En un escenario colombiano tan difícil como el actual, donde las acciones de violencia nos acechan con mayor ímpetu y la construcción de paz se ve atacada por la misma muerte, es necesario avivar los lazos de solidaridad y los tejidos de esperanza que nos acerquen a una realidad social más justa, respetuosa por la vida, los derechos y la diferencia. Sin olvidar a aquellos que han visto sacrificada su propia existencia a favor de estas causas que defienden la transformación social, compartimos mediante esta publicación algunos sentimientos y reflexiones que nos emergen, en torno a la memoria de Campo Elías Galindo Álvarez, intelectual y líder social que deja huella en la comunidad académica y política.
María Botero Mesa, octubre 5 de 2020
La vida continúa.
Hace cinco días la muerte se nos sentó en el pecho. Y hoy la vida continúa.
No fue la muerte como tal la que me hizo llorar sin consuelo esa tarde del primer día de octubre. Fue la acción humana: a Campo lo mataron.
“Por pensar” me dije, lo mataron por pensar y decir lo que pensaba y porque al hacerlo podía cambiar el curso de las cosas. Lo mataron entonces queriendo negar el cambio.
En una carta a su madre, a los 17 años, Campo dice con orgullo que sabe que ha cambiado y que por eso se considera “el más vivo de los vivientes” porque fue de los que nacen para buscar la verdad y eso le permite estar dispuesto a todos los cambios que esa búsqueda le imponga. “Continua evolución es eterna juventud” afirma.
Pienso que morir es parte de esos cambios y no el final de su búsqueda. Uno-porque su búsqueda no es individual; dos-porque las convicciones que le hicieron sentirse “el más vivo de los vivientes” siguen vivas en su legado; tres- porque matar para evitar el cambio profundiza nuestra convicción en la necesidad de ese cambio, acrecienta nuestro coraje, impulsa nuestra capacidad de hacernos colectivo y hace que recordemos con más fuerza las palabras, acciones, gestos, enseñanzas y preguntas que compartimos con él.
Lo mataron queriendo negar el cambio pero lo que hicieron fue afirmarlo. Siento que la verdad es el movimiento y no la quietud y quienes acuden a la muerte buscando aquietar se equivocan: morir hace parte de lo que somos, y somos movimiento. Morir es una de las grandes verdades y por eso quienes buscamos la verdad no le tememos a la muerte. La muerte es lo contrario a la quietud.
Quien teme al cambio teme a la verdad, y quien teme a la verdad le teme a la muerte. Por eso nos matan, porque ellos temen morir y porque saben que nosotras y nosotros, que vivimos sin miedo, tenemos el poder.
Yo no me siento frágil por ser mortal. Yo no me siento débil por sentir dolor. Duele profundamente que nos disparen, que nos apuñaleen, que nos corten la vida. Pero nuestro dolor y nuestro sentir no les pertenecen a quienes lo causan. Ellos no logran nada. Quienes arrebatan la vida, no logran nada más que cargar con su propia miseria, y ojalá, por el bien de todos y todas incluidos ellos mismos, decidan soltarla.
Nuestro dolor no les pertenece porque nuestro dolor es también nuestra fuerza porque nos recuerda lo esencial, nos mueve y nos con-mueve, nos impulsa a cambiar lo que debemos cambiar y nos une en el abrazo profundo de quienes cuidan la vida. Junto a Oriana y Gonzalo, nos hermanamos todos y todas las que no hemos sido criadas para la guerra y que como ella y él hemos aprendido a montar en bicicleta sin tener miedo de seguir pedaleando aún después de que la mano cariñosa de quien cría nos suelte y confiando en nosotrxs nos vea continuar.
Sí, la vida continúa y continuaremos defendiéndola y gozándola a plenitud.
CICATRICES
Por: María Adelaida Galeano P.
Si las cicatrices del alma se me dibujaran en la piel, sería evidente que las lesiones no se circunscriben a un pasado reciente, y quedaría al descubierto que su génesis se remonta casi a la del mismo cuerpo, pues cada una se ha tomado su espacio desde que mis ojos y mente aprendieron a trabajar en equipo para hacer memoria de una Colombia cruel.
Quizás el más sensato sentido de la cicatriz sea el recordarnos, recordarnos que algo que nos hizo sufrir entre leve e intensamente forma parte de nuestra vida y adquiere un sentido particular, porque corresponde a una historia que, en su momento, percibimos con un sabor, olor, color o sentimiento específicos que la habrá hecho sin igual a las demás.
No sé si debiera extraer algún aprendizaje de cada uno de estos recuerdos que albergan mis cicatrices, pero lo que sí sé, es que la memoria que he edificado y reconstruyo día a día a partir de lo que sucede en tan agitado contexto, no está hecha para alimentar desesperanza, rencor, ni mucho menos deseos de violencia o venganza.
Creo que la mejor manera de solidarizarnos con las víctimas de estas cadenas de distopía, hasta donde invisiblemente viajo para acompañarlos cuando también me duele su sufrimiento, es precisamente abogar por otros valores y sentimientos contrarios a los ánimos destructivos, capaces de sembrar empatía, transformar y sanar.
Homenaje a Campo Elías Galindo A., Medellín. Octubre
de 2020
Mi última gran cicatriz, fruto de esa matriz de convulsión social basada en la indolencia, injusticia y los odios, escapa sin embargo a la línea subsistente por tantos años; lo excepcional en ella, es que su detonante me alcanzó demasiado cerca: tocó la vida del padre de un amigo, y no cualquier amigo.
