Tomada de semana.com
Por: Gonzalo Galindo Delgado[1]
@gonzagalindodel
En
vísperas de las elecciones presidenciales del próximo domingo, la campaña de
Sergio Fajardo, la llamada Coalición Colombia, da pedalazos desesperados –para
utilizar la metáfora de su candidato- por alcanzar un premio de montaña que nunca
han tenido cerca y que ya no están en condiciones de conseguir. Sin embargo,
además de las diatribas –muy propias del “todo vale” porque, como dicen ellos,
“¡se puede!”- de Claudia López, cabalgan sobre un argumentario que, a falta de
un mayor empuje de Humberto De la Calle, ha conseguido seducir a importantes
sectores de opinión, representantes de las clases medias y medias-altas urbanas,
relativamente cómodas/relativamente incómodas con el statu quo, a las que el
uribismo les produce aversión.
Pero
tal argumentario, a diferencia de lo que sucede con campañas como las de Iván
Duque o Gustavo Petro, es de una fragilidad tal que a sus defensores, sus
gregarios, se les ve incómodos, faltos de originalidad y atrapados en
contradicciones irresolubles. Tienen el cuerpo, a horcajadas, sobre el
caballito de acero, pero el espíritu político e intelectual extraviado: unos
porque, como Jorge Enrique Robledo y el sector del Polo que representa,
atacaron de forma inmisericorde la gestión gubernamental del “Crespo[2]”,
al punto de señalar –muy sustentadamente por cierto- que “La Antioquia más
educada de Fajardo” era una “farsa”, que este “representaba el gatopardismo:
que todo cambie para que todo siga igual”[3] y
que, como dijo el difundo Rodrigo Saldarriaga “no había nada peor que un neoliberal
honrado”; y otros porque, como los líderes liberales de opinión, se enfrentaron
al hecho de que la candidatura de De la Calle había nacido muerta y no les
quedó más remedio que plegarse a un candidato que está a años luz de aquél en
los atributos que se espera de un jefe de gobierno y de Estado: lucidez,
criterio y conocimiento, tanto del país, como de las instituciones. Se trata,
en fin, para unos y otros, de un candidato que no los entusiasma y que los hace
sonrojarse cuando figura en los debates públicos. A la única que se le ve
rozagante haciéndole campaña al “Crespo” es a Claudia López, tan enérgica y
voluntariosa como cuando repetía el mismo libreto, ¡exactamente el mismo!, pero
en defensa de la candidatura presidencial de Enrique Peñalosa[4].
Más
allá de todo esto, el punto en el que quiero concentrarme es en el
argumentario, en la narrativa política del fajardismo, la narrativa de la
“remontada”: un relato con serios problemas lógicos y políticos, lo cual es
grave si tenemos en cuenta que, justamente, el candidato es, de un lado,
matemático especializado en lógica y, de otro, un político con más de 18 años
de experiencia en la vida pública. Decía Antonio Gramsci que al adversario
político había que atacarlo políticamente en su lado más débil, e
intelectualmente en su lado más fuerte. El “Crespo” pierde a dos bandas.
Veamos.
1.
La
falacia lógica: Fajardo es el único candidato que puede derrotar a Duque en
segunda vuelta
En
este punto los fajardistas van demasiado rápido, omitiendo pasos en el razonamiento
y dando por descontadas premisas sin las cuales su edificio conceptual se
derrumba. Aquí cifran sus esperanzas en las encuestas, no obstante estas en sí
mismas son problemáticas[5], de
allí el sablazo que Humberto de la Calle le asestó a Fajardo: “un profesor invita
a votar por propuestas no por encuestas”. Pero aun asumiendo las encuestas como
ciertas, los gregarios del “Crespo” se toman unos atrevimientos inferenciales que
harían llorar a cualquier estadístico.
