sábado, 1 de junio de 2013

CARTA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS DE COLOMBIA A LAS FARC-EP


Corinto, Resguardo López Adentro, mayo 16 de 2013

Señor:
TIMO LEÓN JIMÉNEZ
Comandante
FARC

Reciba un cordial saludo, desde nuestra resistencia a la guerra y al capital.

Hemos leído su carta del 13 de mayo de 2013, donde usted cortésmente acepta que dialoguemos para superar el conflicto que tenemos las comunidades indígenas del Cauca por la presencia de las FARC en nuestro territorio. También hemos leído la carta del 12 de mayo de 2013, donde el Bloque Occidental de su organización nos acusa una vez más --creemos que es la vez número 90-- de ser una avanzada contrainsurgente, acusa a nuestro mayor Alcibiades Escué de ser reclutador de informantes y acusa a nuestro vocero Feliciano Valencia de ser un amigo mimado de la Tercera División del Ejército.

Preferimos contestar la carta suya, que propone conversar, porque la otra nos anuncia –ahora sí con toda la claridad-- que somos objetivo militar de esos frentes de las FARC. Eso ya lo sabíamos, pero ahora con esa declaración oficial de las FARC ya nos ahorran la tarea de hacer las investigaciones sobre los responsables cuando aparezca el próximo muerto, que seguro llegará; al fin y al cabo no hemos visto que el Secretariado le dé la orden imperativa a sus frentes de que paren la matanza de indios nasa y de otros pueblos hermanos.

Pero preferimos dialogar. Siempre preferimos dialogar. Eso sí, no renunciamos a ejercer nuestra autonomía como pueblos, nuestro gobierno y nuestra justicia propios. Estamos tan dispuestos a dialogar, que a veces algunos interlocutores creen que somos apendejados y que pueden pasar por encima de nosotros. Es una herencia colonial que tiene mucha gente wakasx (no indígena): creer que como reclamamos con el pensamiento de nuestra comunidad, apenas con nuestros bastones de autoridad, con voz bajita y de buen modo es que les tenemos miedo y que nos vamos a dejar oprimir o utilizar por el resto del siglo y el siglo que sigue. 

Estamos de acuerdo que muchos temas no deben ser tratados con escándalos de la prensa, que siempre los aprovecha para el lado de los más culpables. Pero teniendo en cuenta que no hemos podido hablar directamente con usted, y que lo más posible es que no podamos, o que nos manden a hablar con los comandantes más agresivos para que luego no cambie nada, queremos por esta vía decirle algunas cosas que vemos importantes, y que le van a aclarar algunos puntos que es evidente que no conoce bien. 

Ya lo hemos dicho varias veces: entre enero de 2002 y abril de este año, contados uno por uno, registrado nombre por nombre, solo en el norte del Cauca y Caldono hemos tenido 70 comuneros y comuneras asesinados, muchos de ellos autoridades espirituales, líderes políticos y kiwe thegza (guardias del territorio); otros han muerto por las minas antipersona, la mayoría niños y niñas. De todos esos asesinatos, la tercera parte han sido causados por combatientes o milicianos de las FARC o por minas dejadas por ustedes, otra tercera parte por el ejército y los paramilitares, y el resto no hemos podido establecer el responsable. No contamos amenazas ni señalamientos, porque el larguero no terminaría en esta carta. En una carta anterior ya le habíamos planteado el caso de Gargantillas, donde unos niños fueron bombardeados luego que el jefe de las milicias de las FARC se entregara y le informara al Ejército el sitio del campamento. Díganos, comandante Timoleón: ¿en una población tan reducida como la nuestra, no se trata de un caso de muertes sistemáticas? ¿No es eso lo que llaman un crimen de lesa humanidad?

