Fuente: http://colombialand.org/wp-content/uploads/2012/11/Caracoli.jpg
“Déjame llorar, préstame tus alas, regálame unas horas, acompáñame a soñar, que cuidamos rosas, del mismo jardín”.[1]
Por: Tatiana Lopera y María Adelaida Galeano P.
Si los seres humanos tuviéramos el don de la omnipresencia, si nuestra conciencia fuera capaz de despertar los genes de cada parte de nuestro cuerpo que contienen los recuerdos de nuestra historia, y si de esa manera pudiéramos dialogar y navegar en los conocimientos que reposan en la mente del intelectual, del ciudadano, del indígena que se comunica con sus ancestros, de los niños, de la naturaleza que opera con ritmos, equilibrios y desequilibrios ... qué peligroso sería entonces que fuésemos este tipo de sujetos desproporcionadamente capaces, ¡qué peligro! sabiendo que nos hemos demostrado tanta destreza para dañar a otros.
Al mismo tiempo, qué oportunidad tan grande sería esta, si gozáramos aunque fueran unos segundos de ese viaje alocado a través de los tiempos, de los lugares y de los cerebros de la gente, conocer el todo, no tener dudas, encontrar explicaciones, entender causas y efectos, saber quiénes éramos antes de nacer, o mejor, descubrir qué fuimos, si acaso fuimos algo, qué seremos, qué nos espera, qué nos podría deparar el destino en los próximos años. Qué privilegio sería concentrar ese poder para transportarse y acercarse a cosas que pasan, que nos pasan, a cosas que desearíamos que se disolvieran en el humo del nunca fue.
Un nunca fue, es justamente lo que quisiéramos para la experiencia difícil de dos mujeres, a quienes tuvimos la oportunidad de conocer en septiembre del 2014, cuando con ocasión del Primer Foro: Derecho, Resistencia y Movimientos Sociales que organizábamos con los demás compañeros de nuestro Semillero, nos dimos a la tarea de recibirlas y atenderlas mientras transcurrían los días de aquél evento, en el cual participarían como ponentes.
No se trataba para nosotras de acogerlas como simples expositoras que se dirigirían a un público de académicos deslenguados, no se trataba de llevar a cabo trámites logísticos y organizativos; la cuestión iba más allá, era un encuentro esperado por todos los miembros de nuestro grupo, para compartir, escuchar e identificar nuestra humanidad desde las vivencias que serían contadas, desde los temores y el dolor expresado, desde lo que somos y anhelamos ser.
Fue así como conocimos a Rosalba y Liria, dos representantes de las zonas humanitarias de Nueva Esperanza en Dios y Caracolí. Rosalba, una mujer de piel negra, labios grandes, voz grave y espíritu alegre, quien en uno de esos días que quisiéramos guardar siempre en la memoria, a través de su canto cadencioso y de aire ancestral, nos contó parte de la historia violenta que ella y su pueblo tuvieron que afrontar.
Liria, una mujer humilde, de voz suave, impecablemente vestida y aire tranquilo, que por medio de sus relatos, su llanto, sus miradas y risas, nos habló de la persona fuerte y valiente que, cual David enfrentada a Goliat, luchó en la mismísima boca del lobo por defender el derecho a permanecer en su tierrita.
Estuvimos con ellas durante dos días, escuchando de su propia voz la historia de lucha que han emprendido con sus comunidades. Así, nos contaron a grandes rasgos cómo fue el proceso de establecimiento de las zonas humanitarias en las que actualmente viven. Lo primero que hicieron fue declararse como población civil sin nexos con grupos armados, además crearon sus propios reglamentos y resistieron por el derecho a la vida y al territorio, representándolo simbólicamente con banderas blancas, letreros y vallas, con la única finalidad de vivir en paz, y respecto a lo cual estarían dispuestas a morir, si llegara a ser necesario.
Es pertinente explicar que el establecimiento de estas zonas humanitarias es iniciativa de diferentes comunidades rurales del país que se han unido para pedir a todas las partes enfrentadas en el conflicto armado - paramilitares, ejército nacional y grupos de guerrilla- que respeten su decisión de no colaborar con ninguna de ellas y que no irrumpan en sus territorios. Éstas, tienen proyección a nivel nacional en los frentes político y organizativo, brindando alternativas de vida para demostrar que están allí, en sus tierras, que son sus dueños y que esto les otorga el derecho a hacer propuestas sobre lo que naturalmente les concierne.
Este proceso no ha sido fácil, ni para Rosalba y Liria, ni para el resto de las personas que conforman estas comunidades. Ya que algunas autoridades estatales afirmaron que se trataba de comunidades subversivas, mientras que paramilitares y guerillas las acusaban constantemente de aliarse con sus enemigos, lo que ha ocasionado atentados contra los derechos a la vida y a la integridad personal y cultural de estos individuos.
Pero a su vez, es importante rescatar que han contado con el apoyo de diferentes ONG nacionales e internacionales, y especialmente, con la ayuda de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, la cual también ha respaldado a las comunidades de paz; gracias a ello y a su incesante firmeza, han logrado el reconocimiento de sus derechos, han contado con el aval jurídico de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y así mismo, la Corte Constitucional colombiana también ha fallado positivamente a favor de diversas comunidades que se encuentran inmersos en estas realidades de violencia[2].
