Si bien las películas son una excelente fuente para la reflexión
jurídica sin la necesidad de que estas versen sobre un conflicto que haya de
resolverse en escenarios típicamente judiciales, en esta ocasión se
desarrollarán ciertas ideas a partir de un filme que pasa por esa
representación formalista del derecho que termina por imprimir su mayor fuerza
en el desenlace de la historia. Aún así, goza de un toque muy especial, no solo
en razón a que es una obra de comedia sino también porque logra poner en una
encrucijada al lenguaje jurídico cuando choca con las particularidades y el
mundo mismo que envuelve el lenguaje de lo cotidiano y las trabas que este le
pudiera acarrear.
Ahí Está el Detalle es
una cinta cinematográfica dirigida por Juan Bustillo Oro y protagonizada por
Mario Moreno “Cantinflas” que fue estrenada en el año 1940. Sus elementos
narrativos más destacables son sin duda el guión y la actuación, que conjugados
con una apreciación encaminada a extraer avistamientos desde la esfera del
derecho pueden llevar a interesantes análisis socio jurídicos.
Todo comienza con una difícil
decisión que debe tomar Cantinflas en la que se ve quizás movido por la
preocupación de conservar el amor de su novia “Pacita”, como él la llama, o
mejor, por tener asegurada la comida para cada día. Lo que este personaje no se
imaginaría es que su afán por ella le traería líos con los patrones de la casa
donde esta se desempeña como empleada del servicio doméstico, resultando
envuelto en una trama de sucesos que lo llevan, enhorabuena, a ser el eslabón
perdido de una familia, y por si fuera poco, a encarnar el papel de padre de
otra más, con ocho hijos de por medio. Lo que planea Cayetano Lastre, el señor
de la casa, como una trampa con la policía para sorprender a su esposa Dolores
con quien le fuera infiel termina siendo la vía perfecta para evitar el
escarmiento de un estafador hacia ella, conocido como “Bobby Lechuga” o “Fox
Terrier”, a cambio de una mentira que le estaría costando la soltería y hasta
la vida a Cantinflas.
Por esa línea es que se
desenvuelve una entretenida historia que guarda su mayor riqueza en los
diálogos y en el perfil de los personajes que no se mantienen estáticos sino
que evolucionan, intrigan al espectador y causan emoción; los protagonistas
actúan acorde a la intención dramática propuesta y transmiten por medio del
rostro y de la voz las provocaciones cómicas del momento que ponen en el punto
justo las tensiones y disparidades que se quieren resaltar.
Los últimos fotogramas de la película
corresponden a un estrado judicial en el que el personaje principal es acusado
por homicidio, propiciando un enardecido debate a causa de confusiones dadas
por la existencia de un homónimo de la víctima; y es que el valor que está en
tela de juicio precisamente es la justicia, que se ve sorteada a través de
diversas peripecias, en diferentes escenas y entre uno y otro punto de giro de
la obra.
¿Realmente mató Cantinflas al
occiso del que se habla en su enjuiciamiento? ¿Saldría librado de cualquier
condena? Son preguntas estas que conducen no sólo a ver el filme sino a pensar
también en el por qué de su situación, en los vericuetos de una narrativa
inteligentemente construida para poner en evidencia, y de manera divertida, la
diferencia de perspectivas, el juego de intereses, y por supuesto, los
contrastes de lenguajes que se contraponen y que responden a distintas
experiencias y visiones de vida, como lo es la otorgada por el manejo que se le
da a fenómenos como la pobreza, e incluso, la película misma refleja o toma
partido de una determinada posición social de la mujer, al ubicarla en
personajes pasivos.