Con Galindo hijo, he compartido espacios universitarios tejidos por el diálogo y las relaciones fraternas; he crecido en ambientes de respeto que se nutren de la diversidad de miradas y se abren a las voces de “los otros”; he ampliado mi visión en unión con perspectivas críticas y que nos invitan a posibilidades de acción más humanas desde el derecho.
Con Galindo hijo, pusimos granitos de arena para que una comunidad olvidada por el Estado cuente con el derecho humano al agua potable; viajamos fuera de la ciudad para aprender del encuentro entre semilleros académicos; nos reunimos en la sala de cine para descubrir lo que nos cuentan las películas; hemos sabido lo que es trabajar en equipo para que la idea de Derecho, Resistencia y Movimientos Sociales llegue hasta un auditorio con la presencia de quienes más merecen ser escuchados; y también, hemos soñado con que en este país se conquiste la paz.
A Galindo padre, líder social e intelectual que también le apostaba a un cambio, lo conocí y lo seguiré conociendo a través de su hijo, mi amigo y compañero de aventuras intensas, dotadas de vigorosidad juvenil y trazadas por búsquedas sabias; además del legado con el que Campo Elías nos sigue acompañando, y que muchos acogemos como nuestro.
Aunque esta última gran cicatriz tomará su tiempo en cerrar, la esperanza y la alegría al reconocer nuestro potencial creativo y transformador, es lo que me impulsa para seguir adelante, para creer, para mantener firme el propósito de construcción incansable de otras realidades.
Porque la existencia de nuestras cicatrices no ha de ser en vano, y por más grandes y vulnerables que puedan ser, ¡por más que duelan!, su destino no ha de reducirse a su mera colección para la lamentación, al contrario, han de trascender a una memoria con sentido que nos conecte constantemente con el sentir de los otros, que nos llame con fuerza a seguir dándolo todo para destrabar el rompecabezas de nuestra historia y para aportar a un proyecto de sociedad distinto, ese con el que Campo Elías Galindo Álvarez también soñó y por el que tanto entregó.
“De la mano de las Ciudadanías Libres, la sociedad colombiana es hoy
más crítica que en años anteriores y más sensible a los abusos y a la
arbitrariedad de las élites que gobiernan”
Campo Elías Galindo
Álvarez
No son tiempos para nada fáciles,
nadie nos dijo que lo fueran a ser, nadie nos prometió que el paraíso sería
nuestro, y mucho menos, nos dijeron que fuéramos a estar a salvo. Al contrario
de ello, esta realidad se ha empeñado en demostrarnos, desde que la conocemos,
de los riesgos que implica creer en lo que creemos, soñar con lo que soñamos y
ser quienes somos; y aunque hemos sido conscientes de esto, no deja de doler
que la experiencia atrapada en un “Nos están matando” no sea una frase hueca
sin sustento, ¡ojalá lo fuera!, pues es la materialización de la irracionalidad
y el odio la que hoy nos acecha y nos mira a los ojos, pretendiendo que el
miedo nos consuma, y que al fin explota la burbuja que se pretendía intacta,
que nos sacude, y nos dice “¡despierta, que no soy un fantasma!”.
El asesinato del líder social e
intelectual Campo Elías Galindo Álvarez, padre de nuestro querido compañero y
amigo Gonzalo Galindo Delgado, integrante del Semillero de Sociología del
Derecho y Teorías Jurídicas Críticas, es un acontecimiento que rechazamos y
lamentamos desde lo más profundo de nuestro ser, que dolorosamente se suma a la
violencia sistemática que vivimos actualmente en nuestro país, Colombia, en
contra de defensores de derechos humanos, líderes sociales y excombatientes de
las FARC, y que atenta decididamente contra los esfuerzos de construcción de
paz.
A pesar de este duro golpe que
nos atraviesa el alma, no nos quedamos con el dolor paralizante, ya que
reconocemos que este no deja de ser un hecho que nos recuerda a gritos la
urgencia de formarnos continuamente en pensamiento crítico, de mantener nuestro
compromiso y acciones por una transformación social, y el valor y respeto
necesarios hacia voces valientes que se atreven a leer agudamente nuestros
contextos, a denunciar las injusticias y a apostarle a un HOY distinto, más
incluyente y respetuoso de los derechos.
Por eso, más que nunca, los
integrantes del Semillero tenemos la certeza de que estos sentimientos y
propósitos tan valiosos y esenciales para nuestra sociedad, están y
permanecerán vivos en cada uno de nosotros, así como en todos nuestros
proyectos conjuntos. Nuestros encuentros en los pasillos y aulas de clase
universitarias de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, han sido
testigos desde nuestros inicios de esa chispa común para estudiar con ilusión,
para dialogar con respeto en medio de la diferencia, para soñar con firmeza,
para aceptar la pluralidad, para construir colectivamente, para vivir y sentir
que los vínculos fraternos conformados por el más fino de los tejidos humanos
nunca se pueden romper, NUNCA.
Nuestra experiencia nos deja
lecciones de por vida que nos señalan cómo el consenso social, la aceptación
del otro, la sana convivencia, el afecto, la humildad, la horizontalidad en las
relaciones, el respeto, la empatía, la discusión con base en las ideas, en la
participación y la escucha, son elementos clave de un proceso de construcción
de paz y cambio social, objetivo por el que muchos venimos trabajando, objetivo
por el que Campo Elías venía alzando su voz, compartiendo sus conocimientos y
estructurando sus análisis. Esto nos convence de que la mejor forma de honrar
su memoria, así como la de todas las personas que han entregado su vida por
estas causas en nuestro país, es continuar con estas luchas hechas a punta de
esos vínculos fraternos que tristemente se nos convierten, no pocas veces, en
batallas a muerte.