Toda
su estratagema se reduce a concluir que, al ser Fajardo el candidato que menos
resistencia genera[6]
o que mayor favorabilidad tiene, es el
candidato que le ganaría “al que dijo Uribe” en segunda vuelta. Es como si yo
concluyera que por ser James Rodríguez el hombre con mayor favorabilidad en la
opinión pública o “Don José”, el señor del escándalo reciente, el que más
ternura inspira, habría que votar por uno u otro, puesto que serían los únicos
capaces de ganarle a Duque en segunda vuelta. La cuestión es que la
favorabilidad o la buena imagen no eligen presidente, por eso es que ninguna
encuesta lo ubica a él en segunda vuelta, es así de simple. Digámoslo de otra manera:
estoy seguro que mi abuelita tendría más favorabilidad que Fajardo, pero nadie
la elegiría para presidenta. No se puede homologar la intención de voto con el
índice de rechazo o de favorabilidad, por eso se trata de mediciones distintas
y por eso ni Don José, ni James Rodríguez ni me abuelita darían un brinco en
una competencia por la presidencia de Colombia.
Pero
el asunto se vuelve aún más problemático si se considera que los fajardistas
prefiguran su fantasía soslayando la condición sine qua non de su posibilidad: ubicarse en el primer o segundo
lugar en la intención de voto (no en la “favorabilidad”, ojo). Puesto que su
punto de partida son las encuestas, lo primero que habría que reafirmar es que
todas las encuestas señalan que, más allá del margen de error, Fajardo está por
fuera de segunda vuelta, no le alcanza. Pero para ir más allá de la medición
estadística, también habría que decir que en el terreno de las estructuras
políticas y económicas que sostienen su candidatura, el panorama no es más
alentador, pues sus principales aliados o no están con él completamente o están
en otras orillas: las bases del Polo Democrático están con Petro, buena parte
del Partido Verde también, y el Grupo Empresarial Antioqueño, la base económica
del éxito político de Fajardo, eligió el caballo que más tira, Iván Duque.
En
síntesis, al matemático no lo acompañan las matemáticas, ni la estadística, ni
la lógica. Sus alianzas no son consistentes, sus socios históricos lo han
abandonado y tampoco ha logrado congregar a su alrededor procesos sociales o
luchas históricas que vean en él a su legítimo representante. Fajardo puede
despertar empatía en una joven estudiante de Bogotá, pero no en un campesino
del Catatumbo, en un poblador de Tumaco o en una indígena de Leticia. No le habla
a la Colombia profunda. Así, más que ganarle a Duque, estaría cerca de repetir
la gesta de Antanas Mockus: perder contra el uribismo, 2 a 1 en primera vuelta,
y 3 a 1 en segunda.
2.
La
falacia política: Fajardo es el hombre ponderado y justo que, en el centro de
los extremos, nos podrá conducir al futuro
Atribulados
por su incapacidad de formular lineamientos programáticos consecuentes con los
problemas y las injusticias históricas que ha soportado este país, los
gregarios del team Fajardo han tenido
que mover el pedal sobre el pavimento de la pospolítica.
Esto es, el viejo cuento de un centro político, alejado de los extremos
ideológicos, que gestiona y administra la vida pública con criterios
exlusivamente técnico-gerenciales. Una negación de la política tan paradójica
como el famoso consejo del General Francisco Franco a uno de sus periodistas
afines “usted mejor haga como yo y no se meta en política”.
Ni
izquierda ni derecha, ni capitalismo ni socialismo, ni fu ni fa, mejor el
centro. A esto, en su momento, le denominaron la “tercera vía”, fue apuntalada por Tony
Blair en Europa y prohijada, en el contexto colombiano, nada más y nada menos
que por Juan Manuel Santos. Y la tal “tercera vía” representó, como lo denunció
la politóloga Chantal Mouffe, el colapso de la socialdemocracia europea y su
disolución en el proyecto de la globalización de signo neoliberal. Por esto es
que, según la anécdota, cuando a Margaret Thatcher, madre política del
neoliberalismo, le preguntaron cuál había sido su mayor logro en la vida
pública, esta respondió sin dudarlo: Tony Blair. Esto equvaldría, guardadas
proporciones, a que esa pregunta se la hicieran a Álvaro Uribe y este respondiera,
sin dudarlo: Sergio Fajardo. En otras palabras, equivaldría a que fuera cierto
el caballo de troya o el gatopardismo que otrora vieran Jorge Enrique Robledo y
sus seguidores en el “Crespo”.