Usted podría preguntar que cómo sabemos que han sido las FARC; pues porque vivimos ahí, porque las comunidades estamos en permanente cuidado y vemos lo que pasa, porque nuestro sistema de justicia está trabajando según nuestra costumbre, y sobre todo porque en voz baja sus propios militantes reconocen los crímenes y algunos hasta sacan pecho con el propósito de asustarnos. También usted podría responder que sí, que sí ha habido casos, pero que se trata de guayabas dañadas o de casos aislados. ¿20 casos aislados en un solo año y medio? Eso es lo que dice el Procurador y el ministro de Defensa de los criminales “falsos positivos”, y nadie les cree. Díganos, comandante Timoleón: ¿Hay una palabra, distinta a exterminio, que podamos usar para llamar a esta muerte continua de indígenas cuyo delito es que queremos mandarnos y vivir a nuestro modo y según nuestras costumbres? Si usted la conoce, la cambiamos. Usted dice que no hay orden de exterminio, pero no nos dice si le ha informado a su tropa que está prohibido matar indios desarmados; ojalá algún día lo hiciera.

Como usted puede ver, para decidir aplicar justicia a los responsables de la muerte de nuestro mayor Benancio no necesitamos que unos azuzadores nos dijeran por dónde agarrar. Ya que nos dice que quiere dialogar, le recordamos un pedazo de la historia para que entienda de dónde es que sale esa decisión: En la Resolución de Jambaló en 2000 nosotros tomamos la decisión de excluir de la comunidad a las personas que se sumaran a cualquier actor armado (ustedes o el ejército y sus paramilitares), de modo que se quedaban sin derechos políticos y pasaban a ser juzgados por su organización política o por sus enemigos cuando fueran cogidos; pero también dijimos que si las comunidades eran agredidas íbamos a mantener nuestro derecho de aplicar la jurisdicción, y más si se trataba de milicianos nasa, que quieren vivir en la comunidad escudándose en la gente pero no quieren cumplir nuestras leyes, y que para nuestro profundo dolor actúan más contra nuestra organización y su propio pueblo que contra el poder oficial y sus ejércitos público y privado.

La decisión de aplicar justicia con los guerrilleros la retomamos en julio de 2011, cuando ustedes hicieron estallar una chiva-bomba en Toribío el día de mercado, matando dos civiles, hiriendo a 134 personas y causando daño a 651 casas (mejor dicho, casi todas las que hay en ese pueblo); en esa ocasión dijimos que empezábamos un proceso de desmilitarización y que íbamos a fortalecer el control territorial. Ni el ejército ni la gente de ustedes pensó que hablábamos en serio, de pronto porque hablamos bajito o porque meterse a enfrentar gente armada a punta de bastones simbólicos a veces les parece muy folclórico; se les olvidó que un pueblo unido jamás será vencido y que la multitud organizada es más poderosa que cualquier ejército, y hasta quita el miedo. ¿Se acuerda del sargento que lloró en el cerro El Berlín? ¿El que lloró porque no le tuvimos miedo? Pues ese tampoco creyó que estábamos hablando en serio.

Y en lugar de entender esta decisión autónoma, lo que hizo el Bloque de Occidente fue sacar un mensaje donde decía que la decisión de desmilitarizar era un favor que le hacíamos al ejército y que alguien estaba detrás de nosotros. Es que siempre el prejuicio racista impide analizar la situación concreta. Aún así, le mandamos a usted una carta donde explicábamos toda nuestra posición frente a la guerra y sobre la necesidad de la paz, donde celebrábamos que ustedes hablaran de diálogo, y donde reconocíamos que la decisión de no hacer más retenciones económicas era un gesto de paz que obligaba al gobierno a responder. ¿Alguien estaba entonces detrás de nosotros? En esa ocasión dijimos que algún sector había con ganas de provocar una masacre de la guerrilla contra los indios del Cauca, le informamos que luego de hacer un análisis muy serio no había entre nuestro liderazgo ningún provocador y le dijimos que hiciera esa revisada entre los suyos. Nunca respondieron. No sabemos si hicieron el análisis. Creemos que no.

No hay ningún miembro de nuestra organización que haya entregado información a la fuerza pública del Estado. Esa es una posición de principios: no darle ventaja a ninguno de los actores armados, no involucrarse con ellos. En cambio durante todos estos meses, lo que hemos visto es un montón de guerrilleros que desertan y se voltean para el lado del ejército oficial. La misma gente que nosotros hemos dicho que son personas descompuestas y desarmonizadas; los que se van para la guerrilla o para el ejército porque quieren sacarle el cuerpo a las decisiones de sus autoridades y organizaciones, y que ustedes recogen como si fuera una victoria sobre nosotros. Los informantes están entre sus filas, comandante Timoleón; los que dirigen los frentes de estas zonas saben que esas personas son los que luego le informan al ejército. Pero prefieren echarnos la culpa a nosotros para no asumir la responsabilidad de una estrategia de reclutamiento equivocada, de muchachos sin formación política, recogiendo gente que puede que sirva para la guerra pero que definitivamente no sirve para la revolución. Es lógico que esa gente se les tuerza, comandante.