Gonza, hoy te abrazamos con la
seguridad de que somos, también, los que fueron y son con nosotros. Las
enseñanzas de tu padre son reflejo, y a su vez, convencimiento firme de cambio,
de esperanza, de amor y de lucha por y con las ciudadanías libres, aquellas que
se toman de las manos y unen sus voces contra las injusticias sociales y contra
la infamia del terror. Hoy queremos ser expresión de esa actitud decidida, vehemente
e inamovible, para seguir construyendo los vínculos que hemos de tejer en
nuestro camino, que serán soporte de nuestras causas, ideas, sentimientos y
argumentos, pilares de una fortaleza inquebrantable de transformación social.
Sí, tomados de las manos y
uniendo nuestras voces, nos solidarizamos con vos y con tu familia. Te
acompañamos desde lo más profundo de nuestros seres para mantener el legado de
tu padre que, por su sensibilidad y compromiso social, también es un legado de
cada uno de los integrantes del Semillero. Ya no más asesinatos, ya no más
violencia, ya no más irracionalidad, ya no más odio; por favor, ¡YA NO MÁS!
Ni la más cruel de las violencias
nos condenará al silencio, porque creer y darlo todo por otro mundo posible no
es ingenuidad, es la sensatez de la esperanza.
Semillero de Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas
El pasado 27 de marzo recibimos una carta de Empresas Públicas de Medellín[1]. Está dirigida a clientes, usuarios y comunidad en general. La manera como nos nombra nos anuncia el lugar desde el cual calcula los problemas y diseña las soluciones. Comienza afirmando que se deben a la gente, que su “conciencia de servicio a la comunidad adquiere una importancia mayor en un momento como este” y que son “conocedores de la importancia del agua potable (...) para proteger la vida, la salud y el bienestar de nuestras familias”.
Luego anuncian las medidas que la Empresa está dispuesta a tomar para garantizar que la venta del servicio de acceso y suministro de agua potable siga siendo posible aún en tiempos de emergencia y que además abarque a la totalidad de sus clientes, incluso a los hogares morosos.
En la carta, EPM nos explica que por Ley está obligada a seguir contabilizando los consumos durante este periodo. Por esta razón dispuso “que los clientes y usuarios puedan refinanciarlos bajo condiciones especiales”. Además, bajo su criterio de solidaridad, decidió renunciar, durante el periodo que duren las medidas de aislamiento, al cobro de intereses por mora en los que incurramos por el pago inoportuno de la factura. Asimismo, suspenderá el abono automático del 10% a la deuda pendiente de las personas en las recargas prepago de agua potable. Finalmente, se compromete a reconectar y reinstalar el servicio a petición de cada una de las personas que estaban siendo privadas del mismo.
Estas acciones dejan ver algo que no es nuevo. Desde la gestión empresarial del agua somos clientes, no ciudadanas y ciudadanos con derechos políticos, económicos, sociales y ambientales, y la garantía de nuestros derechos se supedita a la capacidad de pago de una factura. Dichas acciones igualmente reflejan la constante tendencia de la empresa de mercantilizar un bien común y un derecho humano esencial para nuestra existencia: el agua.
A pesar de ser un derecho humano existe una paradoja en cuanto a su protección se refiere, puesto que la Constitución Política de 1991 que pretendió garantizarlo, al mismo tiempo hizo que se privatizara a través de la apertura y consolidación del modelo neoliberal. En el caso de los servicios públicos autorizó a particulares a prestarlos, expidió la ley 142 de 1994 con enfoque empresarial y permitió la transformación de nuestras empresas públicas en empresas comerciales e industriales del Estado.
Sin duda, lo que nos desconcierta es que, aun en tiempos de crisis, se insista en afirmar que el agua como mercancía es compatible con el agua como derecho humano fundamental. Esta lógica empresarial, en medio de la mayor amenaza de salud pública del siglo, no puede inspirar más que otra innovación comercial: ¡Agua a crédito!
Nos preocupa pensar en la realidad que viven más de un millón de personas desconectadas, por sólo mencionar el caso de EPM en todo el territorio donde opera. Antes de que se declarara la emergencia, ¿acaso no era urgente para el Estado garantizarles el acceso al agua? ¿Se puede vivir, más que sobrevivir, sin agua, con o sin pandemia? Es claro que la lógica del mercado no está garantizando derechos fundamentales.
Las preocupaciones de EPM están orientadas sobre todo a garantizar su sostenibilidad económica. Más allá de la sostenibilidad de las empresas para sí mismas o para ampliar su portafolio de negocios, deberíamos pensar en una sostenibilidad destinada a representar el aumento de capacidades para la priorización de la vida, la dignidad y la equidad de las personas.
En este contexto, ¿qué es entonces lo público de Empresas Públicas de Medellín? Al ser estatal, el Municipio de Medellín está llamado a velar a que sus utilidades sean reinvertidas en la garantía de derechos de su propietaria final, la ciudadanía. Ofrecer agua a crédito hoy, es asegurar sed y deudas para mañana.
