus necesidades, e invisibilizándolas con el destello de la riqueza que un ambicioso negocio nos prometía sin lugar a dudas a mí y a mi equipo. Sentía que no podía ser ejemplo ni de la más mínima virtud, no era luz para nadie.


Quedaba una última carta en la caja, su número todavía no había sido marcado por el Reloj de la Vida, me faltaban algunos años. Pero decidí no cometer otro error, así que pasé a leerla, el dígito era el 40:


Estas son mis últimas palabras. Cuando eras muy pequeño me preguntaste si te guiaría, así que te entregué la caja del Reloj de la Vida; no porque con unas simples cartas fuera a mostrarte cuál debía ser tu camino a recorrer, sino porque sentía que necesitabas de esos mensajes para que no permitieran que te olvidaras de quién habías sido cuando eras un niño y lo que te había dicho respecto a tu futuro. ¿Sabes por qué la nombré El Reloj de la Vida? Precisamente por la misma razón: el tiempo transcurre y los años, como un reloj, van marcando horas, momentos, etapas de tu vida que no tienen por qué pasar desapercibidas, todas son muy importantes, te permiten evolucionar y crecer como persona, y es allí cuando deberás estar atento a que las ilusiones no se pierdan, a que esos sueños infantiles jamás dejen de alumbrar tu corazón. Si tu ruta estuvo orientada por esos anhelos, sigue adelante, si no fue así, no te angusties, ese sería tu destino. Lo mejor es que siempre te respondas a ti mismo: ¿qué estoy haciendo a esta hora de mi vida para que mis sueños nobles dejen de ser una fantasía?”


El mensaje era contundente. Había aprendido una gran lección. Comprendí el valor de no dejar de soñar, de no abandonar esas utopías que de pequeño me había formulado y que de adulto olvidé por dejarme envolver en el torbellino de un mundo desenfrenado, banal, áspero y competitivo. No hay que dejar que esos sueños se empolven en un rincón hasta el punto que no los podamos ver, como la caja de mi abuela. El educarse a sí mismo, pensar por sí mismo y escuchar a otros, constituirán parte de la brújula que me indicará el camino. Leer la carta a tiempo, la carta de nuestras propias ilusiones y nuestras propias pautas para ser persona harán la diferencia en el Reloj de Mi Vida.



Escrito por María Adelaida Galeano Pérez

Relato inspirado a partir de los temas estudiados en el curso-semillero de Sociología Jurídica y Teorías Críticas de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia (Noviembre de 2012).