A usted le dijeron que sus fuerzas habían matado a Benancio por colaborar con la fuerza áerea y el ejército (los indios de por acá hasta ahora nos enteramos que había fuerza aérea en Toribío); suponemos que también le contaron de las acusaciones a Alcibiades y Feliciano (¡pobre Feliciano, al que el gobierno y la derecha le llaman “Miliciano Valencia”).  Mire usted la locura de la guerra: Esos dos compañeros y 150 más, incluido Benancio, tenemos abiertas investigaciones penales por supuesta colaboración con la guerrilla y más de uno tiene orden de captura.

Usted reclama para los condenados por la muerte de Benancio Taquinás el debido proceso que no le permitieron al propio Benancio; porque juicio no hubo con Benancio, comandante. ¿No le parece una contradicción? ¿Los suyos se merecen el debido proceso y los nuestros se merecen 14 balazos? Esos acusados y condenados tienen garantías en nuestra justicia. Usted dice que ellos no fueron; nuestra investigación rigurosa dice otra cosa. Si ustedes nos envían las evidencias sobre otros responsables, la comunidad, que es el juez, no es ciega; al revés, si aparecen nuevas pruebas, la gente va a volver a analizar. Porque nuestra justicia busca es la armonía de la comunidad y con la Madre Tierra, no la venganza.

Perdone lo largo de esta carta. Pero era necesario dejar varias cosas claras sobre nuestra posición política.

Comandante Timoleón: Sentémonos a conversar directamente. De forma urgente. Pero nuestras comunidades quieren ver que el diálogo sí representa cambios; por eso nuestras condiciones: que nos dejen de matar, de señalar y de dividir. Específicamente, les proponemos que mientras hablamos, ustedes paren las acciones armadas que nos afectan; empecemos por lo siguiente antes de sentarnos:

1. El compromiso de ustedes de que la presencia guerrillera, y sobre todo cuando ataquen a las fuerzas del Estado, lo van a hacer sin afectar ni poner en riesgo la seguridad de la población civil.

2. El compromiso de respeto a las autoridades, los usos y costumbres ancestrales de las comunidades; en consecuencia el respeto al ejercicio de la justicia indígena y del control territorial.

3. El compromiso de ustedes de prohibir de forma absoluta y sin excepciones las amenazas, la ejecución, el fusilamiento o el ataque armado a autoridades, líderes o comuneros/as indígenas, sobre todo de las mujeres nasa; eso quiere decir que ningún combatiente o miliciano de las FARC podrá realizar actividades o acciones que puedan causarle la muerte o heridas a dichas personas, o para intimidarlos o amenazarlos, o realizar acciones de intimidación al conjunto de una comunidad, o actos y pronunciamientos que puedan interpretarse en ese sentido.

Empecemos por esos compromisos. Y sentémonos a conversar el resto de puntos, que ustedes conocen, sobre el cumplimiento del DIH: minas, tatucos, reclutamiento. Y, claro, de la paz. Y de la necesidad de terminar esta guerra eterna. Y de los cambios que necesita este país: las reformas que nosotros hemos dicho por diferentes medios que requiere la adolorida tierra de Manuel Quintín. Sirva la ocasión para repetir lo que hemos dicho en varias partes estos días, a raíz de nuestra decisión de aplicar justicia: “no estamos condenando a la guerrilla como tal. Es decir, la guerrilla tendrá sus razones de existir, sus objetivos o planes. Tendrán razones para haber optado por una lucha armada. Nosotros en el Cauca tenemos nuestras razones para haber optado por una lucha pacífica. Por eso no estamos en contra de los diálogos. Al contrario, los felicitamos y saludamos. Porque creemos que ese es el camino. Lo que no podemos aceptar es que mientras se dialoga, se sigan cometiendo faltas gravísimas en nuestro territorio. Nosotros no estamos castigando el proceso de paz. Estamos castigando las faltas en nuestro territorio”.
Le proponemos que el diálogo se haga con algunos facilitadores internacionales y unos garantes nacionales, para que la palabra de paz tenga testigos. La presencia de organizaciones populares de otros países sería muy importante para que ese diálogo avance.