Por esto, podemos afirmar que quizás lo más impresionante en sus historias ha sido su sentido de pertenencia y la capacidad para darse fuerza a sí mismas; totalmente fieles a querer ser campesinas y a estar en su verdadero hogar, donde está su felicidad y desde donde consideran, debe lucharse por los derechos de los pueblos. Ellas no han perdido la voluntad para soñar en grande y para cultivar su confianza espiritual, a pesar del miedo que ha generado la violencia en sus vidas.
Si pudiéramos meternos en su piel, respirar su aire, sentir lo que han sentido y vivir su dolor, si tuviéramos ese poder súper humano que relatábamos al comienzo, podríamos trasladarnos a su experiencia casi como si la viviéramos también y entender mejor las dimensiones de estas historias que apenas alcanzamos a imaginar a través de los testimonios.
Sin embargo, y por fortuna, no hace falta esa condición privilegiada para darse cuenta de la estigmatización de la que son víctimas cuando se dice que en sus zonas humanitarias hay guerrillas; ni ser ellas, para comprender que los proyectos de "desarrollo" de algunos empresarios y grandes multinacionales más bien amenazan sus estilos de vida; tampoco estar en el campo para saber que las medidas de seguridad y la protección especial que se le debe prestar a este tipo de población son muestra de lo vulnerables que están. No hace falta haberse graduado de derecho para tener la consciencia de que el ejercicio de esta profesión estará de su lado si así lo queremos, si así está formulada nuestra voluntad política como abogados o futuros abogados.
Sin necesidad de ser ellas podemos entender todo esto, y a lo mejor plantearnos acciones efectivas a su favor, pero sin serlo, hay algo que nos queda imposible experimentar: sentir que la vida se te quiere arrebatar de las manos, sentirlo desde el fondo del alma. De ese sentimiento, de esos fantasmas, de esos dolores, solo ellas y las personas que han vivido de manera directa la violencia en Colombia nos pueden dar cuenta.
Generarnos tal proximidad a un encuentro afanosamente necesario, nos hace valorar lo preciado que fue contar con su compañía y conocerlas. Por eso, no podemos ignorar, ni olvidar, una idea que nos marcó a quienes estábamos congregados en ese momento en el auditorio 10-222 de nuestra Universidad: ¿Y por qué no vamos nosotros, “el público”, allá, a su tierra? Así las cosas parecen tomar un giro, ahora encarnamos el papel de invitados, y aunque estamos llamados a tener un vínculo más profundo, es innegable, ¡cuánta razón tienen!, ¡cuánto compartimos los deseos de fundirnos en esa realidad dura, para decirles que no están solos, para que sea más cierto que estamos a su lado!, para identificarnos como gente del mismo pueblo que es capaz de sentirse en el otro: lograr simplemente eso se constituye ya en un paso que pisa fuerte a lo largo de este camino. Ojalá no sea una promesa callada de nuestros corazones, ojalá éstos nos lleven a materializar este nuevo sueño.
Finalmente, nuestra experiencia nos pone a pensar en este momento crucial que está viviendo el país, en el que se está discutiendo la salida negociada del conflicto y se oyen rumores de paz y reconciliación, por lo que hacemos un llamado a la sociedad colombiana para dejar de taparnos los oídos y escuchar; a atrevernos a conocer esta travesía de dolor que hemos padecido, algunos más que otros, durante tantos años; a mirarnos a los ojos, a mirar de frente y con dignidad a todas las personas víctimas de este conflicto, que en Medellín por ejemplo, podemos encontrar en muchas de las comunas de la periferia o en cada semáforo; a, en definitiva, escuchar este clamor del pueblo: Déjame llorar, préstame tus alas, regálame unas horas, acompáñame a soñar, que cuidamos rosas, del mismo jardín.
[1] Banda musical del documental “No hubo tiempo para la tristeza” realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica, en el cual se presenta los testimonios de las víctimas de todas las formas de violencia de la guerra en Colombia.
[2] Así por ejemplo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha brindado su respaldo a la creación de zonas humanitarias, en tanto constituyen una vía para proteger a la población civil de los diferentes grupos armados. Así mismo, ha otorgado medidas provisionales a la Comunidad de Paz y a las comunidades de Jiguamiandó y Curbaradó. En igual sentido, la Corte Constitucional colombiana ha recalcado en la obligación del Estado de brindar protección especial a habitantes de zonas humanitarias. Al respecto véase Construyendo la paz en espacios exclusivos de población civil: experiencias del Urabá, en: http://www.pbi-colombia.org/field-projects/pbi-colombia/publications/features/peace-initiatives/uraba/
* * *
TE INVITAMOS A COMENTAR EL TEMA A PARTIR DE LAS PREGUNTAS QUE NOS PROPONEN LAS AUTORAS:
Así como creemos en las voces de estas valientes mujeres y de sus pueblos, creemos también en lo mucho que nosotros podemos apoyarles, te invitamos entonces a que compartas tu voz y nos cuentes, ¿qué mensaje tienes para estas personas que ahora mismo sufren los flagelos de la violencia en Colombia?
Además, ¿crees que tienen un reconocimiento por parte de la sociedad y del gobierno nacional?, ¿cuál debería ser el rol que asuman estas comunidades en un proceso de paz?, ¿por qué crees que es importante que se conozcan sus historias?
SI QUIERES COMPARTIR TUS OPINIONES SOBRE OTROS TEMAS QUE HEMOS TRATADO, DA CLICK AQUÍ Y ¡ACCEDERÁS A LA SECCIÓN EXPRÉSATE!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario