sábado, 30 de abril de 2016

“EN LAS CALLES DE LA URBE”, ALGUNOS APUNTES.


Hace ya unas semanas concluyó el ciclo En las Calles de la Urbe del Cineclub Voces, que puso en los ojos de los espectadores tres obras cinematográficas que convergen en un escenario equivalente, pero que no por eso dejan de mostrar desde distintos ángulos a personajes, relaciones sociales y fenómenos problemáticos que nos sacarían a los ciudadanos “corrientes” de la rutina, la cual quisiera habituarnos a una vida apresurada e indiferente.

La primera urbe de la que fuimos testigos está en manos de Gamín, de Ciro Durán, un documental del año 1977, y aunque por más desgastada que pudiera parecer la cinta, las historias que presenta conservan una vigencia tremenda, como si se hubiera rodado el día de ayer. Al principio parecían salir de la nada unos niños hambrientos, sucios, que se tiran en el piso y se cubren con periódicos, ¿quiénes son realmente estos desamparados?, ¿quiénes son los “gamines” a los que se dirigen las cámaras? Tan sólo hay que esperar unos minutos para saberlo: experiencias de exclusión y desplazamiento en una Colombia inequitativa son la causa para que las galladas se conformaran, para que las familias dejaran sus campos y llegaran a la ciudad, para que ciertas prácticas de supervivencia fueran una alternativa a pesar de su naturaleza delictiva.

Fotograma de "Gamín"

La segunda urbe la observamos por medio de La sociedad del semáforo, filme dirigido por Rubén Mendoza, del año 2010. Esta vez el paisaje nos traslada a otra población para la que en medio del cemento citadino existe un invento de singular atracción y función: el semáforo. Vendedores ambulantes, acróbatas, artistas…, están a la espera de que el color rojo les de vida al quitarles el velo que los cubre ante la vista de los conductores que están obligados a frenar; si tan solo esa luz durara un poco más de tiempo encendida no tendrían una existencia tan corta, ¡se prolongaría su visibilidad! Y detrás de lo que pasa en las transitadas calles hay vidas con más contenido, aparte de organizarse para trabajar, ellos conviven, tienen costumbres, padecen las injusticias y sufren el dolor de la muerte, son seres humanos que cohabitan nuestros mismos caminos.

En la tercera y última urbe gozamos de la creatividad de Ciro Guerra, con su película La sombra del caminante, del año 2004. Su imaginación mezclada con interpretaciones salidas de una realidad que les cuesta a muchos por sus precarias condiciones de vida, nos pone como telón de fondo nuestra propia historia de violencia, impidiendo con esto que la narrativa se agote en la frialdad de la ciudad y el oficio del rebusque. Con su obra estamos más cerca de puntos sensibles a través de la amistad de dos personajes que salen a la calle para encontrar un sustento, y una vez más, lo rural se ubica en un pasado protagónico e incluso misterioso. Y es la urbe la encargada de guardar esos secretos, las anécdotas que fueron y que se aparecen como fantasmas reclamando lo que es suyo, esto es, la verdad y el recuerdo.       

Estas tres películas nos brindan maneras distintas para acercarnos a las vicisitudes de quienes encuentran en un centro, una esquina, un pedazo de asfalto y acera, las condiciones inevitables en las que deben arreglárselas para luchar contra una violencia social que los mantiene olvidados. Las situaciones representadas no son inventos fortuitos de la señora que vende arepas de chócolo, o del señor o el joven que venden helados, aguacates, espejos, frutas, solteritas, mazamorra o pescados deambulando y llamando la atención por nuestros barrios, tampoco son fruto de una inspiración inconsciente a partir de lo que podemos observar debajo de los puentes, de las melodías y discursos que se hacen escuchar en los buses ofreciendo caramelos, pulseras, música, lapiceros y demás objetos. Mucho menos se trata de un capricho artístico de los directores que han dado forma y profundidad a estos contextos.

Imagen de "La sociedad del semáforo".
Tomado de http://www.allocine.fr/film/fichefilm-
215618/photos/detail/?cmediafile=21010454

En lo que parecieran coincidir precisamente es en que la urbe es un espacio donde se concentran una economía egoísta, un aparato estatal indolente, un encarcelamiento que no permite crecer por los barrotes de un estómago vacío, de una renta sin pagar, de unas necesidades básicas que son expresión de carencia, sabiendo que en ese mismo espacio hay establecimientos, edificios, bancos, casas, centros comerciales, instituciones educativas, comercio, autoridades, viviendas, ciudadanos, lujos, excesos y derroche que no alcanzan para incluir a esos otros seres invisibles, que no dan para que una orientación sensible cree puentes estrechos con ellos, que no alberga esfuerzos suficientes para reconocer que de este lado se tiene más de lo que, en ciertos sentidos, poseen aquellos, y que eso nos convierte en verdugos en medio de esas brechas mortales.  

El lenguaje tosco y vulgar de La sociedad del semáforo parece ser una respuesta a esa atmósfera lúgubre y despiadada que acecha a los personajes, no quedándose atrás el silencio, que habiendo sido grabado, contrasta con el ruido de los carros, las voces de la gente, los pitos, la congestión de una vía, los juegos infantiles y demás sonidos que se hicieron oír durante todo el ciclo; a lo mejor detrás de todo ruido hay un implacable silencio, como lo sugiere Mendoza. La libertad es otra arista, siendo esta la que reclama Gamín en su final, recordándonos que fuimos liberados de los españoles y haciéndonos entender que eso no es suficiente ante la dominación que se vive hoy. Con La sombra del caminante tampoco faltan los cuestionamientos, la amistad edificada en el desconocimiento de los actos del otro nos muestra que somos capaces de entablar lazos fraternos cuando nos identificamos desde la transparencia del ser, sin depender de otros significados y por encima de las palabras y del pasado.            

Fotograma de "La sombra del caminante"

Por supuesto, todas estas ideas son un brevísimo repaso de las obras y de ninguna manera concluyen la cantidad de detalles e interpretaciones cinematográficas y sociales que se podrán derivar de estas. Sin embargo, confío en que contribuyan a no olvidar a quienes habitamos las urbes, que en esas mismas calles, bajo la sombra de los semáforos, es muy probable que un “gamín” se esté refugiando a la espera de que una sociedad caminante por la libertad vaya a su encuentro.


Escrito por María Adelaida Galeano P.

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