Repasa lo viejo y conoce lo nuevo.**
Proverbio
chino
Definitivamente
regresar es un volver a empezar, es ver el entorno con ojos nuevos, apreciar y
sentir diferente; las experiencias transcurren, sin embargo, la persistencia de
los recuerdos y las renovadas reflexiones se constituyen en la fortuna del
viajero que vuelve a su tierra natal. El desprendimiento de ella es la llave a
otras realidades y estados, y no me refiero sólo a lo físico, también el
alejamiento mental y espiritual permiten transportarse a otras esferas de
conciencia, entendimiento y percepción.
Recuerdo que
cuando empecé a relatar esta historia escribí uno de los capítulos que más me
han marcado; en él, expliqué aquello de los esquemas
sensoriales y esquemas mentales, esa
era la época en que empezaba a descubrir China y cuando las cualidades de cada
cosa constituían una razón para sonreír con asombro. Acercarse a ese entorno en
aquel momento era como abrir la puerta y pasar a otra dimensión, dejar atrás el
salón de la intriga para pisar un lugar que no conocía y que no había logrado
imaginar. Ahora todo encaja, el volver por segunda vez me hace entender que el
ser guarda huella, tiene memoria, y así, lo que antes estaba en blanco ahora
contiene registros de sensaciones, sentimientos, expectativas que uno crea,
deposita, y de los que se alimenta en los sitios visitados.
Estar de
vuelta por unos días en la Universidad, en Dawai, es equivalente a una corriente
de energía para el cuerpo que reconoce en los sonidos de las voces, un idioma
divertido y cercano; en el olor, un lugar específico; en las aceras, recuerdos
de mañanas tranquilas, noches y tardes de anécdotas queridas. Es volver a uno,
a una parte de sí que parece estar ligado a lo de allá, que reacciona a sus
particulares señales físicas y se identifica con ellas, apuntando a un alguien
que se era, que parece permanecer, pero que en realidad está fundido con un yo
de otro tiempo, habiendo perdido su figura original.
Es esta pues
una parte de la historia, la cual cobijó muchos reencuentros. Los reencuentros
con amistades, con la variedad de comida, con esos edificios que ocupan el
campus, con los rincones, las canchas, con las tiendas en las que solía comprar
golosinas “exóticas” y una variedad de artículos, con el lago, con los caminos de
afuera tan transitados y sus puestos llenos de frutas y hasta gusanos vivos ofrecidos
en el menú callejero, la hilera de restaurantes, las flores de verano y el
cielo azul con manchas blancas que parecían obra de un pincel descuidado
haciéndome añorar los algodones flotantes sobre las montañas de mi ciudad
natal; me hablaban de un conjunto de cosas que habían cobrado significado, ya
los había leído alguna vez, y volver a ese todo dejaba de ser un descubrir pleno
y más bien parecía que mutaba a un sentimiento de encantamiento.
Las sorpresas
que anteriormente me implicaba el dirigirme a la gente mediante el esfuerzo
propio de hablar en su idioma, el probar otros sabores, ir a donde nunca había
estado, son algunos de los aspectos que pasaron a otro nivel. Como decía, el
sentir que conlleva el aproximarse a lo desconocido por primera vez se encuentra
ya transformado, pero eso no impide que el camino posterior encante con las
cosas que trae; y entonces veo también que la identidad pre-creada con el
entorno me permite descubrir después de todo, aunque en otro sentido, sobre
gustos precedentes y profundos que se despiertan es con la presencia en esos
sitios, en otras palabras, es detectar lo realmente extrañado de la experiencia
pasada y encontrar en lo nuevo razones para ser feliz, seguir aprendiendo, disfrutar
y dejarse llevar por su gracia.
El andar
sobre ideas todavía muy inmaduras al respecto me origina inquietudes y
reflexiones primerizas sobre lo que mencionaba al comienzo. Me da la impresión
de que los esquemas mentales no
corren la misma suerte de los esquemas
sensoriales cuando éstos últimos están en condición de lejanía física entre ellos, pues el ser
humano se construye a través de sus vivencias, cada pedacito de lo que lo cruza,
y con lo que se topa, lo toca y hace parte de él o lo mueve, lo forjan en esquemas mentales que son intrínsecos a
su ser, por lo que no lo abandonan cuando viaja sino que interactúan con ese
exterior novedoso, pudiéndose ver asaltados por el advenimiento de frescos
componentes que habrían de entrar a confrontarlo, reclamándole un lugar en su
propio espacio.
Finalmente,
debo advertir que dudo de que los sentidos edifiquen por sí solos concepciones
y formulaciones más hondas en el individuo, así, el conocer personas, historias,
enfrentar situaciones y asumir realidades, son algunos aspectos que bien pueden
contribuir igualmente en la formación de la esfera interior. Además, a lo mejor
el “juego” de combinar esquemas, o a los factores que se piden su lugar en él,
permita liberaciones entre sí, enriquecimiento mutuo y la inculcación de un
convencimiento de que por más familiar que nos resulte un determinado contexto,
nada ha de caer en un aire de normalidad, de acomodamiento, de pérdida de curiosidad
por lo que pudiera pasar si las cosas fueran distintas y por lo que son en sí
mismas.
La vida parece concretarse en una serie de muertes y renacimientos.
Morir y nacer es un privilegio.
Morir y nacer es un privilegio.
Escrito por 玛利亚 (María Adelaida Galeano P.)
* Este
escrito hace parte de la serie de relatos Experiencia
de Vida en China, que a manera de diario de viaje comparte una de las
integrantes del Semillero de Investigación en Sociología del Derecho y Teorías
Jurídicas Críticas a partir de su vivencia académica en ese país. Los demás
capítulos se pueden encontrar en la sección Descubriendo
China de este blog.
** 温故知新。(wēn
gù zhī xīn).
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