La
actual coyuntura electoral y la falta de imaginación del fajardismo, han
obligado a sus gregarios a desempolvar esa vieja narrativa, aderezándola con
nuevos epítetos. Así es que han descubierto, después de un gran esfuerzo
intelectual, que el problema de los candidatos con mayor opción para llegar a
la presidencia es que uno representa al populismo de derecha y el otro al
populismo de izquierda, y que lo que se necesita es un hombre moderado, como lo
sugiriera recientemente el profesor César Rodríguez Garativo[7].
Se trata, pues, de la estrategia retórica del justo medio que es, en el fondo, una falacia argumentativa:
busca posicionar un argumento, no por sus cualidades lógicas, sino por el hecho
de ser, al fin y al cabo, salomónico. O sea, Fajardo es bueno, no por su
lectura histórica de la sociedad y del conflicto político colombiano, ni por
sus propuestas para transformarlo, sino porque es un hombre que no se muestra
exaltado, ni en sus maneras ni en su horizonte programático.
En esa estratagema de mostrar a
Petro como un extremista irredento, algunos, como Héctor Abad Faciolince, han
hecho directamente el ridículo, al intentar mostrar que “Petro es chavista”,
replicando las tesis del uribismo y soslayando, de un solo plumazo, la profunda
discusión de economía y ecología política que Petro ha puesto sobre la mesa al
hablar, basado en Jeremy Rifkin, de la “tercera revolución industrial”, es
decir, de la necesidad urgente que tenemos como especie de instaurar un modelo
económico y político radicalmente diferente al venezolano.
También han hecho un esfuerzo
importante por vendernos a un Petro ególatra, megalómano y soberbio. ¡¿Qué
dirían entonces si se enteraran de que el celebrado profe Mockus se casó
montado en un elefante en cautiverio con el pellejo pintado para la ocasión?![8] ¡¿O
si supieran que Fajardo desoyó a las comunidades desplazadas por Hidroituango y,
como lo denunciaran la Corporación Jurídica Libertad y el Movimiento Ríos Vivos,
les echó al ESMAD cuando protestaban pacíficamente contra el expolio?![9] ¡¿O
si descubrieran que el “Crespo” hizo lo propio ordenando el ingreso del ESMAD a
la Universidad de Antioquia en abierto desprecio de las solicitudes de
profesores y de estudiantes, así como
del principio constitucional de la autonomía universitaria?![10]
Si
se enteran, seguramente se les cae la ecuación porque, a diferencia de lo que hubiera
hecho un buen matemático, no han tenido en cuenta todos los factores. Han
obviado, para no ir más allá, que Gustavo Petro, desde el 2017, cuando figuraba
de último en las encuestas, insistió una y otra vez a Humberto de la Calle y a
Sergio Fajardo, en la necesidad de una coalición amplia y plural para derrotar
a las élites tradicionales. Pero el jefe de De la Calle, César Gaviria, lo
prohibió; y el “Crespo” en el que,
supongo, debe ser visto como un gesto de humildad y ponderación, se negó sistemáticamente.
En
ese esfuerzo denodado de satanizar a Petro, también nos han querido inocular la
idea de que Petro es extremista y que, como los extremos se juntan, se parece a
Uribe. Así, sin empacho alguno, han puesto en un mismo plano al defensor de la
Constitución de 1991 y a uno de sus mayores detractores; al que denunció la
parapolítica, poniendo en riesgo su vida con la de su familia, y al que la
agenció; al que denunció los falsos positivos y al que los legitimó; al que ha
denunciado desde los 90 los más grandes escándalos de corrupción del país y al
que se ha usufructuado de los mismos. La cuadratura del círculo, imposibilidad matemática
que los seguidores del matemático se empeñan en sostener.