Tenemos la seguridad de que nuestro ordenamiento jurídico permite tomar medidas contundentes, aunque en muchas disposiciones respalde la lógica voraz de la acumulación y el lucro. Nos preguntamos entonces, ¿ni siquiera en estos tiempos de emergencia es posible pensar desde la institucionalidad otros modos, realmente creativos, de responder a los problemas y necesidades colectivas? ¿Qué tal pensar en posibilidades de gestión desde los recursos públicos en lugar de hacer malabares con el dinero que no tenemos los y las ciudadanas?
El gobierno nacional tiene que tomar las medidas necesarias para suministrar agua potable subsidiada para las personas que estén en condición de vulnerabilidad por su incapacidad de pago presente. La expedición de los decretos 512 y 513 del 2020 del Ministerio de Hacienda y Crédito Público van en esa dirección al facultar a alcaldes y gobernadores para realizar operaciones presupuestales que permitan atender la emergencia y al permitir el empleo de recursos del Sistema General de Regalías en proyectos de alimentación y suministro de agua. Exigimos al alcalde de Medellín y al gobernador de Antioquia que se ahorren los espejismos de prosperidad futura que soportan los créditos y que traduzca en acciones su responsabilidad como principales garantes de derechos fundamentales.
El Municipio de Medellín, en particular, debe garantizar en medio de la emergencia -y aún sin ella- la reinversión de las utilidades de la Empresa en la materialización al acceso y suministro de agua para su población, reconociendo que a quienes llama clientes se les debe tratar como ciudadanía, es decir, garantizarles el derecho humano fundamental al agua, en especial, a aquella población que ha sido vulnerada por nuestra enorme inequidad.
Además, ambos entes territoriales deben pensar también en su ruralidad y en los bordes urbano-rurales de sus territorios, en su mayoría beneficiados por la gestión histórica de los acueductos comunitarios. Exigimos el respaldo a estas organizaciones desde la coordinación interadministrativa y la celebración de acuerdos público-comunitarios que posibiliten el fortalecimiento de sus sistemas de agua, garanticen el acceso a los suministros y mecanismos requeridos para poder continuar su tarea, que valga recordar, realizan sin ánimo de lucro. Además, con mayor razón frente a la gestión comunitaria del agua, deberán pensarse alternativas de apoyo desde la gestión de recursos públicos a la población beneficiaria que se vea en la imposibilidad de contribuir con la cuota familiar mensual.
En últimas, instamos al Estado a proteger a los cientos de familias que actualmente están desconectadas por la gestión empresarial del agua y que a futuro se verán seriamente afectadas por las lógicas implementadas por EPM, y lo instamos también a reconocer y respaldar la labor realizada por los acueductos comunitarios. Esta crisis no puede configurarse como un escenario que propicie mayores vulneraciones a los derechos fundamentales. Resulta urgente que tanto EPM como el gobierno departamental y municipal garanticen a la ciudadanía el acceso al agua, puesto que de no ser así, se estaría atentando contra el derecho humano a la vida. La supervivencia de nuestra especie depende del agua y el suministro del agua en este contexto de pandemia mundial no puede pender de una economía rapaz y deshumanizante.
Suscriben:
Corporación Amiga Joven
Corporación Con-Vivamos
Corporación Educativa Combos
Corporación Jurídica Libertad
Corporación Primavera
Corporación Vamos Mujer
Corporación para la Vida Mujeres que Crean
Instituto Popular de Capacitación
Mesa Interbarrial de Desconectad@s
Mesa de Vivienda y Servicios Públicos Domiciliarios Comuna 8
Red de Mujeres Populares
Ríos Vivos
Grupo de Estudio en Ecología Política y Justicia Hídrica,
Universidad Pontificia Bolivariana
Semillero Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas,
Universidad de Antioquia
No me alcanzo a imaginar cuántas veces, desde su aparición, habremos pronunciado la palabra de nuestro nuevo contrincante a nivel mundial, un ser vivo que avanza a ritmo acelerado de cuerpo a cuerpo y que seguramente ha ganado una fama arrasadora en cada uno de los países. Cuando me enteré de que el COVID-19 había llegado a Europa, logrando romper su núcleo espacial original, supe que solo era cuestión de tiempo que alcanzara tierras colombianas, era claro que esta amenaza se encontraba ya a un solo paso. A pesar de que eran muchas las preguntas que me embargaban, entendía, por lo menos, que una faceta socio-económica estaba en grave riesgo y que los efectos para nuestro país podrían ser realmente graves, pues la parálisis que se replicaba de una ciudad extranjera a otra, a miles de kilómetros, lo demostraba.
Y así fue, finalmente se registró el primer caso en Colombia y entonces pensé que en el próximo mes, o quizás dos meses después, este sería un tema obligado de reflexión colectiva por todas las implicaciones que desataría, sin embargo bastó una semana para que ello empezara a suceder. La situación fue tomando una fuerza tan impresionante y con tal agilidad, como lo sigue haciendo hasta ahora, que la idea de aislamiento social nos llegó de golpe sin dar tiempo a preparativos, últimos planes o despedidas. La cancelación de eventos y la interrupción a los ritmos de vida no se hicieron esperar, y desde ese momento, son cada vez más las voces de expertos, noticieros y cadenas de mensajes de todo tipo en torno al tema, los que acaparan nuestra atención.
La educación virtual y el teletrabajo se tomaron las infraestructuras de las agendas en colegios, universidades, y aquellos espacios laborales donde es posible ejercer con las herramientas que nos ofrecen las tecnologías de la información y la comunicación; y a la par, las recomendaciones sobre el lavado de manos, formas sanas de saludar y demás cuidados iniciaron su difusión masiva. Así, nos esmeramos para que nuestras actividades no se diluyan, y quienes pueden, se llevan el estudio y el trabajo para la casa, bajo una sombra de incertidumbre, experimentando sensaciones que a lo mejor pensábamos propias de una película sobre el fin del mundo.
