(De la Serie: Experiencia de Vida en China)
Si no se entra a la cueva del tigre,
cómo agarrar a los cachorros. * *
Proverbio chino
Era
el comienzo de una tarde de viernes, llegué al salón de clases en compañía de
una amiga, tomamos asiento hacia el lado derecho del aula, saludé a quienes
conocía y nos dispusimos a esperar al profesor al tiempo que otros estudiantes
también iban entrando. Se suponía que no habría inconveniente de que yo
estuviera allí, sin embargo albergaba dudas sobre lo que pudiera implicar la
situación al momento en que aquel maestro viera que una extranjera se había
“infiltrado” a su clase.
Pasaron
unos minutos hasta que el mencionado personaje atravesó la puerta y se ubicó en
frente; después de un cruce de saludos y palabras con él regresé a mi lugar
para escuchar la lección del día, como una testigo más de lo que había preparado
para esa ocasión. Vi que los alumnos sacaban libros y pensé que con un
respetable juicio se concentraban en el seguimiento del tema ubicándolo en las
páginas de textos guía, me centré también en las diapositivas reflejadas en la
pared que mostraban caracteres con significados jurídicos, haciendo referencia
a palabras como “internacional”, “contrato” y “Derecho”, y prestaba la mayor
atención posible a lo que decía el pedagogo, intentado rescatar y entender una
que otra palabra que hiciera parte de mi vocabulario en el idioma.
Creo
que el derecho comercial era el protagonista del discurso, al cual varios
estudiantes se le rindieron fácilmente y con evidente desatención. El portador
de la palabra no la habría tenido que ceder más de un par de veces en una
atmósfera silenciosa y de intensa aburrición. Y así, explicación tras
explicación, se fue agotando la razón de la reunión hasta que fue la hora para
que el profesor se marchara con su usual rapidez.
No
me sorprende que en “Dawai” se instruya a los discentes chinos en formación
jurídica básica, pues ya he sabido sobre esto mismo en mi Universidad en
Colombia y lo tedioso que resulta, como síntoma de malestar general, muy
parecido al que aquí he percibido como cuando me enteré que los libros que
habían tomado los estudiantes al iniciar la clase eran del gusto propio, o algunas
veces, cuando he escuchado sus comentarios en los que expresan no encontrarle suficiente
sentido a estos espacios.
Fue
en una conversación posterior que tuve donde me aclararon la generalidad de la
dinámica participativa de los alumnos, originada a partir de la intervención
del docente como figura autoritaria de la clase, como práctica educativa. Y
aunque desconozco las bases pedagógicas para que esto funcione así y me
encuentro lejos de hacer apreciaciones hacia un modelo de educación chino, esto
me motivó a efectuar un análisis comparativo en primera instancia, que ha
escalado hasta hipótesis y entendimientos más elaborados y globales.
A
continuación desarrollaré entonces en este escrito, que además hace las veces
de mi confidente acerca de lo que presencié esa oportunidad, el bosquejo de
reflexiones críticas acerca del Derecho y el hecho de tener a cargo el rol de estudiante de Derecho, construido en parte por aquella
experiencia que ha actuado como uno de sus detonantes. Claramente no haré
referencias a aspectos de este país asiático, sin embargo son meditaciones que
me veo en la necesidad de relatar, pues no hubieran tomado forma si China no se
hubiera cruzado conmigo en el camino, y no hacerlo sería dejar de mostrar una
faceta de vida en la que lo fundamental se compone de esas pequeñas anécdotas
que le aportan a uno como persona y sujeto intelectual, sería dejar de lado una
condición humana.
Pues
bien, ante todo quisiera dejar claro que los planteamientos se nutren en gran
medida de sentimientos de rabia justa, aquella reconocida por Paulo Freire como
formadora en el área de la educación, y por supuesto, de pasadas meditaciones y
conclusiones a las que he llegado en capítulos anteriores y que han implicado para
mí, y de peculiar manera, una evolución en su conjunto.
Contaba
una vez que los esquemas sensoriales podrían
terminar por introducir esquemas mentales
en nosotros, situación que podría develarse más fácilmente en un entorno
ajeno al que se está habituado. Lo que he vivido me ha llevado a identificar
uno de estos, gracias al contraste del ambiente universitario que evoca la
sensación del equilibrio calculado: el esquema
mental del mundo-problema. Este no es más que la representación mediante la
cual se le otorga sentido al mundo exterior desde la noción del asunto-problema, por lo que el sujeto tiene
la disposición y actitud de explicar lo que gira alrededor suyo categorizando
las cosas en esa forma y convirtiéndolas al mismo tiempo en la motivación para
actuar, impulsado por la detección de sus parámetros y condicionantes.