Es de rescatar que la obra está
plagada de figuras distintivas para el campo jurídico, se habla de una
herencia, de estafa, de un homicidio, del salario mínimo, de indicios, pruebas,
testamentos, leyes, de matrimonio, de una audiencia, de la actividad ilegal, e
incluso, se llega a mencionar un embargo. Pero más allá de estas instituciones
tan reconocidas por los estudiosos del derecho habría que fijar la atención en
las formas opuestas de entender realidades, de expresarlas y asumirlas; y es
aquí donde se presenta algo curioso que se torna repetitivo y se constituye en
la alternativa de los personajes para sacar adelante sus propios intereses:
utilizan, acuden y escapan de figuras normativas según les convenga y desde su
propio entendimiento del asunto.
Así por ejemplo, Cayetano
Lastre recurre a agentes estatales en el intento de desenmascarar in fraganti
el adulterio de su esposa para conseguir fundar sus celos, Cantinflas termina
entregándose al cuerpo policial que lo busca para huir de un destino fatal que
lo quisiera aprisionar en las rejas de la “libertad”, la defensa del procesado
trata desesperadamente de adecuar la tipificación de su conducta de manera que
esta sea justificada, y Clotilde Regalado, una persuasiva y audaz mujer, no
desaprovecha las circunstancias para igualmente sacar ventaja de una fortuna
que en adelante le aseguraría el sustento a ella y a su extensa familia.
Si se trabajara de una forma
metafórica el asunto del choque de lenguajes, representado en esta ocasión por
la brecha existente entre clases sociales y entre tecnicismos jurídicos que se
quisieran imponer a la elocuencia coloquial, se podría concluir que el panorama
que ofrece la obra da cuenta de la existencia de una especie de chicle
jurídico, entendiendo este término en el sentido de que todo el entramado
conceptual que emana del derecho es susceptible de ser manipulado y hasta
estirado, para que se acomode a lo que sea. En ese sentido, la jerga de la que
deben apropiarse y que tanto estudian los juristas es como una goma de mascar
que se moldeará según sea quien lo consuma y el sabor que le ponga, en otras
palabras, el encuentro de realidades diferentes dadas por costumbres, formas de
vida e idiosincrasia reúnen las condiciones para que el sujeto perteneciente a
este cúmulo de factores se determine bajo cierta identidad y actúe, frente al
derecho, según sus intereses personales y el rol que cumpla socialmente,
manifestados en una forma propia o específica de exteriorizar lo que piensa,
que termina siendo fácilmente opuesta a otras posiciones, que igual que esta,
se comportan y fluctúan atendiendo a objetivos subjetivos.
Volviendo a los detalles de la
película, como se observará, Cantinflas toma la caracterización de un personaje
vago, incumplidor de la ley, de clase social baja y sin educación, aspectos
todos estos que determinan sus actitudes, su reacción ante el aparato
institucional y sus tendencias para auto defenderse, empleando un lenguaje que
intermedia entre su esencia y otros individuos y actores sociales ajenos a
ella, configurándose también como cómplice de su estilo para enfrentar la vida.
En cambio, por ejemplo, otro es
el caso de su abogado defensor, quien siendo coherente con el papel que debe
cumplir en el juicio y desde su profesión, transita por múltiples recovecos con
el fin de hacer encajar hechos irreales en alguna figura jurídica que pudiera
facilitar el ejercicio de defensa, acomodando el lenguaje formal a episodios
que únicamente estarían en su imaginación, proyectándose en una meta ciega de
amparar a toda costa, y propiciando así la idea de que los juristas manejan
meticulosamente las palabras, descargándole precisión y rigidez para la
interpretación que se pretende. Sin embargo, sorprendentemente el jurado y los
demás sujetos que presencian la audiencia son testigos de un contagio extraño
del lenguaje acantinflado hacia los funcionarios que han sido el centro de
atención del público, acontecimiento este que ha de inquietar todavía más
acerca de las barreras lingüísticas que en este caso no son otra cosa que el
espejo de capas, espacios y estratificaciones sociales.
Escrito
por María Adelaida Galeano P.
Excelente análisis! Muy provocador.. Gracias Maria 😉
ResponderBorrarGracias por leerlo, María. Y gracias al cine, por permitirnos viajar a tantos lugares de la realidad, de la imaginación y la conciencia.
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