Hace ya unas
semanas concluyó el ciclo En las Calles
de la Urbe del Cineclub Voces, que puso en los ojos de los espectadores
tres obras cinematográficas que convergen en un escenario equivalente, pero que
no por eso dejan de mostrar desde distintos ángulos a personajes, relaciones
sociales y fenómenos problemáticos que nos sacarían a los ciudadanos
“corrientes” de la rutina, la cual quisiera habituarnos a una vida apresurada e
indiferente.
La primera
urbe de la que fuimos testigos está en manos de Gamín, de Ciro Durán, un documental del año 1977, y aunque por más
desgastada que pudiera parecer la cinta, las historias que presenta conservan una
vigencia tremenda, como si se hubiera rodado el día de ayer. Al principio
parecían salir de la nada unos niños hambrientos, sucios, que se tiran en el
piso y se cubren con periódicos, ¿quiénes son realmente estos desamparados?,
¿quiénes son los “gamines” a los que se dirigen las cámaras? Tan sólo hay que
esperar unos minutos para saberlo: experiencias de exclusión y desplazamiento
en una Colombia inequitativa son la causa para que las galladas se conformaran,
para que las familias dejaran sus campos y llegaran a la ciudad, para que
ciertas prácticas de supervivencia fueran una alternativa a pesar de su
naturaleza delictiva.
Fotograma de "Gamín" |
La segunda
urbe la observamos por medio de La
sociedad del semáforo, filme dirigido por Rubén Mendoza, del año 2010. Esta
vez el paisaje nos traslada a otra población para la que en medio del cemento
citadino existe un invento de singular atracción y función: el semáforo.
Vendedores ambulantes, acróbatas, artistas…, están a la espera de que el color
rojo les de vida al quitarles el velo que los cubre ante la vista de los
conductores que están obligados a frenar; si tan solo esa luz durara un poco
más de tiempo encendida no tendrían una existencia tan corta, ¡se prolongaría su
visibilidad! Y detrás de lo que pasa en las transitadas calles hay vidas con
más contenido, aparte de organizarse para trabajar, ellos conviven, tienen
costumbres, padecen las injusticias y sufren el dolor de la muerte, son seres
humanos que cohabitan nuestros mismos caminos.
En la tercera
y última urbe gozamos de la creatividad de Ciro Guerra, con su película La sombra del caminante, del año 2004.
Su imaginación mezclada con interpretaciones salidas de una realidad que les
cuesta a muchos por sus precarias condiciones de vida, nos pone como telón de
fondo nuestra propia historia de violencia, impidiendo con esto que la
narrativa se agote en la frialdad de la ciudad y el oficio del rebusque. Con su
obra estamos más cerca de puntos sensibles a través de la amistad de dos
personajes que salen a la calle para encontrar un sustento, y una vez más, lo
rural se ubica en un pasado protagónico e incluso misterioso. Y es la urbe la
encargada de guardar esos secretos, las anécdotas que fueron y que se aparecen
como fantasmas reclamando lo que es suyo, esto es, la verdad y el recuerdo.
Estas tres
películas nos brindan maneras distintas para acercarnos a las vicisitudes de
quienes encuentran en un centro, una esquina, un pedazo de asfalto y acera, las
condiciones inevitables en las que deben arreglárselas para luchar contra una
violencia social que los mantiene olvidados. Las situaciones representadas no
son inventos fortuitos de la señora que vende arepas de chócolo, o del señor o
el joven que venden helados, aguacates, espejos, frutas, solteritas, mazamorra
o pescados deambulando y llamando la atención por nuestros barrios, tampoco son
fruto de una inspiración inconsciente a partir de lo que podemos observar
debajo de los puentes, de las melodías y discursos que se hacen escuchar en los
buses ofreciendo caramelos, pulseras, música, lapiceros y demás objetos. Mucho
menos se trata de un capricho artístico de los directores que han dado forma y
profundidad a estos contextos.
Imagen de "La sociedad del semáforo". Tomado de http://www.allocine.fr/film/fichefilm- 215618/photos/detail/?cmediafile=21010454 |
En lo que
parecieran coincidir precisamente es en que la urbe es un espacio donde se concentran
una economía egoísta, un aparato estatal indolente, un encarcelamiento que no
permite crecer por los barrotes de un estómago vacío, de una renta sin pagar, de
unas necesidades básicas que son expresión de carencia, sabiendo que en ese mismo
espacio hay establecimientos, edificios, bancos, casas, centros comerciales,
instituciones educativas, comercio, autoridades, viviendas, ciudadanos, lujos,
excesos y derroche que no alcanzan para incluir a esos otros seres invisibles,
que no dan para que una orientación sensible cree puentes estrechos con ellos,
que no alberga esfuerzos suficientes para reconocer que de este lado se tiene
más de lo que, en ciertos sentidos, poseen aquellos, y que eso nos convierte en
verdugos en medio de esas brechas mortales.
El lenguaje
tosco y vulgar de La sociedad del
semáforo parece ser una respuesta a esa atmósfera lúgubre y despiadada que
acecha a los personajes, no quedándose atrás el silencio, que habiendo sido
grabado, contrasta con el ruido de los carros, las voces de la gente, los
pitos, la congestión de una vía, los juegos infantiles y demás sonidos que se
hicieron oír durante todo el ciclo; a lo mejor detrás de todo ruido hay un implacable
silencio, como lo sugiere Mendoza. La libertad es otra arista, siendo esta la que
reclama Gamín en su final,
recordándonos que fuimos liberados de los españoles y haciéndonos entender que
eso no es suficiente ante la dominación que se vive hoy. Con La sombra del caminante tampoco faltan
los cuestionamientos, la amistad edificada en el desconocimiento de los actos
del otro nos muestra que somos capaces de entablar lazos fraternos cuando nos
identificamos desde la transparencia del ser, sin depender de otros
significados y por encima de las palabras y del pasado.
Fotograma de "La sombra del caminante" |
Por supuesto,
todas estas ideas son un brevísimo repaso de las obras y de ninguna manera
concluyen la cantidad de detalles e interpretaciones cinematográficas y
sociales que se podrán derivar de estas. Sin embargo, confío en que contribuyan
a no olvidar a quienes habitamos las urbes, que en esas mismas calles, bajo la
sombra de los semáforos, es muy probable que un “gamín” se esté refugiando a la
espera de que una sociedad caminante por la libertad vaya a su encuentro.
Escrito por María Adelaida Galeano P.
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