No olvides los eventos del pasado, son maestros de los
eventos del futuro.***
Proverbio chino
Hace poco menos
de un año escribía lo que habría sido la conclusión de una historia. Ahora, durante
la última semana antes de marcharme escribo otra vez, con la alegría de saber
que en aquella ocasión no estaba contando un final sino que realmente cerraba
un capítulo de vida que estaría por abrirse luego. No fueron en vano mis
palabras, no quise despedirme con un “adiós” o un “hasta luego”, no quería
desprenderme así de lo vivido, fueron mejor ese “hasta pronto” y ese “hasta
siempre”, con la certeza de que no había sido una experiencia que quedase en el
olvido, que en la distancia ese vínculo establecido se mantenía, y contemplando
la viva esperanza de volver a ella algún día, desconociendo su lejanía en el
tiempo... ¿años?, ¿décadas quizás?... ¿cuándo se puede volver a saborear una
aventura así en la existencia?, ¿cuándo habrá otra oportunidad para palparla?
Y la vida, en
un acto de coherencia consigo misma, me demuestra una vez más que la magia habita,
que sigue existiendo. Esa magia que envolvió tantos momentos alegres que
llenaban el alma hasta un punto inimaginado, esa magia que llevaba a descubrir,
a explorar, a atreverse, a ser en la libertad, a disfrutar de otras maneras, a
disfrutar por otras razones; es una magia que no se ha perdido, que reposa y se
mantiene despierta en el corazón, en el aire.
El ver tan
próximo el regreso a casa, la del otro lado del mundo, me trae todo tipo de
recuerdos, imágenes y sensaciones que se escondían en algún lugar de la
memoria, mi mente recrea los sitios alguna vez frecuentados, se añoran muchas
cosas, se quiere estar allá para ser otra vez parte de la cultura y la sociedad
que no dudó en recibirme.
A todos con
quienes he hablado, poco o mucho acerca de mi experiencia, les habré contado e
ilustrado sobre diversas facetas y caras de su significado, parecerá que cada
vez que me preguntan doy respuestas distintas, y quién sabe si hasta
contradictorias, pero la verdad que subyace es que no se puede condensar en una
palabra, en una frase o en un diálogo el cúmulo de impresiones, pensamientos,
sentimientos y cada paso que se da en un transitar evolutivo. A veces fue la
plenitud, a veces la incertidumbre, a veces la valentía, y otras, la soledad.
Nada fue estable, tampoco pretendía que lo fuera.
La aventura
enseña lo que había detrás de los límites, los corre, los amplía, casi los
borra del mapa. Meses después, comprendo que desde ahí la vida deja de ser
plana, se parte, ya no vuelve a ser la misma, aunque el entorno pareciera ser
el mismo. Algo cambia. Ya no es uno y lo determinado, ahora soy yo y una
inmensidad de posibilidades; el espacio es infinito, las probables maneras de
vivir quebrantan lo que hasta el momento se tenía por conocido y aceptable. Hay
algo que se abre. Esos límites son distantes y escasean, aunque no todo sea
libertad realmente.
Y es que no
solamente se sale y se amplía el mundo, al mismo tiempo se termina encerrado en
otra esfera de realidad. La clave está en el giro de la rutina, el hecho de
estar en la lejanía de lo que era propio y de que el entorno ofrezca a los
sentidos otras formas de abordarlo, eso arranca identidades, y esa es la fortuna que
alimenta el ejercicio de descubrir. Es lo que reconstruye y deconstruye.
A ello se le
suma el posterior proceso. El regresar a la tierra natal es otro momento, algo se
despliega junto con uno, cada día que pasa es un tiempo para interpretar y
entender qué sucedió, qué tanto marcó, qué está pasando, qué tanto me importó y
me sigue importando, quién es uno después de todo. Todos los días se concluye
de forma diferente, y después, se ve desde la lejanía, se divisa un pasado
preciado, aunque pocas veces se echa de menos, y a pesar de que se quisiera
estar allá otra vez.
El espíritu
aventurero no muere, se clava en el alma, jamás renunciaría a inspirar el camino,
a ser su fuego y más fiel compañero. Nada es fijo, cualquier cosa puede pasar,
tanto así que surge el llamado a seguir escribiendo esta historia paralela; porque
precisamente así se siente, el viaje es como comenzar otra historia que empieza
de repente en un punto específico y luego queda relativamente congelada en
tanto la fluidez no desaparece, pero sí disminuye notablemente, el cuerpo ya no
sigue allí. Puede ser entonces por el espacio, el lugar cobra protagonismo para
uno ser, resultando ser éste más fuerte que quien navega.
Volver al
punto congelado, al sitio donde se desenvuelve el relato para continuar, hacer
que cobre vida y se siga moviendo. Es una invitación provocadora de emociones,
de retos, de reencuentros, es una conexión de inmensas proporciones, y es cuando
logro dimensionar de forma más clara su fuerte huella, el valor que ha alcanzado.
La
oportunidad de estar en ese oriente lejano nuevamente me parece única, digna de
recorrerse como si fuera lo último por explorar. Volver a escribir en este
espacio también es reconfortante, sólo queda seguir caminando para saber qué
sucesos o contenidos podrían ocupar unas próximas líneas si así lo quisiera el “destino”,
y seguir avanzando, en una corta travesía de verano que promete ser enriquecedora.
Escrito por 玛利亚 (María Adelaida Galeano P.)
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* Este escrito hace parte de la serie de relatos
Experiencia de Vida en China, que a
manera de diario de viaje comparte una de las integrantes del Semillero de
Investigación en Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas a partir
de su vivencia académica en ese país. Los demás capítulos se pueden encontrar
en la sección Descubriendo China de
este blog.
** En esta ocasión agradezco a Hanban, al
Instituto Confucio de Medellín y a todas las personas que me han acompañado y
han compartido conmigo su alegría para emprender un segundo viaje a tan lejanas
tierras, pero que están tan cerca del corazón.
***前事不忘,后事之师。(qiánshì bù wàng hòushì zhī shī).
Esto contagia VIDA! :D
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