De inmediato, comprendí que estábamos en la fase temprana de una crisis sobre la que todavía no tengo certeza de cuánto más crecerá, en qué, ni mucho menos cuándo, irá a parar. Para ese momento, me preocupaba no únicamente por la fragilidad de nuestro andamiaje económico, sino también por el de nuestro sistema de salud ante esta pandemia, que observaba en mayor riesgo que lo que representaría la enfermedad misma.
Sin embargo, la investigación sobre esta amenaza global me ha permitido dimensionar con mayor precisión los peligros para la salud que implica contraer el COVID-19, ya que desde cierto ángulo me resultaba sospechoso que de repente se le prestara tanta atención a un fenómeno que contaba con una tasa de mortalidad más baja que otras enfermedades, y a lo que muchos podrían recuperarse desde la propia casa, por lo que no me resultaba disparatado conjeturar sobre una estrategia para desmovilizarnos políticamente, en esta época de agitación, movilización y lucha por los derechos.
Pero las cosas sí iban por otro lado y fui entendiendo: estamos en un desafío donde nuestro esfuerzo colectivo debe salvar vidas, principalmente, de la población más vulnerable, y que de paso, ha de evitar poner en aprietos al sistema de salud, teniendo en cuenta además que no contamos con una vacuna para combatir el virus. Y es que lo que menos me habría imaginado ya lo venían relatando otros testimonios: la carrera por la vida que libran médicos en Italia y España porque el número de pacientes supera su capacidad de respuesta, países que están colapsando ante toda la severidad del coronavirus.
He supuesto, escuchado y leído sobre versiones que indican que la causa de esto es una conspiración de Estados Unidos contra China, y aunque por momentos he creído y dudado, y me han llegados pistas vagas y otras finalmente muy sólidas que lo señalan así, no estoy en condiciones para hacer una afirmación en ese sentido. De otra parte, me he encontrado con análisis científicos razonables que explican el por qué la humanidad habría sido la causante de este virus: los saltos zoonóticos no son realmente una novedad, ocurren todo el tiempo, son virus que se transportan de los animales a los humanos, lo que ocurre es que la combinación de la numerosa población humana, gran población de ganado, la alteración de los ecosistemas y la destrucción de hábitats naturales conllevan fácilmente a este tipo de fórmulas mortales que cada vez van ganando frecuencia, como lo indican Zambrana y Quammen (citados por Aizen, 2020; Aizen, 2020).
En otras palabras, la destrucción de sistemas boscosos a gran escala, provocada por el capitalismo, la globalización y la industria alimentaria, está ocasionando no únicamente la desaparición de especies, sino también el contagio de virus. Los animales no son culpables, es nuestra actuación humana encaminada a manipular la vida de otros seres la que nos está poniendo al borde del abismo de la recesión global (Aizen, 2020). No soy fatalista ni he entrado en pánico, pero sí soy realista y estoy en actitud de alerta porque considero que solo comprendiendo lo que está pasando, previendo al máximo y vislumbrando opciones, podremos ser lo suficientemente imaginativos y unidos para continuar construyendo salidas.
Capitalismo 2020: sin corona, obsoleto y en jaque
Hallar una razón del virus sustentada en este desmoronamiento del medio ambiente que provoca el capitalismo no debería asustarnos, desde que tengo memoria, esta humanidad se viene repitiendo a sí misma la urgencia de cuidar a nuestro planeta, los demás seres vivos y los recursos con los que contamos, se nos viene insistiendo del impacto y carga que representamos para este sistema de vida. Por esto, la alerta que advertía en términos económicos no viene por cuenta de que el capitalismo como tal se vea golpeado, sino que, por muchas perversiones que este genere, como injusticia social, egoísmo, deterioro a nuestros ecosistemas y un largo etcétera, son las relaciones de dependencia que de este se derivan, las que albergan sujetos en estados de subsistencia frágiles, habituados a una formas y estilos de vida que se circunscriben a su arquitectura.
Esta dinámica capitalista guarda otros aspectos de fondo, que de hecho, hacen parte de la historia temprana del COVID-19. Me refiero a la inversión insuficiente y corrupción en el sistema de salud, que si no hubieran tenido lugar en años anteriores, hoy nos tendría mejor preparados para la pandemia; me refiero también a la privación que sufrieron los investigadores Bruno Canard y Peter Hotez, quienes desde distintos lugares del mundo trabajaron en la cepa del coronavirus y una vacuna para el mismo, respectivamente, pero que debieron terminar sus procesos por falta de apoyo y financiamiento (Castilla, 2020). Un abandono a la investigación que ahora cuesta miles de muertos alrededor de todo el mundo.
Y a esto se le agrega, para rematar, el trato dado al doctor chino Li Wenliang por parte de las autoridades de su país, cuando en su momento advirtió sobre el brote, siendo reprendido por una actuación tan responsable que si se hubiera acatado con toda la seriedad del caso, tal vez nos estaría ahorrando la cuenta diaria de estadísticas tan catastróficas (Yahoo noticias, 2020). Gobiernos que van perdiendo el control, científicos asustados, UCIs llenas, médicos que no dan más, periodismo intenso y el contraste entre mensajes de calma y la exigencia de tomar medidas contundentes, son varios de los retratos que por estos días hablan de que el mundo, como lo hemos conocido al día de hoy, está cambiando.
Lo que no hubiera tenido que ser, pero que fue, se compone de factores que han contribuido a la consolidación de esta pandemia, en medio de un sistema indolente al que pareciera caérsele la corona por cuenta de un ser minúsculo que se multiplica exponencialmente, que va siendo obsoleto porque ya no es capaz de cargar con la máscara de ser la mejor solución a nuestros líos sociales, y que es puesto en jaque porque sencillamente no le queda de otra que ceder, si acaso quiere salvar vidas.
La solución más acertada que encontramos para contener la propagación del virus es el aislamiento social a lo largo y ancho del planeta, y es ahí donde se presenta de manera categórica el reto a nuestras relaciones sociales y económicas basadas en el capitalismo: si nos negamos a morir enfermos, debemos encerrarnos en nuestras residencias, pero si lo hacemos, corremos el riesgo evidente de morir de hambre en el calor del hogar, o hasta sin él para quienes no lo tienen, claro, así lo sienten todos aquellos que no tienen posibilidad de desenvolverse en el teletrabajo y dejan de recibir ingresos. Como buen callejón sin salida, esto expone al capitalismo a una situación que lo reta enormemente, obligándolo a frenar la producción en gigantes proporciones para preservar la vida, y por supuesto, dar cabida a otras formas de relación que permitan el sustento de quienes dejan de producir.
Así las cosas, hacer lo contrario podría constituirse en un acto suicida, pues si no permanecemos en casa, sencillamente será la enfermedad la que nos consuma. En consecuencia, llegamos a los límites del capitalismo, los cuales han de romperse para que el suicidio no se dé por aquel otro lado de la inanición de los desventajados del sistema. Perder la corona, se traduce en que ahora le toca aprender a frenar, cuando nunca ha sabido de parálisis; en que le de primacía a otro valores como la solidaridad, a pesar de que lo único que le importaba era la competencia; en reconocer que la salud de cualquier persona es valiosa, sin importar que la indiferencia le era plenamente viable; en entender que somos seres humanos que sentimos, amamos y tememos, por encima de la frialdad acostumbrada de valorarnos en cifras que no desentrañan la inequidad social y nos pone a girar en torno a transacciones mercantiles.
Una ventana de oportunidad: por un nuevo proyecto de vida global
Estos cambios necesarios y prácticamente obligados de los que hablo, se vienen viendo parcialmente en nuestro país, por un lado, gracias a la declaración del estado de emergencia, que ha permitido que se tomen ciertas medidas gubernamentales que no solo buscan la concreción del aislamiento social sino que también altera los flujos económicos, con el fin de apoyar a las poblaciones más vulnerables y el sector de la salud. No obstante, es importante señalar que no estamos exentos de decisiones bastante polémicas que no abordaré en esta ocasión, pero que sin duda nos deja la imperiosa tarea de estar alertas y hacer un estudio crítico de las decisiones de los mandatarios.
Por el otro lado, se viene contando también con las iniciativas de las administraciones locales, ciudadanas, empresariales y universitarias, basadas en la protección colectiva, el acogimiento y la colaboración, brindando propuestas y hasta acciones concretas dirigidas a manejar el reto del coronavirus. Es conmovedor y esperanzador, por ejemplo, ver que voluntarios y redes de amigos actúen a favor de los adultos mayores, vendedores ambulantes y trabajadoras sexuales que ven cesar su sustento diario, o que se encuentran afectados por no tener forma de estar afuera. Es claro que el gobierno tiene obligaciones en atender esta emergencia sanitaria, pero rescato y le doy mucha importancia también a que nos reconozcamos como sujetos políticos capaces de generar cambios y aportar creativamente para contrarrestar los efectos de esta pandemia.
En todo caso, es deseable que las acciones adelantadas y los discursos difundidos por la rama ejecutiva en todos sus niveles, no se ciñan al temor natural que puede generar la enfermedad, o al afán de evitar la antesala de un estado de naturaleza, esto es, que en el fondo realmente respondan a un interés colectivo y bienestar general. Mientras tanto, otra de las caras del COVID-19 se despliega en todas las casas donde hay lugar a experiencias que acercan a través del confinamiento e invitan a recordar el valor de la familia, que ojalá, propiciara momentos de reflexión y diálogo para que combatan la violencia intrafamliar donde se necesite; adicionalmente, el medio ambiente da cuenta de otra de las maravillosas consecuencias de nuestra ausencia, porque por fin se está limpiando y da muestras de alivio.
El paisaje de visos apocalípticos que se nos pinta, se está convirtiendo en OPORTUNIDAD para restablecer o reforzar relaciones cercanas, para dejar que otros seres de nuestra querida Tierra se repongan, y por supuesto, para replantearnos lo que hemos sido y hecho hasta ahora como sociedad. Estoy segura de que esta oportunidad se puede potenciar mucho más en estos sentidos. Pensándolo en clave económica, me atrevo a compartir una idea cruda en términos intelectuales, pero que lleva buen tiempo acompañándome, y que para mí adquiere mucho sentido para lo que hoy estamos viviendo: hay dos variables indispensables para nuestro sostenimiento y crecimiento como humanidad, la primera son los recursos, la segunda nuestra entrega de talentos e intercambio de conocimientos. La tercera variable, no indispensable, es el dinero, que desde mi punto de vista ha contribuido a la injusticia social al moverse por la varita embrujada del capitalismo.
