Es frecuente encontrar explícita o implícitamente en el trabajo de investigadores sociales, aquella diferencia originaria entre el juicio sobre el hecho y el juicio de valor; entre la descripción y la prescripción; entre el saber y la crítica; entre la doxa y la episteme.
Más allá de los desarrollos que han concluido en el campo de las ciencias exactas la impropiedad de la rígida separación entre sujeto y objeto, hay que decir que en el campo de la investigación tal escisión se vislumbra aún más impropia, pues sus objetos y lo que puede decirse de ellos están surcados por posiciones filosófico-políticas y morales.
Lo cierto es que, sin embargo, algunos pretenden sostener su discurso en el sitial de la técnica, la imparcialidad y la pureza. Lo que no tendría que ser necesariamente grave, sino se tratase de investigadores cuyo trabajo pretende transformaciones sociales democráticas y críticas de -como leía en estos días- ¨el desorden establecido¨.
El trabajo académico transformador -en su sentido más profundo y político- debe estar orientado estratégicamente por unos criterios que permitan golpear las ideas, sujetos y prácticas que agencian la desazón y la injusticia social; y estimular las ideas, sujetos y prácticas que trabajan por una transformación radical de la vida en sociedad. En otras palabras, la investigación socio-crítica debe coadyuvar a unos actores muy específicos y, al mismo tiempo, denunciar y desarmar a otros actores determinados. No hay lugar para las ingenuidades.
De manera que, volviendo al principio, la razón política debe atravesar la agenda del saber: su método, su objeto, su punto de vista. Para poner un ejemplo -del campo en el cual estoy inmerso-, se puede investigar sobre las fallas en la legalización de la marihuana en Uruguay con el objeto de desacreditar tal política, como se puede investigar sobre algún conflicto socio-ambiental en Colombia con la finalidad de denunciar el despojo ecológico y social. Que no se pretenda, entonces, que mientras reflexionamos e investigamos desaparece nuestra calidad -consciente o inconsciente- de actores políticos.
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