(De la Serie: Experiencia de Vida en China)
Una hoja que obstaculiza la vista, impide ver la
montaña Taishan.**
Modismo
chino
Había llegado la hora, era momento de partir y no
había marcha atrás, la suerte estaba echada y las apuestas por lanzarse a una
nueva etapa habían alcanzado su punto; la alegría, el susto, la ansiedad y la
emoción por fin se encontraban frente a su determinante causa. Iba camino al
aeropuerto, no se me olvida que la luna estaba llena, así que gozaba de su
belleza en la que sería mi última noche en Colombia, anhelando que esto quizás
pudiera significar un buen presagio.
Luego, el cruzar la puerta, la última, mientras me
alejaba poco a poco de algunos de mis familiares; tomar las maletas de mano,
una chaqueta y dar el paso definitivo, esperando dejar, esperando llevar,
esperando ir por más… cargando ilusiones e impulsada por sueños.
El tener la oportunidad de vivir un recorrido entre
largas esperas en los aeropuertos y eternas horas de vuelo tiene su mayor
impacto en los sentidos. No se puede escapar entonces a cosas tan sencillas y
profundas como lo es la sensación de despegar, o ver cómo se confunden el azul
del cielo y el azul del mar a través de la ventana, y a medida que se va
avanzando, observar que cada vez son más los rostros con rasgos orientales los
que ocupan los asientos de los aviones.
Esta experiencia de viajar y después llegar a un país
extranjero, además de la adrenalina que por supuesto implica y de las características
obvias que lo rodean me traen a la mente algunas reflexiones; y es que antes de
cualquier análisis concienzudo sobre los aspectos culturales o sociales que uno
se pudiera formular, se derivan elaboraciones precisamente a partir de esos
detalles mínimos.
Lo que más me cuestiona tiene que ver con las formas. A
lo que me refiero es a que cuando nos acostumbramos a vivir en un entorno
específico, este definitivamente tiende a determinarnos, él mismo nos indica
cómo relacionarnos y qué hacer para encajar en él. El salir a otros espacios y
ver otras figuras, degustar otros sabores, entender otras lógicas, escuchar
otra articulación de palabras en el habla, en fin, sentir y percibir diferente,
trae consigo un ambiente fresco para el cuerpo que estaba ya habituado a otra
realidad, o mejor, a su realidad.
Y es que luego de dos días y medio de viaje, al
momento de llegar, e incluso hasta unas semanas después, todavía se me venían a
la memoria recuerdos tan vivos de los sitios, de la gente, de mi tierra,
respecto al cual habría desarrollado un sentido de pertenencia, haciendo que este
encuentro inevitablemente me rodeara de una serie de preguntas, simples y
razonables al mismo tiempo, basadas en los por qué: ¿Por qué la gente actúa de
cierta manera? ¿Por qué ese olor característico que parece inundar todos los
lugares? ¿Por qué se acostumbra a hacer lo uno o lo otro? ¿Por qué en las
calles los semáforos parecen estar al revés? ¿Por qué a veces la luna se ve de
color amarillo? ¿Por qué, por qué, por qué…?
Me surge la inquietud de si podríamos hablar entonces de esquemas sensoriales. Es decir,
¿Hasta qué punto desarrollamos cierta dependencia o qué tan ligados estamos a
los componentes de nuestra realidad inmediata? ¿Hasta qué punto nuestros
sentidos logran acostumbrarse a las formas, a las figuras, a ciertas vías para
interactuar y construir el entorno? Y si efectivamente nuestros sentidos están
influenciados en tal medida, ¿terminaría esto por generar también en nosotros esquemas mentales de otro tipo?
El crecer y el estar inmersos en determinada cultura,
bajo ciertos parámetros sociales y siguiendo prácticas repetitivas que nos
ubican en algún sitio y nos dan identidad, pareciera tener un efecto que nos va
acondicionando como sujetos, que nos impide sorprendernos, que nos adecúa,
fácilmente ocasionando que nuestra perspectiva de todo lo que sucede alrededor goce
de perfecta normalidad.
El vivir esto me pone a pensar en que quizás
deberíamos rescatar ese momento, esa hora de la vida, en que todo era un por
qué, cuando todavía cualquier objeto o acontecer era algo nuevo, cuando a todo
se le buscaba una razón, cuando a todo se le encontraba una “gracia”.
¿Por qué no cuestionar y hacer visibles para nosotros
mismos esos esquemas sensoriales, o
quizás las sospechas de esquemas mentales?
¿Por qué no mantener despierto el espíritu inquieto?
Defiendo la idea de que ante todo somos humanos, seres
sensibles, y de allí lo importante de tener un sentido de admiración hacia la
naturaleza, las tradiciones, los diversos saberes. Lo interesante entonces está
también en ser conscientes de que esta construcción está mediada no solo por
sensaciones, también el tejido social en el que nos educamos o desenvolvemos
maneja sus propias “directrices”, que menos o más intuitivas, se apropian de
una dinámica de vida, y no por eso han de dejar de ser susceptibles a cuestionamientos.
Escrito por 玛利亚 (María
Adelaida Galeano P.)
* Este
escrito hace parte de la serie de relatos Experiencia
de Vida en China, que a manera de diario de viaje comparte una de las
integrantes del Semillero de Investigación en Sociología del Derecho y Teorías
Jurídicas Críticas a partir de su vivencia académica en ese país. Los demás
capítulos se pueden encontrar en la sección Descubriendo
China de este blog.
**一叶章目,不见泰山。(yīyèzhàngmù,
bùjiàn tàishān).
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