Esperamos su pronunciamiento sobre estos puntos elementales, y el consiguiente contacto que permita discutir a fondo los temas que nos interesan. Nos gustaría que la próxima vez que nos comuniquemos, sea para analizar los problemas estructurales del país, esos que deben empezar a resolverse para construir la paz.

Señor comandante Timoleón:

CUENTE CON NOSOTROS PARA LA PAZ. NO NOS CUENTE PARA LA GUERRA. 

ORGANIZACIÓN  NACIONAL INDIGENA DE COLOMBIA- ONIC
CONSEJO REGIONAL INDIGENA DE LA CAUCA -CRIC
CONSEJERÍA MAYOR DE LA CXHAB WALA KIWE
ASOCIACIÓN DE CABILDOS INDÍGENAS DEL NORTE DEL CAUCA -ACIN

PD. Cuando aprobábamos en Junta Directa de gobernadores esta carta, llegó el siguiente muerto: un menor de edad, a quien otros dos milicianos de las FARC también menores de edad le dispararon con una AK47. A usted no le gusta contar sus muertos. A nosotros tampoco. A nadie. ¡Y son tantos, comandante! Hay familias que ya ni lágrimas tienen. ¿Será que no puede usted parar eso, comandante Timoleón? 



Tomado del sitio web de la Asociación de Cabildo Indígenas del Norte del Cauca (http://www.nasaacin.org/)

lunes, 13 de mayo de 2013

CUENTO



EL RELOJ DE LA VIDA

Cuando era pequeño, más exactamente, cuando tenía seis años de edad, tuve una conversación con mi abuela acerca de mi futuro. Mis padres me habían dado el peor de los ejemplos, sus ansias egoístas y consumistas habían destruido a nuestra familia y habían acabado con sus propias vidas. Además de mi abuela, sólo tenía a unos tíos que se hacían a cargo de mí, en aquella ocasión, esta me preguntó qué era lo que anhelaba hacer de grande y cuáles eran mis mayores sueños, yo le respondí que lo que más quería era ser alguien completamente diferente a mis padres, que no quería repetir su historia; soñaba con muchas cosas: quería ser un superhéroe para combatir las injusticias y no volver a ver tanto sufrimiento, también quería salvar vidas y descubrir curas para las enfermedades de la gente, y a veces, me sentía atraído por mis ídolos de la música, quería ser como ellos, para llevar a través de las canciones mensajes restauradores. Mi abuela concluyó que entonces podía ser alguien valioso para la sociedad si seguía esos sueños, “ya eres alguien importante, -me dijo- pero si creces sin perder la ruta, entonces podrás ser una luz de transformación desde donde estés, sin importar a lo que elijas dedicarte”. Así que le pregunté: “¿cuál es esa ruta? ¿Cómo sé qué camino seguir para no perderme como mis padres? ¿Vas tú a guiarme?”.A lo cual ella respondió: “La ruta está dada por los sinceros deseos que tienes de ayudar a los demás; en el camino que sigas, cualquiera que sea, debes estar atento a las necesidades sociales, al respeto de otras culturas, cosmovisiones y a la naturaleza misma, y no olvides algo: edúcate a ti mismo, no dejes que los demás piensen por ti, forma tu propio criterio y lucha siempre por ser libre”. Después de esto me entregó una caja roja cuidadosamente decorada, en su tapa decía “El Reloj de la Vida”. Pasado un tiempo mi abuela murió.


La caja que se me había regalado tenía varios sobres, todos marcados con un número diferente, y yo debía destapar el indicado al alcanzar la edad correspondiente a cada dígito. Así fue como El Reloj de la Vida marcó mis diez años, efectivamente al interior de la caja había un sobre con el número diez, entonces pasé a leer la carta de mi abuela:


El día de hoy, en tu cumpleaños número 10, empiezas a cursar una etapa de tu vida en que la curiosidad será fundamental para ir definiendo tus principales preocupaciones y conocer tus aspiraciones. No te prives de descubrir, busca respuestas y evalúalas.”