Epílogo: votar por Petro y abrir
las sendas de la democratización en Colombia
Como
buen académico, tendría que ocultar el hecho de que soy partidario del programa
de la Colombia Humana para convencer a mi audiencia de que soy un analista
objetivo y desinteresado. Pero no es el caso. Casi ni soy académico y tampoco
soy “bueno”, así que no me avergüenza advertir que he hecho campaña activa en
favor de la candidatura de Gustavo Petro y que por ello en mis consideraciones
se entremezclan la razón, la emoción y la experiencia directa. Con esto en
mente, y haciéndole frente al problema que he planteado en este artículo,
ofrezco unas últimas líneas.
En
medio de un panorama político predecible como el colombiano, Gustavo Petro
irrumpió logrando canalizar procesos históricos de descontento en el marco de
un discurso moderno y visionario que recoge lo mejor de la tradición
progresista del país. Con ello modificó decisivamente el tablero político
nacional y facilitó nuevos alineamientos de las fuerzas alternativas en torno a
un programa de gobierno centrado en un imperativo socio-político: la
democratización de la sociedad colombiana en todos los frentes: la economía, el
saber, la salud, la educación y la política misma.
Sin
embargo, algunos, particularmente los gregarios del team Fajardo, han querido ver en la candidatura de Gustavo Petro,
un liderazgo que incita al odio y a la polarización de la sociedad colombiana.
Y aunque yo he podido ver cosas que ellos no han podido, en realidad me
pregunto si se trata tanto de poder como de querer. Porque aunque yo,
directamente, me he reunido con personas desconocidas a repartir periódicos,
pintar telas, hacer videos, hablar de política, cargar pendones, perifonear con
megáfono, organizar reuniones, trabajar en equipo, desfilar con chirimías,
participar en marchas, recorrer barrios, llenar la plaza pública; aunque yo,
decía, haya hecho esto y otras cosas más en el marco de la campaña, me cuesta
creer que ellos no lo hayan visto en mi ciudad como en otros muchos rincones
del país y que, viéndolo, no hayan concluido que la mayor incitación de la
campaña de la Colombia Humana, ha tenido que ver con una de las emociones
políticas fundamentales: la esperanza. Puedo entender que no comulguen con las
ideas de justicia social, ambiental y de género que constan en el programa,
pero no puedo aceptar que lo que vean en las plazas públicas abarrotadas por
gente de a pie, con carteles y símbolos artesanales -y sólo porque quisieron,
no porque les pagaron- sea la expresión del odio y la polarización. Esto,
viniendo de sectores de “centro”, sólo puede entenderse, como me lo explicaba
una amiga, por un cierto republicanismo hostil a los sectores populares: hostil,
en último término, a la democracia.
Pero
nosotros sí celebramos el despertar de la esperanza y de las nuevas ciudadanías
en el panorama político colombiano. Celebramos que el conflicto político pueda
aflorar en las plazas y no en la selva, y celebramos que en este proyecto
democrático coincidamos con fuerzas políticas y sociales históricas que ven sus
luchas representadas en el proyecto de la Colombia Humana: La Organización
Nacional Indígena de Colombia, el Proceso de Comunidades Negras, La Federación Colombiana
de Educadores, la Central Unitaria de Trabajadores, las Autoridades Indígenas
de Colombia, La Asociación Nacional de Afrocolombianos Desplazados, la
Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana, el
Movimiento Cimarrón, la Mesa Nacional de
Víctimas, La Unión Sindical Obrera de la Industria del Petróleo, la Federación
Nacional de Estudiantes Universitarios, el Congreso de los Pueblos, Marcha
Patriótica, y otras muchas expresiones políticas y sociales.