En concordancia con esto, considero que la creatividad de la que necesitamos tanto debe sostenerse primordialmente sobre las dos primeras variables, porque la lógica típica del dinero queda desvalida, resulta desarmada e incoherente con el plan ideal de supervivencia para superar al coronavirus. Así, el trueque, la donación de mercados, el apadrinamiento de familias y demás, son figuras que adquieren relevancia y que muestran otras salidas posibles, por supuesto, sin que sean opuestas o sin dejar de ser vigilantes a las soluciones estatales. La solidaridad desinteresada y todo lo que se pueda construir de allí en adelante ha de ser impulsada sobre la base de valores que necesitamos sigan emergiendo. Como decía, soy realista, pero en la misma medida también soy utópica y considero que esta época de oportunidad no hay que desaprovecharla, pues nos ayuda a volver a elementos valiosos de nuestras vidas, a recapacitar sobre quiénes somos, quién es el otro, lo que lo nos une, qué es lo verdaderamente importante y lo que hemos hecho mal…
Es hora de estimular un pensamiento transgresor a formas poderosas que han regido y se han impuesto ante otras cosmovisiones del mundo. Necesitamos descubrir que somos más que esos parámetros capitalistas, más que esas medidas que marginan y hunden a los sujetos en procesos cíclicos de violencia histórica. Es hora de romper la cadena que nos hace desconocernos a nosotros mismos en los demás, porque urge activar la empatía, ¡urge, urge! Es el momento de abrir la mente, de liberarnos de miedos para atrevernos a cambiar de métodos, de modos de vida enfrascados que duermen en las delicias del privilegio y que engarzan su ancla en quienes las padecen. Hay alternativas al desarrollo que debemos explorar más a fondo y multiplicarlas. Si no es ahora, ¿cuándo?, si no es en esta crisis, ¿en cuál otra?, puede que para cuando venga la próxima ya sea demasiado tarde para cambiar, y antes de querer retroceder, ya estemos muertos.
Espero que después de esta parada no sigamos siendo los mismos, que cuando sea la hora de “volver a la vida” no sea para imitar el pasado, ¿seguiremos acaso contaminando igual?, ¿continuaríamos ciegos a las injusticias sociales?, ¿nos atreveríamos a dar lugar a la estigmatización?, ¿seremos tan indolentes como para no reconocer que estamos unidos en nuestra estadía en la Tierra?, ¿llegaríamos a ser tan cínicos como para no reconocer nuestra fragilidad y condición humana y querer pasar por encima de todo límite?
Es cierto que no quiero ver a mi Colombia morir a las afueras de un hospital, y por eso respaldo la idea de cuidarnos, pero no es menos cierto que también quiero que esta sea la OPORTUNIDAD para que sintonicemos nuestros corazones en la misma frecuencia y demos el primer paso hacia un nuevo proyecto de vida global, sostenido en el amor por nuestro planeta y por todos los seres que lo habitamos. No tenemos que esperar una próxima crisis para el cambio, puede ser este el último chance. Que no pasen dos, cinco años o una década como si nada hubiera ocurrido, que se nos quede bien grabado que Todos Somos VIDA. El momento para aprender desde el corazón es ahora, de nosotros dependerá escribir una nueva historia.
El pasado jueves 20 de febrero Usted, señor alcalde de Medellín, puso en ejecución el llamado “Protocolo de Reacción Contra Explosivos en Universidades”, comunicado público en el cual consta una decisión sui generis, justificada en hechos eventuales y que fue conocida por la ciudadanía de manera informal –a través de twitter– y no por los medios de publicidad oficiales definidos por la ley para los actos de las autoridades municipales y con tal trascendencia social. A través de este protocolo usted autorizó la entrada del ESMAD a los predios de la Universidad de Antioquia, con el pretexto de prohibir el uso de explosivos en su interior por parte de los encapuchados.
Como Claustro de Profesores y Profesoras de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, manifestamos que siempre hemos abogado por un tratamiento diferente –no violento– a los conflictos sociales y políticos, y hemos celebrado cuando las iniciativas gubernamentales van encaminadas a la construcción de paz. Por tal motivo, nos parece contradictorio y contraproducente tratar de controlar una forma de protesta calificada como violenta, con el ejercicio de más violencia al interior de la Universidad, por demás desproporcionada y sin ponderación alguna de los derechos en juego.
Las instituciones de educación superior, y de manera específica las que se mantienen públicas, han sido escenarios de disputa de distintos actores, como una manifestación de los conflictos históricos que ha vivido nuestro país durante décadas. La experiencia nos ha enseñado que los proyectiles lacrimógenos y los “bolillazos” indiscriminados, entre otras formas de control, nunca han solucionado nada, al contrario, ha atizado el escalamiento de las rabias, desencuentros y enfrentamientos que nos obstinamos en superar.
Al respecto, señalamos algunos aspectos relacionados con la acción de la fuerza pública en el hecho señalado, así como su actuación en calidad de alcalde de la ciudad, invitando con ello a encontrar de manera dialógica modos de avanzar hacia la superación de los diversos y complejos conflictos que nos atañen, siempre en el marco de una sociedad democrática.
1. Las garantías procesales y el estatuto jurídico de los bienes universitarios
Llama la atención del Claustro el supino olvido de garantías básicas para actuaciones como las del jueves 20 de febrero, en este sentido, que se haya autorizado el ingreso a la sede universitaria del ESMAD sin haber obtenido previamente una autorización judicial. Los días en que se podía ingresar sin dicha formalidad sustancial, que es una materialización del Estado de Derecho, se superaron hace casi tres décadas con la expedición de la Constitución Política de 1991.