El mensaje motivó mis deseos de indagar, en la escuela trataba de aprender y divertirme lo más que podía. No tardé en darme cuenta de que esas preocupaciones tenían una tendencia por el área de las humanidades, y me cuestionaba, ¿qué era eso de las humanidades? Pensaba en lo que ese término evocaba, me llevaba a imaginar un planeta en el que todos los seres humanos eran reconocidos, considerados parte vital de lo que somos en conjunto: una misma especie. Pero entonces si era así, ¿por qué tantos sufrían un trato discriminatorio? ¿Por qué las jerarquías nos dividían, obligándonos a competir bajo un ritmo despiadado que imponía el mercado? ¿Qué desarrollo era ese? ¿Por qué nuestras riquezas no eran de todos, por qué no compartirlas?


Las palabras de mi abuela me dieron el impulso que necesitaba para continuar mis búsquedas, pero me daba cuenta de que las respuestas me llevaban a nuevas inquietudes que parecían conducirme a través de una cadena infinita.


Pasó el tiempo y El Reloj de la Vida marcó mis 15 años. Por esa época era un joven muy soñador, no había olvidado que mi mayor meta era entender mi mundo para poder intervenir en él mediante la generación de ideas que llevaran de alguna forma al progreso colectivo. Sin embargo, sabía que debía ser cuidadoso, mi abuela me lo había advertido: respetar otras culturas y sus perspectivas de vida, y por supuesto, la naturaleza. Pensaba que si ingresaba a una universidad a estudiar economía entonces tendría la oportunidad de saber cómo identificar las necesidades sociales y formular propuestas de solución. Por otra parte, pensaba que si estudiaba derecho haría una labor de justicia ayudando a los más desfavorecidos. Llegó pues el momento en que debía leer la segunda carta de mi abuela, la del número 15:


Ahora es cuando debes estar firme, pensar muy bien qué harás con tu vida y saber elegir entre los buenos y los malos caminos. Seguramente te equivocarás, pero eso ayudará a que madures poco a poco. No lo olvides: edúcate a ti mismo y permanece atento porque tu rumbo debe estar dirigido por tus propios sueños.”


Mi abuela no dejaba de sorprenderme con sus cartas. El mensaje era bastante claro para mí, no iba a defraudarla.


Transcurrieron años, terminé de crecer, cursé mis estudios superiores y conseguí trabajo con un equipo de colegas conformado por economistas y abogados, con el cual ya llevaba mucho tiempo. Tenía una vida tranquila y muy exitosa, no tenía de qué preocuparme. Un día encontré entre mis cosas algo que me llamó la atención, se trataba de una caja polvorienta que lucía bastante desgastada, entonces lo recordé en ese momento: era la caja que me había dado mi abuela un poco antes de morir. La había olvidado por completo, así que la tomé entre mis manos y reviví el sentimiento de cariño que me tenía; en su tapa decía “El Reloj de la Vida”, me pregunté ¿qué la habría motivado realmente a ponerle ese nombre? El Reloj de la Vida ya había marcado muchos años para mí, no había sido constante en la lectura de las cartas, pero quería desatrasarme, así que tomé la tercera, la del número 20, que decía:


Ya no eres un chiquillo, enfréntate decidido a todo lo que se ponga ante tu camino. No cometas el mismo error de tus padres: creer que el conocimiento ya está acabado, que lo que dicen tus profesores son verdades absolutas y que no se puede hacer nada para lograr cambios en la sociedad. La educación despertará cada vez más tu mente, pero tú eres el encargado de descubrir qué se esconde tras ella, qué deja de decir; duda todo el tiempo, piensa en qué otras cosas se pueden crear a partir de lo que aprendes. No seas conformista, actúa.”