Celebramos
también que este proyecto de país sea abanderado por liderazgos como los de
Francia Márquez, César Pachón o Feliciano Valencia, que pueden no ser Rodolfo
Llinás, Pirry o La Pulla, pero son representantes, respectivamente, del mundo
afro, campesino e indígena, que han luchado, resistido y comprendido las
injusticias desde los territorios, no desde los escritorios, los laboratorios o
las salas de redacción. A ellos los celebramos, así como al Programa de la
Colombia Humana, un proyecto democrático que, como ningún otro, le ha logrado
hablar a la Colombia profunda, al país real.
Por
esta convicción que nos ha volcado al mundo de la política a quienes no le
pertenecíamos, invitamos a los liberales colombianos y a los autodenominados
sectores de “centro” a ser generosos y responsables con el momento histórico, a
atreverse, al menos esta vez, a jugársela por un cambio certero representado
por una propuesta que le ha devuelto la esperanza a los sectores democráticos
alternativos del país.
Sabemos
que Petro no es ningún mesías ni nos va a salvar de nada. Sabemos que es sólo
un líder, que hoy está, pero que mañana no estará. Sabemos que va a ser
difícil, muy difícil, que tendremos contratiempos, sufriremos ataques, y nos
equivocaremos muchas veces en el camino. Nadaremos contra la corriente. Es la
naturaleza de todo proceso de cambio social. Pero
también sabemos, y lo sabemos más que nada, que ningún líder político que
amenace remover las más hondas causas de la injusticia social en Colombia, va a
ser tratado con benevolencia por las élites que han regentado el poder. Sabemos
que nadie que se proponga transformar en serio este país, va a ser elogiado por
los grandes medios de comunicación o bendecido con el don de la “gobernabilidad”.
Nadie que se entregue a la lucha contra la injusticia va a salir intacto. Lo
sabemos porque conocemos la historia de Jorge Eliécer Gaitán, de Jaime Pardo
Leal, de Bernardo Jaramillo Ossa, de Luis Carlos Galán y de Carlos Pizarro
Leongómez.
Lo
sabemos porque estamos viviendo la historia de Gustavo Petro, que también es
nuestra historia. ¡Y la vamos a defender!
[1] Investigador y abogado, egresado
de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia,
adscrito al Semillero de Sociología del Derecho y Teorías Jurídicas Críticas de
dicha institución. Interesado en el campo de estudios en derecho y sociedad
desde una perspectiva crítica de las instituciones jurídico-políticas. Correo
electrónico: ggdim_55@hotmail.com. Twitter: @gonzagalindodel
[2] Dice un eslogan de la campaña de
Sergio Fajardo: “No vote por políticos lisos, vote por el Crespo”.
[3] Aquí Jorge Gómez, la mano
derecha de Robledo para Antioquia, hablando in extenso del asunto: https://www.youtube.com/watch?v=NkPE1WdsQiU&t=3s
[5] Recuerda la Revista Semana,
cuando en el 2010 el candidato de centro derecha no era Fajardo sino Mockus: “En
la medida en que se acerca la primera vuelta, vale la pena traer a cuento lo
que pasó hace ocho años entre Juan Manuel Santos y Antanas Mockus. El último
mes antes de la votación, Mockus ganaba en las encuestas. Las últimas dos
dieron estos resultados: Ipsos Napoleón Franco, 45 por ciento Mockus y 40 por
ciento Santos. Datexco, 45 por ciento Mockus y 44 por ciento Santos. El
resultado de esa primera vuelta fue: Santos, 6.802.043 (46,67 por ciento) y
Mockus, 3.134.222 (21,51 por ciento), es decir, más de dos a uno. La
explicación está en que Santos tenía la maquinaria de varios partidos y Mockus
solo voto de opinión. Después de este triunfo, Santos le ganó en la segunda
vuelta por casi 6 millones de votos”.
[6] Inferencia legítima de la
medición dada por la pregunta: “¿Por cuál de los siguientes candidatos que le
voy a leer NUNCA votaría usted en las elecciones para Presidente de la
República?”, en el caso de la encuesta de DATEXCO o por la pregunta “¿Usted
tiene una imagen favorable o desfavorable de las siguientes personas?” en la
encuesta de Guarumo y Ecoanalítica.