La razón es muy sencilla: el predio universitario es un domicilio, perteneciente a una persona jurídica de derecho público, que también ostenta la protección que le dispensa el artículo 28 de la Constitución al domicilio de cualquier persona, para proteger la intimidad y el conjunto de las libertades que allí se ejercen, entre ellas la libertad de expresión, cátedra, investigación y asociación, entre muchas otras que se condensan en la garantía institucional de la autonomía universitaria.
2. Razonabilidad, necesariedad y proporcionalidad
Si usted consideraba que se presentaba una situación de imperiosa necesidad de intervención en la sede de la Universidad, lo que sólo puede verificarse a partir de una situación excepcional, imperiosa y concreta –no general como lo previó en su Protocolo–, debió emitir un acto administrativo de contenido particular, debidamente motivado, en el que constaran los hechos graves que estaban ocurriendo en dicha fecha en la sede específica de la Universidad de Antioquia, el deber ineludible de actuar y la exhibición de las medidas concretas que adoptaba para remediarlas, con la justificación explícita y el análisis ponderado de las razones por las cuales dichas medidas en el caso concreto no solo eran legítimas sino las más idóneas para conjurar la situación que en aquel momento se presentaba en la Universidad.
Aun si esa actuación estaba justificada en el orden jurídico, usted y la fuerza pública que ejecutó su orden, debieron actuar con razonabilidad y proporcionalidad, algo que notoriamente no ocurrió el jueves 20 de febrero. Los medios utilizados para enfrentar una situación de alteración de orden público, sobrepasaron elementales juicios de necesidad. La proporcionalidad no solamente se refiere a objetivos legítimos, sino también, y sobre todo, a intervenciones estrictamente necesarias para remediar la situación.
3. La ponderación de derechos
El ingreso de la fuerza pública a la sede de la Universidad con equipos antiexplosivos, armas de fuego, gases lacrimógenos y objetos contundentes, afectaron indiscriminadamente a todo lo que encontraron a su paso, vale decir, estudiantes, profesores, empleados, visitantes y los indefensos animales que habitan el ecosistema de la ciudadela universitaria. Y qué decir de todo el entorno de la universidad: transeúntes, vecinos, centros hospitalarios, establecimientos de comercio, y otros tantos perjudicados indeterminados.
Una decisión de esta índole, ha debido contemplar los efectos directos sobre otros derechos y bienes superiores como el ambiente. Al tratarse de una decisión que tiene repercusiones ambientales y climáticas, que afecta nuestra salud y el aire que respiramos, y que en nada contribuye en la gestión y reducción de los efectos de la contaminación en el ambiente y en la mitigación de los gases de efecto invernadero; ha debido también contar con la garantía de participación que prevé el artículo 79 de la Constitución frente a las decisiones que puedan afectar el medio ambiente.
El 20 de febrero, el campo educativo de la Universidad de Antioquia se transformó en un campo de batalla, afectando los derechos a la vida, a la salud, a la libertad de enseñanza, a un ambiente sano, entre otros. Y no menos preocupante, la universidad pública resulta así representada como un agente de violencia y, en efecto, transformada en un enemigo que hay que enfrentar con la fuerza.
Fue una acción desmedida que puso en riesgo lo que justamente pretendía el alcalde proteger: la vida, la integridad y la seguridad. Nada más contradictorio e ineficaz en el ejercicio de las funciones públicas. Nada más ineficiente con los recursos públicos. Nada más inconstitucional por desproporcionado. Nada más ilegítimo si de democracia y paz se trata.
4. La necesidad de intensificar la democracia
Señor alcalde, nos preocupa su llamado a una suerte de “civismo autodefensivo”, que en su retórica se compone de “pitos” y “autorregulación”. Nos alarma porque llamados anteriores a “ciudadanías vigilantes” y a mecanismos civiles para “convivir”, resultaron en la promoción y el auspicio de organizaciones para el horror y el dolor, que también padecimos en nuestra Universidad. Además, consideramos que la consagración normativa y la materialización política de protocolos en razón de la protesta deben encaminarse hacia su garantía y no para más de su regulación que existe excesivamente en codificaciones penales y de policía.
Es imperiosa la intensificación de la democracia, esto es, de la participación efectiva de las comunidades que puedan verse afectadas por medios de protesta inoportunos o peligrosos, pero además, y de manera preponderante, de aquellas que se han visto –¡Que nos hemos visto! – afectadas por la actuación desmedida por parte de los organismos de seguridad del Estado.
Por último, una invitación…
El Claustro de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas insiste en la necesidad de que el ejercicio de decisiones administrativas se desarrolle en el marco de los presupuestos del Estado Social y Democrático de Derecho, entre los cuales la garantía del principio de participación de los afectados con la decisiones, tiene un vínculo inescindible con el deber de buena administración, en la medida en que posibilita fortalecer el acervo de elementos de juicio que enriquecerán el criterio decisional.
Lo nuestro es una invitación al diálogo en procura de intensificar la democracia, promover y construir paz(es). A que recuerde su paso por esta que es su Universidad, un territorio que alguna vez lo acogió y al que usted le debe tanto.
Medellín, 26 de febrero de 2020
Claustro de Profesores y Profesoras Facultad de Derecho y Ciencias Políticas Universidad de Antioquia