Luego de leer la carta quedé paralizado, ¡¿qué había hecho con mi vida?!, ¡¿qué había hecho con mis sueños?! Me di cuenta de que mi perspectiva se había difuminado con el paso del tiempo. Me había educado, sí, pero ¿qué clase de educación había sido esa? Cada vez que en la universidad un profesor nos enseñaba parecían disolverse todas las críticas posibles, nos acoplábamos a una verdad, a una realidad que empezamos a considerar inmodificable, en la cual debíamos buscar una ubicación adecuada para cada uno de nosotros, los estudiantes, que en algún momento tendrían que ser profesionales de alta calidad para tener algún valor social. Eso era lo que hacía en aquél momento, reproducía todo el conocimiento adquirido, nunca lo había cuestionado lo suficiente. Tal vez si hubiera leído la carta a tiempo no me hubiera convertido en lo que mis padres también habían sido: agentes al servicio de un sistema porque ni siquiera tenían la disposición de ver cuáles eran sus fallas, ¡por creerlo perfecto y normal!


Sin esperar más abrí la carta que seguía, era la del número 30:


Eres un hombre maduro. ¿Recuerdas lo que alguna vez te dije sobre ser una luz de transformación? Pues es el momento de que lo pongas en práctica a plenitud, estarás en la edad de conformar una familia y deberás dar buen ejemplo. Recuerda que debes escuchar a otros, respetar sus opiniones, sus costumbres, su manera de asumir la vida y la existencia misma; atiende a las necesidades sociales y contribuye a solucionar sus problemáticas, sé esa persona que con sus actos ilumina a los demás para creer que otra realidad, una más justa para todos, es posible construirla desde ahora.”


No resistí más, el llanto no se hizo esperar. Me sentía culpable, ¿cómo era posible que hubiera olvidado los consejos de mi abuela? Me había convertido en una máquina para el trabajo, un trabajo que no hacía más que arrebatar a las comunidades sus pertenencias, sus tierras, su hogar, dándoles a cambio un pago ínfimo, sin escuchar sus voces, sus necesidades, e invisibilizándolas con el destello de la riqueza que un ambicioso negocio nos prometía sin lugar a dudas a mí y a mi equipo. Sentía que no podía ser ejemplo ni de la más mínima virtud, no era luz para nadie.


Quedaba una última carta en la caja, su número todavía no había sido marcado por el Reloj de la Vida, me faltaban algunos años. Pero decidí no cometer otro error, así que pasé a leerla, el dígito era el 40:


Estas son mis últimas palabras. Cuando eras muy pequeño me preguntaste si te guiaría, así que te entregué la caja del Reloj de la Vida; no porque con unas simples cartas fuera a mostrarte cuál debía ser tu camino a recorrer, sino porque sentía que necesitabas de esos mensajes para que no permitieran que te olvidaras de quién habías sido cuando eras un niño y lo que te había dicho respecto a tu futuro. ¿Sabes por qué la nombré El Reloj de la Vida? Precisamente por la misma razón: el tiempo transcurre y los años, como un reloj, van marcando horas, momentos, etapas de tu vida que no tienen por qué pasar desapercibidas, todas son muy importantes, te permiten evolucionar y crecer como persona, y es allí cuando deberás estar atento a que las ilusiones no se pierdan, a que esos sueños infantiles jamás dejen de alumbrar tu corazón. Si tu ruta estuvo orientada por esos anhelos, sigue adelante, si no fue así, no te angusties, ese sería tu destino. Lo mejor es que siempre te respondas a ti mismo: ¿qué estoy haciendo a esta hora de mi vida para que mis sueños nobles dejen de ser una fantasía?”


El mensaje era contundente. Había aprendido una gran lección. Comprendí el valor de no dejar de soñar, de no abandonar esas utopías que de pequeño me había formulado y que de adulto olvidé por dejarme envolver en el torbellino de un mundo desenfrenado, banal, áspero y competitivo. No hay que dejar que esos sueños se empolven en un rincón hasta el punto que no los podamos ver, como la caja de mi abuela. El educarse a sí mismo, pensar por sí mismo y escuchar a otros, constituirán parte de la brújula que me indicará el camino. Leer la carta a tiempo, la carta de nuestras propias ilusiones y nuestras propias pautas para ser persona harán la diferencia en el Reloj de Mi Vida.



Escrito por María Adelaida Galeano Pérez

Relato inspirado a partir de los temas estudiados en el curso-semillero de Sociología Jurídica y Teorías Críticas de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia (Noviembre de 2012).