Así
pues, el horizonte del esquema mental del
mundo-problema está pintado por obstáculos que han de resolverse, en
oposición a una perspectiva en la que sean los logros los que vayan creciendo en
magnitud y los que marquen el ritmo del paso. Tiene un estilo de pulsación de
los sucesos y existencias basado en la superación, no en la ascensión de la
plenitud o el bienestar.
Trayendo
esto al Derecho, lo comprendo como la inserción del paradigma del mundo-problema [1]; mi
primera reflexión en este sentido apunta al área jurídica que se ocupa de remediar
o causar conflictos, contrario a la creación o la gestión de situaciones de la
misma índole no violentas o que no envuelven confrontación, como sería la
celebración de un contrato, un matrimonio o el establecimiento de una sociedad
comercial. Me refiero pues a la puesta en marcha de un ordenamiento jurídico,
en pro de la estabilización o neutralización de las diferencias o agitaciones, o
como provocador o facilitador de estas, inmerso en una esfera más grande que envuelve
actores y prácticas sociales o socio-jurídicas.
Teniendo
esto en cuenta considero el peligro que otorga dicho paradigma, no radicando ello
en que sea una visión que se posa en el asunto-problema
o en los conflictos, ya que estos son naturales, necesarios y benéficos en todo
desarrollo social y comunitario, que bien conducidos o acompañados actúan como
un motor para el crecimiento y la construcción de consensos. El peligro al que
me refiero está dado por ser este el punto de comienzo y fin, la única fuente
de la que se bebe y que arrasa con tanta fuerza en aspectos tan delicados para
la sociedad a través de la corriente de las formas y la burocracia legal [2].
Pienso
que esta es la actitud en la que se quisiera instalar a los juristas a través
de la adopción de tal paradigma, terminando por intensificar y materializar
cada vez más un entorno problemático que contribuye a convencernos de una
naturaleza perversa en el ser humano y en sus maneras de relacionarse. La
reducción del abordaje del Derecho a un espacio limitado es algo que se le
suma, ya que es una disciplina que en lo fáctico se despliega partiendo de un
lugar para luego extenderse por un vértice estrecho, dando con articulados
legales que acorazan esta ruta a una esfera predeterminada y le ponen una cortapisa,
declarándose o dando a entender que tiene por objeto el estudio de la norma,
poniéndolo así en equivalencia con respuestas y soluciones acertadas y
perfectas, pero sin asomarse mucho al entorno en el que emerge, esto es, sin
salir del circuito normativo y ver el componente social, verdadera fuente y
finalidad de un saber relativo a las humanidades.
Ahora,
cruzando todo esto con el aliento que me proporcionó la pequeña travesura enunciada
al principio, lo sitúo en el plano de la educación por ser un factor
fundamental, bajo el entendido de que las facultades de Derecho son la cuna de
los juristas y operadores jurídicos que se insertarán al engranaje de un
sistema de la inmensidad ya descrita, es la zona destinada a pretender enseñar
continuamente el tratamiento de los conflictos, y seguidamente, presentando el
repertorio normativo con que han de ser resueltos. El enfoque educativo
centrado en instruir sobre ese circuito es el que alcanza mayor peso, en un
rango de inferior jerarquía se ubica su estudio en relación con el contexto en
que ha de rodar debido a que alcanza menor popularidad, y esto a pesar de que es
una aproximación que coopera en la interpretación de una realidad social
crítica, y la Sociología Jurídica, que se expande hasta alcanzar posiciones más
reflexivas, conscientes y nutridas, lastimosamente se ubica muy al margen de la
disciplina.
Considero
que las consecuencias de esto es que los estudiantes
de Derecho se ven altamente propensos a entender la esfera social a partir
de sus conflictos, debiendo recurrir a las soluciones que se les ofrece para
proceder a su intervención, esto es, las normas. Si se piensa detenidamente en
el asunto se pueden encontrar varias cosas interesantes: los estudiantes
aprenden a identificar los problemas, asimilando qué son, cuáles son y en qué
consisten, y ajustando a esto, se educan en cómo tramitarlos y se les dice cuál
es la solución a ellos. En otras palabras, se les dice cuáles achaques aquejan
a la sociedad y cómo repararlos, o sea, el esquema
mental del mundo-problema en el Derecho, está totalmente planeado, coopta
la visión del exterior y genera un terreno estéril para la creatividad.
Ahora
quisiera hacer hincapié entonces en lo mucho que estamos perdiendo socialmente
por seguir un ciclo repetitivo predefinido (valdría preguntarse por quiénes) y
donde la academia pareciera quedar desarmada de un potencial transformador
condenándose a la reproducción de fórmulas curativas que pueden estar vencidas,
terminando por agudizar o provocar enfermedades crónicas para la sociedad.
El
Derecho acostumbra a los juristas y estudiosos del tema a saltarse las
posibilidades, las oportunidades, las fortalezas y riquezas sociales,
culturales, las relaciones que se forjan, las maneras de vivir, las
perspectivas que permiten sentir de forma diferente, la capacidad de despojarse
de los propios elementos de juicio para verse en el otro y comprenderlo, en
fin, desgraciadamente acostumbra a negar la mirada a la diversidad en
movimiento, a lo que somos, a nuestra naturaleza sociocultural; tristemente ese
contenido no está en el plan de estudios de una disciplina que fonéticamente se
hace llamar recta, pero que muchas veces se presta para desviarse en intereses malévolos
y para desconfigurar esencias.
Así
las cosas se me viene una idea a la mente, rotunda por lo que significa, pero
que resumida se expresa en sencillas palabras: hay que reevaluar y romper el paradigma del mundo-problema en el
Derecho. En las manos de las nuevas generaciones de estudiantes de Derecho está la posibilidad de construir una mente
nueva, es algo que urge porque, por lo menos para mí está todo muy claro, el
Derecho como está planteado no es la solución a los problemas, aunque solamente
tenga ojos para ellos.
Para
un cambio de esta índole habría que centrar la atención en la educación en Derecho, como factor
fundamental. Por un lado está lo que se enseña, por el otro, cómo se
desenvuelve el ritmo educativo. Identifico tres componentes básicos para esa labor
de enseñanza, estos son, el estudio de la sociedad o una hermandad intelectual
con las ciencias sociales para el abordaje de la misma, el estudio de las potencialidades
que posee el campo social y cómo se encuentra establecida su relación con el
entorno, y en último lugar, los problemas sociales.
En
cuanto al segundo punto, diría que existe una necesidad de romper con la cultura estudiantil protagonizada por el
mismo sistema educativo, los profesores y los discentes, pues considero que
estas tres piezas logran muchas veces un acomodamiento vicioso que no tienen
dirección hacia la construcción evolutiva del conocimiento sino que caen en el
juego de que lo que ha de calificarse, eso ha de prepararse y aprenderse, como
maquinitas que tuvieran que acumular un puntaje para ganar el premio y en el
que las trampas o las salidas facilistas hacen parte de la astucia o de las
ventajas regaladas en la competencia, y en otros casos, donde las mentes
inquietas caen al vacío de la impotencia, la soledad o la minimización.
No
creo entonces que los estudiosos del derecho debamos congelarnos en una visión
pesimista del panorama, pienso que es importante manejar tanto el escepticismo
como el optimismo. No estamos solo para ver problemas, la sociedad es más que
eso y estamos para ver más allá. Hay que mutar el paradigma, hay que creer en
una visión constructora y creadora para zafarnos del engaño de la sociedad colapsada
y con un destino inevitablemente igual por el resto de sus días. Se debe tener
disposición para traspasar las imágenes de los efectos simplificados que están
plasmados en los códigos, hay que canalizar la rabia justa para que sea un
motor positivo de transformación, quizás, empezar por reevaluar nuestro papel
en las universidades, y sobre todo, en las facultades de Derecho, sea el primer
gran paso, y quizás, este escrito sea un pequeño abono para ello.
Escrito por 玛利亚 (María Adelaida Galeano P.)
* Este escrito hace parte de la serie de relatos Experiencia de Vida en China, que a
manera de diario de viaje comparte una de las integrantes del Semillero de
Investigación en Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas a partir
de su vivencia académica en ese país. Los demás capítulos se pueden encontrar
en la sección Descubriendo China de
este blog.
* * 不入虎穴,焉得虎子。(bú rù hǔ xué, yān děi hǔ zǐ).
[1] Antes de avanzar explicaré brevemente mi
perspectiva sobre el trasfondo en el que se ubica la disciplina jurídica.
Partiendo del entendido de que la sociedad se rige por diferentes fuerzas
sociales, por un lado, las que identifico como fuerzas sociales con autoridad no declarada, como lo vendrían a ser
los Medios de Comunicación, la Cultura, el Arte, la Religión y las Prácticas
Sociales, por el otro lado nos encontraríamos con las fuerzas sociales con autoridad directa, entre ellas, la Política,
la Economía, y finalmente, el Derecho. Esta última fuerza social goza de
un gran poder en tanto se caracteriza por su potestad para configurar
realidades, ordenar socialmente y algo de suma importancia: lograr tocar la
vida de las personas y el tejido social; debido a que cruza la frontera
organizativa (lo cual, diría que es a causa de una necesidad dada por nuestra
calidad de seres humanos y construida porque requerimos formas de convivir),
implica que su intervención llegue a consecuencias profundas, hasta el punto de
definir existencias y el rumbo que han de seguir, o inclusive, dejarles sin
rumbo fijo.
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